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PAGINA 12.COM
Las 12/ Mirada de
mujer
Nota de: Betina Fernández
Matti
http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/las12/00-08-11/nota1.htm
PERSONAJES: Yo fui testigo
Leda Valladares tiene más de noventa años y ha decidido
retirarse de la vida pública. Dio a Las/12 la última entrevista, en la que
desgranó pausada y amorosamente sus andares por el norte redescubriendo y
recopilando bagualas y vidalas, desentrañando un misterio que después compartió
con muchos otros músicos. Algunos de ellos opinan aquí sobre el papel que Leda
desempeñó en sus propias carreras y en la historia musical argentina.
Después de más de cinco décadas de trabajar en la recolección y preservación del folklore del noroeste, Leda Valladares siente pánico frente a los fenómenos populares que pueden arrasar con lo poco que queda de ese pasado. Inculcó el canto con caja a músicos del rock como Gustavo Santaolalla, León Gieco, Fito Páez y Pedro Aznar. En junio publicó, no sin esfuerzo, Cantando las raíces donde deja registro, a la manera de un antropólogo intuitivo, las coplas anónimas de una zona recorrida por una geografía despiadada y bella al mismo tiempo, donde sus pobladores mantienen las tradiciones, como el tesoro más preciado. Leda Valladares nació en Tucumán, y su adolescencia transcurrió entre el blues y compositores de música clásica que fueron entregados en dosis exactas por su padre. “Antes de mirar el mundo me puse a oírlo. Por mi padre, tocando y cantando entré al follaje de la música”, dice.
Antes de cumplir los veinte años, formó su primer grupo de
música, con unos amigos: F.I.J.O.S (Folklóricos, Intuitivos, Jazzísticos,
Originales y Surrealistas). Con el seudónimo de Ann Key comenzó a cantar jazz y
esos amigos que la acompañaban, adolescentes también, eran: Adolfo Abalos,
Manuel Gómez Carrillo, Enrique “Mono” Villegas, Gustavo “Cuchi” Leguizamón y
Louis Blue. Artistas todos de un talento irrefutable, que se desplazarían a lo
largo de sus carreras profesionales y se convertirían en referentes musicales
de artistas por venir. Pero en esa época, la música era casi un juego y Leda
cuenta que ella cantaba en inglés por fonética. Un día se cruza con su profesor
de inglés y muy sorprendido le comenta que la había escuchado en la radio, pero
“sinceramente no le entendí lo que decía”. Era claro que sus clases no habían
resultado muy exitosas, pero Leda sonrió en silencio. A los 21 años descubre
esa música mágica y misteriosa que son las bagualas y a partir de allí no se
detendrá en recuperar ese canto anónimo de los valles y los montes. Ese trabajo
minucioso sigue siendo hoy en día uno de los pocos realizados con la
rigurosidad científica que se exigiría. Es injusto querer clasificarla, ya que
su obra va desde la recolección y registro de esos cantos, composición de
música para niños, así como boleros, baladas y blues –en 1964 la registró en un
disco llamado Solamente–. Además, musicalizó infinidad de obras de teatro y
cine y documentales. En los años 70 comienza a construir los puentes entre
jóvenes músicos y cantores de campo y luego compartir escenarios y grabar
discos con músicos de rock. La cualidad innata para la combinación llevó a
sonidos con texturas que, hasta ese momento, parecían incompatibles. Lo que está
debajo o quizás por encima de todo eso es el amor y la pasión de alguien que
sintió el llamado de la madre tierra y, cuando América se despertó ante sus
ojos, no dudó un instante y acudió a su llamado.
El termómetro en la ciudad de Buenos Aires sigue severo con
sus marcas, y no perdona la ocasión; frío y humedad son su respuesta. Al
traspasar el umbral de la puerta, unos profundos ojos azules, inmensos como los
valles que tantos años fueron su paisaje cotidiano, miran desde un rostro que
transmite una serenidad imperturbable. En la charla, cálida y emotiva, Leda
hace desaparecer el tiempo cronológico. Sólo la acompaña su música en
solitario, pero con la tranquilidad de quien ha vivido la vida con verdadera
intensidad. En su última entrevista a un medio de comunicación, ya que ha decidido
retirarse de la vida pública, conversó con Las/12 en su casa sobre su obra, su
vida, las incontables anécdotas que ha ido coleccionando y sus preocupaciones:
lo que la aterra del futuro incierto y dudoso de este país y el peligro de
olvidar el pasado.
El Mapa Musical Argentino
¿Cómo y cuándo descubre la música del noroeste, las
bagualas, las vidalas y otras tantas melodías?
Durmiendo. Estaba en Cafayate, Salta. Era una noche de
Carnaval, yo tenía 21 años y allí descubrí la baguala. Me desvelaron tres
mujeres que se detuvieron frente a mi balcón. Yo nunca había oído hablar de la
baguala y entonces me parecía que tenía que ser algo muy misterioso, muy
poderoso. Después de escucharlas me prometí recuperar semejante regalo de la
tierra. Eran rastros de una canción que tenía muchos siglos y se estaba
descolgando, estaba desapareciendo. Salí a buscar los vestigios de este milagro
que hasta ese momento desconocía. A mí nunca me había tocado encontrar la voz
agreste y salida de la montaña. Pero era un grito muy solitario, y ya ese pobre
grito estaba tan viudo, tan solo, que daba pánico. Entonces tomé una especie de
conciencia bastante trágica. Un país que estaba al borde de perder su historia,
sus tradiciones, y nadie se daba cuenta de que todo eso se estaba muriendo o
que ya estaba muerto.
¿Y cuándo toma la decisión de registrar esas melodías y
hacer el Mapa Musical Argentino?
Surge cuando yo salgo a los campos y oigo esos cantos que
están tan solitarios en los cañaverales, en todo el paisaje del norte y veo que
todo eso está en una soledad pavorosa. Francamente no tiene oyentes, no tiene
testigos, no tiene testimonios. Y eso es como sentir una especie de pesadilla,
o de gran invento histórico. ¿Dónde estaba todo eso? Era leyenda, ¿quién había
inventado todo eso? Ya venía a ser leyenda, porque casi no había rastros de
todo eso. Con mi modesto grabadorcito a cuestas fui recogiendo el folklore
desde Ecuador hasta Santiago del Estero. Y así, con mucha paciencia, fui
reconstruyendo el mapa musical del país, y arrancando esos cantos de
callejones, ranchos, valles, quebradas o corrales. Lugares donde la gente se
reunía o pastores en su soledad, en medio del valle.
¿No era una tarea casi heroica reconocer el momento justo
donde se da cada canto, donde encontrarlo, iba a tientas, palpando con sus
sentidos, sin ninguna referencia?
Era una especie de tarea; yo no sé si era real o irreal.
Porque no sabía si esa música, ese folklore había muerto o era puro pasado. Ya
eran ganas de que se inventara la realidad.
Era cómo hacer un camino, con pasos hacia atrás, pero con
los ojos vendados.
Sí, pero de pasos hacia atrás y con pasos inventados. Salí a
la aventura, a buscar lo que sea. Conocía las regiones, pero nadie me lashabía
enseñado. Uno nunca sabe qué es lo que está palpando, si son rastros o son
inventos de la gente que anda por el lugar. No se sabe bien qué es.
Un testimonio por escrito
¿Y el libro era una idea que estaba en su cabeza hacía
tiempo, después del trabajo Grito en el cielo?
Era una idea que hace mucho que estaba, pero que no se
concretaba. No había quién apoyara este proyecto, en ningún aspecto, de modo
que parecían fantasías mías. Pero como era una idea concreta, que necesitaba un
editor, publicidad y todo eso en la Argentina no está organizado, y nadie le
lleva mucho el apunte y a la historia tampoco se le lleva el apunte... Todo es
así, es una historia nefasta. Finalmente encontré el año pasado una editorial
que se ofreció a publicar el libro.
¿Cuando fue haciendo ese recorrido, a sus 21 años, tenía un
guía o fue por instinto?
No sé qué me llevó a todo esto. Pero después me di cuenta de
que la cosa venía envuelta en una especie de tejido indemostrable o algo así y
que las cosas desaparecían y los rastros de la historia se perdían.
Pero, ¿en los pueblos encontraba esa música?
La baguala la encontré en los carnavales, traspapelada,
perdida en las montañas. Y los habitantes del noroeste siguen cantando esas
canciones, siguen viviendo con esa música en la vida cotidiana de cada uno.
Lo seguían viviendo, no sé ahora, en este momento, con la
expansión de los medios y su manipulación. Es muy fantasmal todo, porque no se
confía bien en la leyenda, en lo atemporal. En la recopilación quedé sola y
viendo que la cosa se agravaba y que la desaparición tomaba muchas más fuerzas
que la reincorporación o que la búsqueda o que el hallazgo de lo que estaba
perdido y que se podía salvar. Ha sido muy terrible. Yo me imagino los
recopiladores que ha habido, que habrán sentido porque la soledad ha sido cada
vez mayor por el asunto que se mezcle el negocio a la búsqueda auténtica de la
sabiduría de un país, de un pueblo, de una música, de una poesía, todo lo que
significa el pasado, que se cuenta y se canta, pero todo eso se fue perdiendo
cada vez más. Sin embargo, en Carnaval todavía se escucha la música con caja,
en señaladas (marcada de animales). Es un motivo de reunión, se junta la gente,
cuando hay motivo de fiesta aparece el canto con caja. También cuando hay
motivo de veneración a la tierra como la fiesta de la Pachamama.
En ese momento, bajo la atenta mirada de Leda, Miriam
García, una de sus discípulas en la enseñanza del canto con caja, cuenta que en
octubre se celebra en Salta la Manka Fiesta, donde los habitantes de la puna,
de la quebrada y de la selva, se reúnen para intercambiar productos. Y como
toda reunión es motivo de canto a la noche –la fiesta dura una semana y se arma
una especie de ronda de toldos–, se cantan bagualas así como comienzan
noviazgos, frente a testigos silenciosos. Las parejas se conquistan con la
caja. Cuando a un paisano le gusta una chica, le canta una copla y, si ella
responde y sigue ese “juego” de contrapuntos, se determina si el noviazgo será
el resultado de tan extraño cortejo.
¿Por qué piensa que la cultura oficial deja de lado ese
sonido de las montañas, ese sonido que parece de otro país?
Porque no hay gente artística, son negociantes o
explotadores, pero no está el amor a la búsqueda y al hallazgo auténtico de lo
que era realmente esa costumbre de ese pueblo, esas canciones, esas danzas,
todas esas cosas que se han ido perdiendo, los testimonios. Uno se siente muy
asustado de la soledad y que cada vez existen menos testigos, y gente lúcida de
todo lo que es material y vale.
En sus presentaciones, cuando trabajó con músicos de rock,
¿qué impresión tuvo de las nuevas generaciones y la posibilidad de hacer
sobrevivir ese folklore?
Siempre hemos tratado de darle a la gente joven los
misterios de lo que se viene cuidando, perpetuando, para que esos misterios no
desaparezcan. Han quedado discos (en los años 60 se editaron 11 discos con el
trabajo de Leda Valladares en la obra que se tituló Mapa Musical Argentino,
algunos reeditados en estos dos últimos años por el sello Melopea junto con el
Centro Cultural Ricardo Rojas), pero todo lo que es moda siempre tiene un apoyo
que no tiene la cosa antigua, lo que es tradición, que parecería que está
abolida o superada.
¿Cuando usted habla de misterios, a qué se refiere?
Son maneras de manejar la voz, darle acceso a que tenga su
quejido, su llanto, su herida. Porque el canto con caja tiene mucha herida y,
si vos le tapás todas las heridas y lo sacás con ruleros, entonces ¿qué queda
de todo eso?
Con la caja en la mano, instintivamente Leda comienza a
cantar y su voz es única. Un sonido que viene desde otro lugar.
Junto a Miriam
cantan una vidala de Santiago del Estero, “Pobre mi negra”. Es tal la fuerza de
esas dos voces con el sonido de las cajas que estremece las fibras del cuerpo y
algo dentro se desvanece para dejar pasar un entrevero de fuerzas que
desencadenan hasta soltar algunas lágrimas. Y se siente real ese “canto de
tripa” del cual tanto habla Leda.
El atardecer cae sobre un cielo opaco, brumoso, y las horas
han pasado sin haber molestado el clima de cordialidad y calidez. Durante toda
una tarde, las palabras permitieron viajar a otros lugares, ésos por los que
esta mujer anduvo y en los que adquirió la sabiduría que después repartió. El tesoro
de Leda es un tesoro compartido.
LEDA Y LOS MUSICOS
Fotos del archivo personal de Leda valladares. Arriba, entre
otros, con Pedro Aznar, Gustavo Cerati, Fito Páez y Suna Rocha.
Litto Nebbia
Conocí personalmente a Leda Valladares hace una década
atrás. Desde Melopea comencé a editar los dos volúmenes de Grito en el cielo, a
los cuales les agregamos muchísimos otras canciones que ella guardaba de la
época. A partir de ese momento comenzó una relación muy buena, que dio pie para
producir material nuevo y rescatar otras cosas antológicas que ella había
registrado en sus recorridos. Ella es una persona muy cálida y culta, que ha
dedicado su vida a realizar estas investigaciones. Lo vive con mucha pasión y
con certeza de destino. Yo estoy feliz de haberla conocido y humildemente poder
colaborar con la producción de sus obras. Como todo trabajo artístico hecho por
vocación, todo lo que ella hace está relacionado con su espíritu. Sus
recopilaciones siempre serán útiles para entender un poco más quiénes somos.
Suna Rocha
En el año 1984 conocí a Leda y comenzamos una amistad muy
estrecha y hermosa que sigue hasta hoy. Yo conocía las bagualas y las vidalas,
pero ella me dio cosas interesantes como esta mixtura de los cantores vallistas
y los cantores folklóricos profesionales y la gente del rock. Me demostró que
no es imposible juntar esas tres dimensiones profesionales en la música y sacar
de eso cosas interesantes. Me aportó su sabiduría en cuanto a lo que ha buceado
y ha profundizado sobre esta música y las maneras de verla, sin preconceptos ni
prejuicios. Leda es una soñadora increíble, una mujer que ha peleado por esa
convicción de andar de rancho en rancho con un grabador. Internarse en los
ranchos para grabar y testimoniar los tesoros de la cultura. Peleó por la
música del pueblo y eso me parece de un gran valor. Es una mujer de mucha
coherencia, de una gran dignidad y honestidad. Creo que seres humanos como ella
están en vías de extinción. Es una mujer tremendamente valiosa que no ha pasado
en vano por la vida, como tanta gente de la cultura musical y popular.
Horacio Molina
A Leda la conocí alrededor de 1961, cuando comencé mi
carrera profesional. Me pareció un ser de esos raros en el sentido único, un
especimen único de pureza, de pensamiento. Yo siempre he sentido a Leda como
una persona de una honestidad que siempre amé. Es muy difícil encontrar a gente
puramente honesta como ella. Es una persona que piensa las cosas y una especie
de animal de sentimientos. Son esos seres que tienen una riqueza y una
honestidad que yo valoro enormemente, una ética profunda. Todo lo que ha hecho
lo ha hecho por amor, por descubrimiento, por pasión. Cuando ves las fotos de
ella con su grabadorcito, ves en su cara el regocijo de haber tenido la dicha
de encontrar lo que encontró. Siempre el amor puesto delante de todo. Es una
persona que sentí como mitad madre, mitad hermana, mitad hija, mitad tía. A
veces tenía una ingenuidad que no se correspondía con esa visión de claridad de
la cosas. Tiene el humor necesario para reírse de las cosas que le han pasado,
de las humillaciones que ha sufrido. Como diciendo: ¿te das cuenta lo que me
han hecho? Con la mirada naïf de no poder comprender la maldad.
Jairo
Ella lleva muchos años trabajando y tiene una de las
recopilaciones más ricas que se han hecho en la historia de la música
argentina, y que es muy importante porque de esa manera contribuye a preservar
un repertorio que de otra manera quedaría en el olvido. Hay poca gente que haga
ese tipo de trabajo, donde hay que poner mucha pasión y que deja poco rédito.
En un mundo como el de hoy, es una tarea que la realizan sólo aquellos que
tienen un gran cariño y un gran amor por eso, y es el caso de Leda.
Yo creo que ella tiene una forma de enfocar las cosas, en
cuanto a la música se refiere, muy despojado. Y creo que en ese sentido es una
buena influencia para la mayoría de los cantantes. Hay una tendencia a
magnificarlo todo, a buscar efectos. Es una persona que nos ha enseñado a
valorar el cancionero que existe en la Argentina y que tiene la esencia de lo
sencillo. Creo que no quedan muchos artistas como Leda. Con el tiempo vamos a
saber reconocer a la gente que realiza este tipo de labor. Porque además del
valor artístico, tiene el lado antropológico. La preservación de la propia cultura,
que no está reconocida en su justa medida. Tanto Leda como Yupanqui son gente
irrepetible.
León Gieco
Escuché de Leda por primera vez en la revista Folclore en el
año 1968. Cuando tenía 18 años y vine a Buenos Aires me fui a hacer socio de
AADI CAPIF (entidad que protege los derechos de los intérpretes). Cuando llegué
la encuentro a Leda sentadita en el hall. Me acerqué y le dije que la conocía,
que sabía lo que hacía y que era una honor conocerla. Ella fue muy amable y
empezamos a hablar. Yo le conté que tocaba con guitarra y armónica y ella creo
que me dijo “a lo Bob Dylan”. Y a mí me pareció muy raro que alguien del
folklore lo conociera. Eso me corroboró que Leda pensaba más allá de todo. En
1979, en plena dictadura militar, formamos el “Movimiento por la Reconstrucción
de la Cultura Nacional”, y la idea era hacer conciertos donde pudieran actuar
todas las artes juntas. Leda entabló una discusión con Ernesto Sabato porque él
empezó a hablar de las culturas superiores e inferiores. Ella le dijo que no
era así, y que era tan importante un Miguel Angel como una vasija construida
por un guaraní, porque cada cosa está hecha con una necesidad y en un momento
determinado. Eso fue una de las cosas más importantes que me enseñó Leda. Otra
cosa que aprendí de ella y que repito siempre es la necesidad de cantar. Lo
hermoso que es enseñar a cantar a los chicos. Esa necesidad, esa energía que
tiene un pueblo de aprender a cantar fue su enseñanza. Siempre incito a hacer
canto colectivo. Que es lo que ella practicó en plena dictadura militar, cuando
reunió cientos de chicos con maestras cantando bagualas y vidalas en El
Cadillal. La defino como una de las artistas más interesantes que tiene este
país. Una artista cabal, donde se incluye ser recopiladora, cantante, compositora,
miles de cosas. Además la considero una de las transgresoras más grandes que
tenemos. Yo voy a seguir el trabajo de Leda y el día de mañana habrá otros
chicos que sigan mi trabajo.
Cecilia Rosetto
A Leda la definiría con la generosidad, la creatividad, la
rebeldía y la insumisión. Es una mujer que recuerdo con un humor constante y
una alegría por su trabajo y su vocación. Siempre tenía una sonrisa en los
labios y lo que sentí de ella, que agradecí mucho, es que tenía una cosa de
proteccióny de apertura de camino con la gente joven y desconocida, cosa que no
es muy habitual en la gente consagrada. Era muy generosa, enseñaba, protegía y
te incitaba a experimentar y a buscar caminos, y eso me parece que sigue siendo
muy valioso en Leda. Realmente nunca le importó las modas ni lo que “había” que
hacer. Muy empecinada en sus caminos, algo que muy poca gente oferta. Y fue muy
importante en nuestra formación. Un poco de rebeldía e insurrección que luego
marcaría mi camino de no quedarte nunca. Ella fue una de las primeras personas
en el ámbito profesional que me reconoce como cantante. A mí marcó mucho ese
comportamiento para la chica setentista que fui luego. Guardo para Leda un
infinito agradecimiento y un cariño constante.
fuente:
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mujer
Betina Fernández
Matti
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