EDUARDO SCHIAFFINO.
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Nació el 20 de marzo de 1858 y falleció el 1 de mayo de 1935.
Eduardo
Schiaffino (1858-1935) fue un pintor, crítico e historiador argentino.
Integrante de la llamada Generación del 80, fundó el Museo Nacional de Bellas
Artes de la Argentina e impulsó el desarrollo de las artes plásticas en ese
país.
Biografía
A los 18 años
fundó la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, nombre inicial de la Academia
Nacional de Bellas Artes. En 1884 viajó a Europa desempeñándose como
corresponsal de El Diario, publicando varios artículos sobre temas artísticos
con el seudónimo de Zig Zag. Realizó varias críticas en este diario con
respecto a la situación del circuito de las artes visuales porteñas, con una
marcada línea de pensamiento positivista influida sobre todo por el filósofo
Hippolyte Taine.
En 1891 fue uno
de los fundadores de El Ateneo de Buenos Aires, centro que reuniría un
importante grupo renovador de la cultura hispanoamericana, con la participación
de destacadas figuras como el nicaragüense Rubén Darío, Leopoldo Lugones y él
mismo.
En 1895 logró finalmente que el gobierno creara el Museo Nacional de
Bellas Artes, proyecto por el que bregó largamente y del cual fue su primer
director, desempeñándose hasta 1910. Como artista plástico siguió las
corrientes simbolistas de fin de siglo XIX, despertando en general críticas y
polémicas, aún pendientes en la actualidad.
Desde esa fecha
desempeñó varios cargos diplomáticos en Europa. En 1933 volvió a radicarse en
Buenos Aires y publicó su libro más importante, La pintura y la escultura en la
Argentina. Eduardo Schiaffino (1858-1935) no sólo fue un gran pintor, fue
también, y sobre todo, el responsable de la institucionalización del arte argentino,
en la última década del siglo XIX y la siguiente: pone en marcha su historia
(1883); establece en el país la crítica y la teoría estéticas (1891); organiza
los salones anuales de pintura y escultura del Ateneo (1893-96), primeras
muestras sistemáticas y profesionales del arte argentino; funda y dirige el
Museo Nacional de Bellas Artes (1895), incitando a la apertura de galerías
particulares, entonces inexistentes; ordena las becas de estudios en Europa
(1898); lleva al exterior la pintura y la escultura del país (Louisiana
Purchase International Exhibition, San Luis, 1904), y trae aquí el arte del
exterior (estatua de Sarmiento por Rodin, 1900). El arte en Buenos Aires
Oriundo de Buenos Aires, estudia aquí con el veneciano Giuseppe Agujari
(1840-85) y viaja a Europa, con un subsidio oficial, en 1884. Antes, en 1876
(tiene entonces dieciocho años), se ha contado entre los fundadores de la
Sociedad Estímulo de Bellas Artes, institución a la que debe el país el
nacimiento de su vida estética (Academia Libre, galería pública de óleos y
esculturas, biblioteca especializada, primera y efímera revista latinoamericana
de la materia: El Arte en el Plata ). Más tarde, en 1883, difunde, en El Diario
de Manuel Láinez, sus "Apuntes del arte en Buenos Aires", esbozo histórico
que ampliará en 1896, pero aún más en 1910, con "La evolución del gusto
artístico en Buenos Aires" ( La Nación , número extraordinario del 25 de
Mayo, páginas 187-203), y, en 1933, en su obra monumental La pintura y la
escultura en la Argentina , Tomo I.
De 1884 a 1885
estudia unos meses en Venecia, y, salvo un interludio argentino, desde 1885
hasta 1891 lo hace en París, con Rapha‘l Collin y Pierre Puvis de Chavannes, el
delicado simbolista a que citarán Cézanne y van Gogh, Seurat y Gauguin, Bonnard
y Vuillard, Hodler y Picasso. Cuando retorna a Buenos Aires, ya están de vuelta
de su canónica romería a Florencia, Venecia, Roma, Turín y -en muy contados
casos- París los pintores Angel della Valle -que ha encabezado la lista de
peregrinos contemporáneos, en 1867-, Reinaldo Giudici, Augusto Ballerini,
Eduardo Sívori, Graciano Mendilaharzu y Emilio Caraffa -el único que llega
desde Madrid-, y los escultores Lucio Correa Morales, Francisco Cafferata y
Américo Bonetti. Poco después los seguirán Ernesto de la Cárcova (1893) y Pío
Collivadino (1896), procedentes de Italia; en cambio, Severo Rodríguez Etchart
ha regresado a París hacia 1890, por segunda vez.
Es ésta la
generación inaugural de nuestro arte, en términos de edades (el mayor es
Sívori, de 1847, y el menor, Collivadino, de 1869), intereses y objetivos
comunes. Pero toca a Schiaffino, que se convierte en abanderado de sus doce
apóstoles-colegas, hacerles tomar conciencia, y hacérsela tomar al medio
cultural, de la presencia fundante y, a la vez, afianzadora de lo que él
bautiza, con acierto, Escuela Argentina.
Así, a las
columnas de La Nación añade, desde 1892, el recinto del Ateneo de Buenos Aires
-a cuya creación ha aportado-, y transforma este centro de poetas, escritores y
dramaturgos en un foco de arte. En 1895, cuando el presidente José Evaristo
Uriburu y su ministro de Justicia e Instrucción Pública, Antonio Bermejo,
deciden establecer el Museo Nacional de Bellas Artes y piden al Ateneo una
terna para escoger al director, el Ateneo indica un solo nombre, el de
Schiaffino.
Quince años después, con exiguos recursos, el Museo ha aumentado más de veinte veces su patrimonio (de 159 a 3745 obras), y más de cinco su espacio (de cuatro a veintidós salas). Sin embargo, la Comisión Nacional de Bellas Artes, de la que depende el Museo desde 1907, libra una guerra mezquina y artera contra el director para ganar poder sin autoridad, y obtiene su exoneración, el 19 de septiembre de 1910, gracias a la torpeza de un ministro que ni siquiera tuvo en cuenta que estaría de vuelta en su casa, por cambio de gobierno, tres semanas más tarde.
Es ese gobierno
el que repara a Schiaffino al incorporarlo al Servicio Exterior: desde 1911
hasta 1934, cuando se retira, es cónsul en Dresde, Liorna, Corumbá, Sevilla,
Madrid, Turín, Pau y Atenas. En Madrid, edita Relaciones literarias
hispano-americanas (1923), y en París, Recodos en el sendero (1926, que incluye
el libro anterior), Urbanización de Buenos Aires (1927), y La pintura y la
escultura en Argentina. 1783-1894 (1933), en el que ignora, como en su ensayo
de 1910, a Cándido López, una omisión imperdonable. Schiaffino murió en Buenos
Aires el 1º de mayo de 1935, a los setenta y siete años.
Una década más
tarde, en 1944, se daba su nombre a una calle cercana al Museo. Pero no hubo
más noticias del Tomo II de su pionera historia, anunciada en 1933, ni, durante
largo tiempo, reediciones del Tomo I, de Recodos y de Urbanización . Y no las
hay todavía, salvo del ensayo de 1910 (que apareció en 1982) y, ahora, de
Recodos en el sendero . Su Archivo sigue inédito, y falta una antología,
siquiera, de sus artículos de El Diario, Sud-América , El Tiempo y La Nación ,
así como un estudio de su obra de pintor (escasa y notable), historiógrafo,
crítico y teórico, museólogo, urbanista, animador cultural. Y escritor, porque
fue un excelente escritor, tanto en lo estético como en lo literario y lo
periodístico, según se advierte en Recodos , donde luce por entero. El crítico
y el teórico de arte es el minucioso autor de "El Sarmiento de Rodin"
y "El bronce del escándalo", "Charles H. Pellegrini", y
"La vera efigie" (Monvoisin), pero también el de "El abrojo y
los laureles" y "El águila y la paloma", en que discurre con
saber y humor acerca del escudo nacional y el de Buenos Aires.
El humor sostiene
al agudo memorialista ("Belleza profesional", el texto más acabado) y
al imaginativo literato de "La opinión de Arvine Borovotov", una
crónica de fantaciencia; "Entierro de Carnaval" y "La
ofrenda", con su aire a Villiers de L´Isle Adam; "La sirena", un
diario de viaje, y aun el preborgiano "Caín", que une el comentario
de costumbres a la reflexión religiosa. Pero el humor llega también a la
sátira: "Definiciones criollas" es, en tal sentido, insuperable. Sin
embargo, lo más sorprendente del escritor Schiaffino es -por la época y por la
entidad de los juicios- su faceta de pensador cultural, explayada en "El
boicot al libro americano" (que recoge su libro de 1923), "Un
neologismo desgraciado", "La leyenda del purismo" y "Lengua
castellana y raza latina". Aquí, a la altiva defensa de la literatura
argentina y, por extensión, de la iberoamericana frente a una España que se
niega a conocerla, hasta por la pluma de Unamuno, se añade un lúcido alegato
acerca de la vivificación experimentada en nuestras tierras por un idioma que,
en su país de origen, es una lengua muerta.
fuente: WIKIPEDIA.
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REPOSO
de Eduardo Schiaffino
REPOSO
de Eduardo Schiaffino
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