FELIX VERDI.
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FELIX VERDI Y EL PARADIGMA "DISARLIANO"
Nota de NORBERTO CHAB
publicada en la página webb TODOTANGO.
Extraído de
“Tango, un siglo de historia 1880-1980”
Editorial Perfil, 1980.
BANDONEONISTA, VIOLINISTA
30 de abril de
1909 — 29 de mayo de 2003
Verdi es uno de
los ejemplos más típicos de compenetración con un estilo determinado. De su
larga trayectoria, 26 años los pasó junto a Carlos Di Sarli, logrando así una
total adecuación al particular modo de ejecución del maestro. Pero antes y después le
ocurrieron otras cosas.
Félix Verdi,
violinista«Soy músico porque mi padre, como buen Verdi, se propuso que debía
serlo. Fue por eso que me puso a estudiar música desde muy chico. A los seis
años ya tocaba el violín con Darío Grassi, un gran maestro. Enseguida el tango
me encandiló. Y empecé a tocarlo aún sin saber su idioma.
«Comencé muy
joven. Hacia 1930 me mandaron a ver a Ernesto De La Cruz que trabajaba en el
café El Nacional, porque necesitaba un violín. En ese momento se le iba Juan
Cruz Mateo, e ingresé yo como segundo. Así empecé a conocer a algunos músicos,
aunque a decir verdad, no frecuentaba el ambiente. Lo curioso es que a mi padre
le encantaba que yo tocara. No le importaba que fuera tango o clásico.
«Lo cierto es que
una noche vino José Lorito, quien tocaba con Osvaldo Fresedo a invitarme a la
inauguración de la casa Ricordi, en la calle Florida. Como yo terminaba a las
siete y media de la tarde, tenía tiempo para llegar, porque tocaba Julio De
Caro y Lorito quería que yo lo escuchara. Yo no sabía ni quien era De Caro,
pero me insistió porque se presentaba con su violín corneta y eso, se suponía,
debía interesarme.
«Justo cuando
llegamos bajaron de un taxi los seis integrantes, eran los hermanos Emilio,
Francisco y Julio, Pedro Maffia, Pedro Laurenz y el “Negro” Leopoldo Thompson.
Yo tenía que haber mirado el violín. Pero miré el bandoneón. Había un
magnetismo en ese hombre, que se acentuó cuando escuché “Buen amigo”, el primer
tango de esa noche. Por un lado, el estilo incomparable de la orquesta y, por
el otro, el influjo de Maffia. Esto me decidió a dejar el violín y a comenzar
los estudios de bandoneón.
«Yo tenía un
bandoneón en casa porque mi hermana estaba de novia con un muchacho que tocaba,
pero que al fin dejó. Entonces le pregunté si me dejaba el instrumento, y
comencé a tocar. Con mucha dificultad por supuesto, porque no conocía el
teclado. Pero al final saqué dos o tres piezas, y esa tarde me presenté a De La
Cruz pidiéndole tocar el bandoneón. Toqué “Amadeo”, un tango de él y advirtió
enseguida que ese era mi instrumento. Entonces me escribió unas escalas para
que las estudiara. Cuando terminé la temporada con De La Cruz pasé a la
“Richmond Suipacha”, allí había una orquesta que tenía un bandoneón algo débil
y fui yo el que tenía que tirar, aunque en realidad sabía muy poco. Pero en
pocos meses me fui solventando.
«Al poco tiempo
me apersoné a Maffia, que tenía su orquesta en la “Richmond Lavalle” y le pedí
que me enseñara. Aceptó encantado, pero solamente estuve un mes. Porque como
nosotros jugábamos al fútbol en la cancha de Argentinos Juniors, cada vez que
yo llegaba a su casa se pasaba el tiempo hablando de fútbol. “Vos jugás bien”
—me decía—, “Maestro, yo quiero aprender”, le respondía yo. “Sí, sí, claro”.
Pero al rato volvía a olvidarse del bandoneón y seguía con el fútbol. Así no
pude aprender nada, lo lamenté mucho, pero la otra pasión podía más.
«Tuve la posibilidad de ingresar a la orquesta de Roberto Firpo y estuve a
punto de debutar en el Teatro Casino. Pero Nicolás Pepe, también citado por
Firpo, me habló de la posibilidad de ir a la orquesta de Roberto Dimas Lurbes,
a un cabaret. Lo pensamos y nos decidimos por el cabaret (1929). Así trabé
amistad con Dimas con quien cenábamos juntos diariamente. Además de esto estuve
junto a José María Rizzutti y en la Orquesta Típica Novel.
«Un día, Dimas me
dijo que había una orquesta en el Café Guaraní, de Lavalle al 900, que tenía
ganas de escuchar. Fuimos y cuando llegamos a la puerta yo sentí algo especial,
que nunca antes había escuchado. Me gustaba el estilo, la forma, la fuerza.
Claro, era Di Sarli. A tal punto me impactó que luego del cabaret me quedaba
ensayando según ese mismo estilo.
«Un tiempo
después, llegó Pepe con la noticia que Di Sarli necesitaba un bandoneón y que
vendría a escucharme. Esa noche me sentí realmente nervioso. Cuando terminamos
de tocar se acercó a mí y me citó para un negocio. Así fue como me llamó para
integrar su orquesta. Debuté a los pocos días y él se quedó sorprendido porque
enseguida me adapté a este estilo.
«Esa orquesta
tenía algo que la diferenciaba de las demás. Poseía algo que ya es difícil
encontrar, que yo le llamo “fuego sagrado”. A mí me gustaba todo: la fuerza que
le imprimía en los crescendos, el stacatto fuerte con la derecha, esa manera de
comenzar livianito, llegar al fuerte y quedarse en un acorde, mientras arrancan
los violines. Yo me identifiqué absolutamente con ese estilo. A partir de 1932,
fecha que debuté, sigo admirando plenamente esa forma de ejecución.
«Yo me separé de
Di Sarli dos veces. La primera fue en 1941. En aquel entonces formó la orquesta
y a mí no me citó. Entonces, decidí formar mi propio conjunto. Ya estaba por
debutar con bailes programados y actuaciones en Radio El Mundo, cuando una
noche que estaba en la puerta de la radio con Aníbal Troilo, se acercó Di
Sarli, me llevó aparte y me dijo que me precisaba. En ese momento sentí un
orgullo profundo y me olvidé de todo lo que debía hacer. En aquel tiempo entre
mis músicos estaban Ismael Spitalnik y Ricardo Cannataro. Y como dato curioso
recuerdo que terminábamos en los cabarets y nos íbamos a jugar al fútbol a la
cancha de Argentinos Juniors, directamente, ¡una cosa de locos!
«Años
más tarde, en 1948, tuvimos un cambio de palabras y me fui otra vez. Es que el
maestro era un obsesivo de la perfección y era fácil que se enojara cuando
había algunas fallas. “Muchachos, ustedes son profesionales”, nos decía. Pero
no era cuestión de técnica sino de interpretación. Al tiempo me encontré con
Leopoldo Federico, que se había incorporado en mi lugar y me dijo: “Yo respeto
mucho a tu maestro, pero es preferible que vuelvas, porque sos el que más lo
entiende”. Le aclaré que todo sería cuestión de tiempo, de adaptación y le
sugerí que siguiera hasta amoldarse: “No, esta noche dejo”, me contestó. Yo no
le presté mucha atención a esas palabras, pero lo cierto es que dejó de
inmediato y la orquesta se desintegró. Hasta que en 1950 me llamó por teléfono.
Me dijo que quería volver. Le respondí que me parecía bien.
«Regresé y seguí
hasta 1956, fue cuando los músicos abandonaron al maestro. Allí estaban Freddy
Scorticati, Ángel Ramos, Luis Masturini y Juan Carlos Matino. Le expliqué a mi
amigo Di Sarli que me iba con los muchachos. Así nacieron “Los Señores del
Tango” Empezamos en la Richmond Suipacha, y recuerdo, que los nuevos músicos de
Di Sarli venían a vernos para aprender nuestro estilo. Según ellos, el maestro,
en lugar de darle indicaciones les contaba chistes.
«Lo cierto es
que, a la vez que él abandonó definitivamente su idea de seguir con una
orquesta, yo también dejé la práctica a nivel profesional. Es que ya no había
una orquesta para mí. Desaparecido Di Sarli, mi único recurso fue volcarme a la
enseñanza del instrumento. Así, seguí hasta ahora».
Es posible que lo
haya olvidado, pero en 1958 retornó al conjunto donde lo acompañaron José
Libertella, Julián Plaza, Alfredo Marcucci y Domingo Sánchez. Más de dos
décadas juntos, Di Sarli lo absorbió totalmente y Verdi supo ser fiel exponente
de la personalidad de su maestro.
Extraído de
“Tango, un siglo de historia 1880-1980” Editorial Perfil, 1980.
fuente: TODOTANGO.
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