jueves, 6 de septiembre de 2012

MARIA NIEVES, BAILARINA DE TANGO

Un día como hoy.... 6 de septiembre....pero de 1938...nacía 
MARIA NIEVES.
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Biografíade José María Otero, 
publicada en la página webb TODOTANGO.

Nota publicada en la revista madrileña 
"Gilda. Mujeres en el tango", de Marzo de 2003.


Bailarina
(6 de septiembre de 1938)
Nombre completo: María Nieves Rego 

 
LAS PIERNAS DEL TANGO.


Durante décadas fue el sueño erótico de tantísimos espectadores deslumbrados por su estampa y las armoniosas figuras que garabateaba con Juan Carlos Copes. 
 Y también la mina que codiciaban como compañera de pista los mejores milongueros de los años 50 y 60, cuando bailar tango era una religión. 

María Nieves Rego, hija de humildes inmigrantes gallegos es otro fruto tanguero de aquellos conventillos con su pereza de patio y cotorro donde se enquistaba la pobreza y donde los sueños chocaban con las peripecias que imponían el diario subsistir. Su padre fallece joven y de la pieza de cuatro metros por cuatro, donde convivía con dos hermanos varones y dos mujeres, amén de la mamá, tuvo que largarse de pendeja a laburarla como sirvienta en la Boca. Tan lejos de su casa de Saavedra que debía tomar tres colectivos y quedarse trabajando toda la semana hasta la media tarde del sábado en que regresaba, abandonando el colegio en 4º grado.
Su hermana mayor, "La Ñata" -punto alto de la milonga-, la llevaría a descubrir pronto ese mundo fascinante del tango y su bagaje de misterios. Junto a otra amiga, Alicia, la foguearían tempranamente en las pistas.



Nieves, el actor Ángel Magaña y Copes


Tenía 15 abriles, anhelos de sufrir y amar, ir al centro y triunfar... Y un novato y audaz muchacho bailarín, que luego sabría que se llamaba Juan Carlos Copes, la descubrió en el Estrella de Maldonado y fue seducido por su hermosa figura adolescente.

"Las minas le salían a bailar por la pinta, si no sabía ni caminar..." diría ella. La cabeceó y ella miró al suelo: "Porque mi hermana me mataba si le salía a alguno. Yo sólo iba a acompañarlas a ella y a Alicia".
 Curioso, fue la primera y única vez que bailaron en ese club, en una noche.
"La Ñata" le enseñó su arte, y con sus florecidos 15 años, volvía de su exilio en la Boca, planchaba la misma ropa que usaba para servir y subía en su ilusión supersport para cumplir con el rito de codificar cortes y quebradas en compañía de su hermana y la barra fiel.

Aquel morocho pintón había comenzado su asedio y se uniría a la banda de Saavedra, aunque él era de Villa Pueyrredón, para lograr su propósito de conquistar a la mocosa de hermosa figura y largas piernas, y la historia culminaría en un fogoso romance que por fin aprobaría "La Ñata". Copes intuía que había encontrado su musa definitiva y el tango a la gran pareja de su historia.

La fiebre del baile los abrazaría y la ancha historia de sus firuletes respetando el espíritu cadencial llegaría al centro, luego de actuaciones de clubes y salones de barrio y ganar un torneo en el Luna Park. 

Juan D'Arienzo, que como Fangio eran jurados en aquel concurso donde participaban reconocidos milongueros, le confesaría años más tarde a la ya famosa María Nieves: "Fue increíble lo que bailaron aquella noche. Nosotros le habíamos dado el voto a una pareja acomodada, pero ustedes bailaron como dos hijos de puta y se ganaron a todo el público... ¡Que bárbaros!"

Copes había crecido y su ambición taura no tenía límites. Armó el Conjunto Juvenil, con diez parejas de milongueros que se vareó en exhibiciones amateurs despertando el ojo clínico de Carlos Petit, empresario chileno del mítico Nacional, el teatro de revistas. 
Y allí debutaría el Conjunto, junto a personajes como Stray, Severo Fernández, Margarita Padín o Alfredo Barbieri. "Éramos unos caraduras" -recuerda María-, "No sabíamos ni pararnos y me moría de vergüenza al saludar..." Por entonces vestía pollera acampanada, cinturón ancho exprimiendo la cintura -la moda de las chicas Divito-, pañuelito al cuello y el corte de pelo copiado de Gina Lollobrigida que había visitado fugazmente Buenos Aires.

Enseguida pasaron a hacer doblete enfrente, en el lujoso cabaret Ta-Ba-Ris, donde hasta las coperas lucían elegantes y enjoyadas. 
Fue entonces la vedette Juanita Martínez -esposa del cómico José Marrone-, quien le indicó la conveniencia de usar zapatos de raso de taco largo para realzar su figura, porque todavía seguía con taco bajo y hasta pestañas de cartulina que se autofabricaba y pegaba con cola sobre los párpados. Y de madrugada, luego de la fosforescencia de los aplausos, Corrientes arriba a esperar el colectivo 60, de vuelta al bulín de Saavedra, mientras él enamoraba a rumbosas vedettes.

El éxito los espabilaría: Copes se miraba en el espejo de Gene Kelly y María decidió ser la Cyd Charisse porteña, aunque sus miras no contemplaban abandonar el barrio. 

Los deseos del bailarín, sus sueños, se verían realizados mucho más allá de lo imaginado. El arte de la pareja traspasaría el corral de las fronteras, y abriendo puertas para el adormecido tango subieron América arriba hasta Broadway en el 59.

Al principio sufrieron privaciones, pero el triunfo coronaría los hermosos y sensuales dibujos que bordaban en los escenarios yanquis, acompañados de un Astor Piazzolla que aún buscaba su destino. 

Copes se convertiría en el "latin lover" de la "high society" norteamericana y sus romances se sucedían sin tregua. Fueron astros del programa de Ed Sullivan, la TV les abrió sus puertas, como Las Vegas y hasta Ronald Reagan les hizo bailar en la Casa Blanca para su cumpleaños.

Un mundo de maravilla empañado por las constantes lágrimas de María Nieves, debido a las infidelidades y la lejanía de su madre. "Ella huyó de la pobreza en España y nunca pudo volver a su Galicia natal. Temía que le pasara lo mismo conmigo porque mis giras duraban 2 o 3 años... 
 En vez de disfrutar del éxito, sufría como loca..." -confiesa María. La brújula loca de su corazón la amarró a ese hombre. 

Conformaron la célula rítmica más grande del tango bailado. Fueron novios, amantes, pareja, esposos, divorciados... "Nos casamos en Las Vegas, por mi mamá sobre todo... Él también la quería mucho, pero enseguida rompimos todo y para siempre..."

El espectáculo Tango Argentino, que integraron, demostró en todo el mundo que la semilla que ellos sembraron, por fin había germinado, tras el hueco borroneado del pasado. 
Descascarada por el tiempo, la pareja se deshizo. Copes baila ahora con Johanna, una hija que no siente propia, fruto al parecer de una fugaz aventura. Se volvió a casar y tiene otras dos hijas.

Envuelta en la neblina de la leyenda, las marquesinas la devuelven a María Nieves enmarcada como estrella rutilante en el espectáculo "Tanguera". "Ya no mostraré mis gambitas como antes...", susurra con un dejo de nostalgia en la mochila del alma.

Cincuenta años más tarde volvió a arrojar sus pasos al porvenir en el escenario del Nacional, como cuando era una inexperta piba de conventillo de módicas ambiciones.

Los recuerdos son los fogoneros de la imaginación que me llevan a descender las escaleras del porteñazo Caño 14, de la calle Talcahuano 975, en los años 70, donde despachaba un par de wiskis, me estremecía con el fueye de Troilo, vibraba con los temas del "Polaco" Goyeneche -vecino y amigo de los hermanos de María en Saavedra-, o el violín de Francini y "bailaba" con Copes y María Nieves.

Confieso que alguna noche lo envidié al "Negro" Copes por tener semejante compañera en el escenario y el luengo feite de su pollera nos hacía el bocho a todos.

Ella fue y será crack. Cuando le preguntan por Copes, la mina y la milonguera abren su cuore y se desnudan para siempre: "Si tengo que decir algo de él, es que conmigo fue un hijo de puta, pero nunca habrá un bailarín como Juan Carlos Copes". Ni una como vos. Digo. Afirmo.


Nota publicada en la revista madrileña "Gilda. Mujeres en el tango", de Marzo de 2003.

fuente: TODOTANGO.


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Extraído del diario Página/12, del 24 de enero de 2003.

Entrevista a María Nieves
Por Moira Soto.

publicado en la página webb TODOTANGO.


Bailarina
(6 de septiembre de 1938)
Nombre completo: María Nieves Rego



Figura mítica del tango danzado, maestra sin formación académica —ex pareja romántica y artística de Juan Carlos Copes—, arrasó en el 2002 como la “madama” del musical Tanguera. Sobrevivió a una infancia durísima, al abandono de su partenaire y hoy, vital y animosa, se apresta a debutar en Madrid (nota publicada en 2003).
 
«Creo que me enamoré del tango mucho antes que supiera que se podía bailar. En la radio, cuando era chica, casi la única música que se escuchaba era el tango. Éramos muy pobres. Mi papá, gallego, trabajaba de lechero y murió muy joven, a los 45, de tuberculosis. Al lado de mi casa, en Saavedra, vivían mis padrinos, él era jugador de Platense, del cual soy hincha, y tenían una hija de mi edad. Estaban mejor económicamente y la nena tenía muchos juguetes que compartía conmigo. Yo en mi casa le ponía un trapito a los sifones, en la parte de arriba, debajo del pico, y eran mis muñecas. Si cuando jugábamos sonaba un tango, me apartaba, agarraba una escobita y llevaba el ritmo caminando. Me llamaban la atención los tangos orquestales, pura música: Juan D’Arienzo con su ritmo ligerito, nada que ver con Osvaldo Pugliese ni con Carlos Di Sarli, más melodiosos. Ya más grande me tiré para Aníbal Troilo.


María Nieves
Nieves, Copes, Ann Sheridan, Enrique Méndez y Angel Schujer 
«En el colegio no llegué a sexto grado, así de simple, se cortó con la muerte de mi papá y a mí nunca me gustó estudiar de manera formal. Lloraba todo el año. No iba, me hacía la rata y con mis hermanos íbamos a pasear por Palermo.

«En mi casa nunca se dieron cuenta, pero tuvimos muchos problemas. Llegamos a faltar hasta un mes entero y después nos moríamos de miedo para inventar excusas, miedo a la maestra que entonces tenía mucha autoridad. Hasta que mi hermana inventó que papá se había ido a España, mamá trabajaba de sirvienta y yo debía ayudarla en las tareas de la casa. Pero teníamos vergüenza también, yo sabía que era Nieves Rego, la pobre, con un solo guardapolvo para todo el año, lleno de remiendos, me sentía discriminada y notaba que me hacían a un lado.

«Pero esto nunca se lo dije a mis padres. Mi mamá, pobrecita no tenía autoridad. Mi papá laburaba como un loco para que tuviéramos algo que comer, éramos cinco los hijos. Nunca nos llevaron ni fueron a buscarnos a la escuela. Pensá que mi mamá era analfabeta, no tenía facilidad de palabras, vivía su propio drama, inmigrante, arrancada de su pueblo, de los suyos. También estaban las privaciones afectivas, no había gestos de cariño hacia nosotros, y mi papá le pegaba a mi mamá. Nos dolía, pero pensábamos que era una cosa normal, que él tenía derecho.

«Antes que el tango se convirtiera en mi pasión pasaron otras cosas. Cuando dejé el colegio, a los nueve, trabajé de sirvienta por primera vez, con cama, allá por San Isidro. Me pegaban, me exigían mucho. Era una casa de dos plantas, con jardín y yo debía limpiar todo. Un día sin quererlo manché la pared con la mano engrasada y la patrona me dio un cachetazo terrible. Sólo tenía libre dos horas los domingos luego de lavar los platos. Al terminar el mes mamá me sacó. Seguí de sirvienta pero en casas que me trataban mejor y podía ir a dormir a mi casa.

«De a poco descubrí el baile. Mi hermana mayor empezó a ir a Platense, que quedaba a cinco cuadras de mi casa, yo tenía diez años y me quedaba dormida pronto. A los doce ya le fui tomando el gustito, a mirar a los muchachos.

«Efectivamente, las hormonas comenzaron a moverse. “¡Qué lindo muchacho, como me gusta, si bailase tango lo haría con él!”... eso pensaba cuando aparecía algún joven entre tanto veterano. Lo bueno fue que me interesó mirar como se bailaba. Lo malo es que iba al baño, donde casi todas las mujeres fumaban. Y como yo quería ser grande, empecé a fumar a los once y no paré más. Menos mal que es mi único vicio, si no ya estaría muerta. De joven tomaba bastante whisky, pero nunca me pudo el alcohol.
«Aprendí a bailar mirando. Cuando me largué a los catorce o quince años, ya sabía hacerlo. Mi hermana era una gran milonguera, pero a mí todavía no me dejaba, me decía que era una mocosa culo sucio, que me fuera a lavar la bombacha.

«Por supuesto que la desobedecí. El lugar era grande, y cuando ella bailaba por la mitad de la pista yo hacía lo mismo en una esquinita. Bailaba tres tangos por D’Arienzo, tres valses con Troilo y alguna milonga. Allí en ese club no te dejaban hacer figuras difíciles, más adelante, en el club Atlanta, no había problemas. A Copes lo conocí en el Club Estrella de Maldonado, pero empezamos a bailar en Atlanta, en All Boys de Saavedra, en el Mariano Moreno, en El Pañuelito, en Sin Rumbo...



«Iba por el gusto de bailar, nunca se me pasó por la cabeza que llegaría a hacerlo profesionalmente, a Copes sí. Así como te digo que a mí me jorobó la vida, fue un adelantado. Hay un antes y un después de él. Cuando lo conocí trabajaba de sirvienta en La Boca, esa gente fue la que mejor me trató, yo era como una hija de la señora. Fue mi último trabajo, ella me alentó cuando conocí a Copes y empezamos a ensayar con espíritu más profesional.

«Antes de Copes no tuve novios, todos amigos. Tenía 14 cuando él apareció y me enamoré en el acto. Cuando llegó al Estrella de Maldonado no sabía bailar, era un carro total. Pero tenía una pinta que todas caían rendidas y yo que tenía un lomo impresionante y el pelo largo y ondeado. Él bailó como el culo, mal, agitando el brazo. Se nos acercó y bailó con todas, menos conmigo que me dio vergüenza. No me lo olvido: morocho, de traje gris y camisa celeste, zapatos de gamuza, un cajetilla de los años veinte. Era electrotécnico y trabajaba en el Ministerio de Educación.

«Un año después volví a verlo en Atlanta. Había mejorado, sabía manejar a una mujer con soltura. Tenía 15 cuando baile con él. Me dijo un piropo muy lindo y me enamoré como loca. Hasta que un día me invitó a salir. Le contesté que debía hablar con mi hermana. Un jueves, nos invitó a las dos a un recreo en Quilmes donde se bailaba a lo grande. La agarró contenta y le preguntó. Ella lo condicionó a que fuera de verdad, “para jugar tenés muchas”. Cuando volvió me dijo: “Ya somos novios”. Con una excusa salimos y luego me enseñó a besar. Después cuando chapábamos como locos pensaba que la gente se daba cuenta, que nos miraba, tardamos como un año en acostarnos. Fue un lindo amor.

«Yo tenía 17 y él 20. Antes de ser profesionales. En el Club Atlanta éramos muy reconocidos y nos llamaban de otros lados para intervenir en campeonatos. Siempre salíamos segundos. Había acomodo y nosotros no éramos peronistas, pero el público lo sabía. Las coreografías eran de a dos, porque yo aportaba, inventé muchos pasos. El cambio comenzó en la década del 50, nos anunciaban como El Estudiante y Nieves. Siempre gratis. El primero de los trabajos que nos pagaron fue en la obra con Francisco Canaro: Tangolandia. También gente de radio que organizaba bailes en Villa Urquiza y en San Isidro, nos tiraban unos pesitos.

«Estoy convencida que desde el tiempo de El Cachafaz que no quedaron tantos pasos. Hoy hay cantidad de parejas que llevan nuestro sello. Copes decía que en el Teatro Colón debían enseñar a bailar el tango. Los actuales bailarines le deben todo, él inventaba de puro intuitivo, sin bases académicas. Después, se perfeccionó. El tipo buscaba pasos, figuras, la forma de equilibrar las parejas en escena.

«El espejo suyo fue Gene Kelly —también Fred Astaire— y el mío Cyd Charisse. Yo no tenía a quien mirar aquí, no sabía lo que era el ballet y no tenía para ir al Colón, sólo al cine. Él era muy ambicioso y repetía: “Si los americanos crean esos bailes con el jazz ¿por qué no podemos hacer lo equivalente con el tango?”

«El primer trabajo todo nuestro fue Copes Tango Show con María Nieves, con nuestro propio vestuario, con un argumento, estuvimos en muchos sitios y empezamos a ver algunos pesos. La buena plata fue con Tango Argentino en los ochenta, un éxito mundial. Tuvimos que esperar mucho para comprarnos la primera casita en Saavedra, a pagar en cuotas. Con el show Tangolandia recorrimos mucho, hasta Nueva York. Luego solos, porque la compañía se disolvió. Otra vez a apechugar en pequeñas salas en el Village y de buena categoría como el Chateau Madrid. Animamos fiestas judías de mucho dinero, nosotros abríamos, luego podía aparecer Frank Sinatra, Danny Kaye u otro famoso. En el New Faces 1962 nos contrataron por recomendación del coreógrafo Vassili Lambrinos. Volvimos porque nos llamaron de Caño 14 y Copes quería triunfar en su tierra. Luego, lo llamó Astor Piazzolla e hicimos giras por Latinoamérica y Europa.

«Nos casamos en Las Vegas donde trabajamos mucho. Y fue casarnos para que se rompiera la relación de pareja. Como matrimonio nos separamos en 1977, pero seguimos bailando juntos. Y a partir de allí, empecé a crecer como artista. Toda mi bronca, todo mi orgullo lo volqué en el escenario. Mucha gente que no lo sabía nos decía: “Como se les nota la pasión cuando bailan”, sí, la pasión del odio.

«En el último Tango Argentino, en el 2000, yo no quería bailar más juntos, pero la guita era buena y salió bien. Sólo yo sé las que pasé, terrorífico. Lo que menos me esperaba era que me echara de la forma que lo hizo. Ni siquiera me lo planteó cara a cara. Me mandó a decir por otro que dentro del espectáculo De Borges a Piazzolla ya no tenía cabida.

«Me levanté sin necesidad de terapia, diría que bailar en Tanguera con Luisito Pereyra fue mi revancha. Tuvimos un gran éxito. El estímulo más grande fue el calor del público hacia mí, también me pasó en Chile. Sí, en realidad fue una terrible revancha.»

Extraído del diario Página/12, del 24 de enero de 2003.
fuente: TODOTANGO.
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MARIA NIEVES.
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