ENTRE GAUCHOS Y PEONADA
Por: rolandomoro 16/08/2012
Hoy, Rolando nos comparte a este escritor:
Don JOSE MARIA OBREGON, nació en Lomas de González ,Corrientes, el 17 de abril de 1.905. Educador, escritor y hombre muy ligado a
la cultura. Miembro de la SADE (filial Corrientes) y fundador de dos
periódicos.
Profundamente amante de su gente y su cultura, maestro
rural, de aquellos que forjaron generaciones de compatriotas por vocación visceral
que arrastran desde la cuna.
Años de contacto con “su” gente, lo llevaron a tomar
nota de costumbres y formas de vivir en los parajes más aislados y remotos.
A
dichas notas las llamó-De Mis Apuntes Para el Folclore Correntino-
Luego de su
fallecimiento (17 de abril de 1983), su hijo, Luís Jorge, con colaboración de Moglia Ediciones, dieron a luz aquellos apuntes del educador-
Con sus
anuencias-, compartiré con ustedes algunos hechos curiosos de nuestra gente
poriahú.
LAS ÁNIMAS
Hacía poco tiempo que me había hecho cargo de la
Escuela Nacional N°170 "Pago Largo", ubicada precisamente en el
paraje de ese nombre, dónde tuviera lugar la memorable acción del 31 de marzo
de 1839.
Era general entonces, no solo allí sino en toda la
zona, la creencia de la aparición de "ánimas", de la que daban fe
personas dignas de crédito que, aseguraban hasta haber visto luces, bultos
informes como de seres sin cabeza, y sentidos ayes, lamentos y ruidos como
producidos por cargas de caballería, gritos, imprecaciones, etc.
Por otra
parte, la despoblación del lugar y la desesperante tranquilidad, hacía que el
viento que corría sin mayores tropiezos, ya que el terreno era alto y quebrado
y la arborestación baja y no muy compacta, trajera en el silencio de la noche,
ruidos, a veces raros que, si bien eran producidos por el trajinar de la
hacienda, el galope de algún jinete o el "reír" de las vizcachas, de
la "bruja" o las lechuzas, causaban en el espíritu, un tanto
predispuesto y temeroso, un explicable sobrecogimiento de temor.
Sinceramente, de no haber mediado mi amor a la
carrera, a la que me iniciaba como Director de 3ra. categoría y a ese pedazo de
suelo correntino, "que ocupa desde la trágica jornada de 1839, junto con
la Provincia, el nombre de su gobernador y mártir Berón de Astrada y la acción
de Pago Largo, la página más memorable, más gloriosa y más triste de la
historia de la libertad argentina", no hubiese estado allí ni un día,
corrido por la soledad y el miedo.
Tal vez esto último, que suele avergonzar al
criollo, haya sido lo que más influyó y contribuyó a que me quedara en él.
-Aprovechando los días no laborables- que entonces se
reducían solamente a los domingos o feriados de religión, así como los
momentos que me dejaban libres mis obligaciones docentes y de carácter deportivo o de "relaciones públicas",
llevado por la necesidad de promocionar "mi escuelita", cuya
existencia era precaria al extremo de mantenerse sólo "en mérito al paraje
histórico" y pasar un rato entretenido en compañía de alguien, visitaba a
los escasos vecinos, allegándome hasta las otras escuelas distante entre 10 y 15 Km. de la mía,
empero, nunca dejé que me tomara la noche lejos de ella; regresaba
indefectiblemente al oscurecer y cuando ello no era posible, optaba por
quedarme, aunque tuviera que madrugar al día siguiente. Algo que no sabría
explicar, definir, por no decir que un recelo se oponía a que lo hiciera.
Cierta vez que me demoré, más de lo acostumbrado y
regresaba a altas horas de la noche -inolvidable por la intensa oscuridad
reinante y causante de lo que me sucedió- al llegar al sitio donde según se
decía tuviera lugar la batalla y el camino, por efectos de la erosión provocada
por la corriente del agua y el tránsito, se desliza como entre paredones, al
punto de que un jinete se pierde con cabalgadura y todo, mi montado, ese
servidor y compañero de soledad y privaciones y tal vez único amigo fiel y
desinteresado, detuvo bruscamente su galope y preso de evidente terror, dio en
forma violenta una media vuelta e intentó echar a correr para el lado de adonde
veníamos. Llevaba armas, porque nunca salía sin ellas, pero la sorpresa y la
rapidez con que todo aconteció, no me dio tiempo para nada. Por otra parte, la
idea que inmediatamente vino a mi mente de que lo que había visto pudo haber
sido un "ánima" y mis esfuerzos para detener al asustado animal, no
me permitieron asumir actitud defensiva alguna. Apenas pude sofrenar a aquél,
di vuelta tras haber transitado un medio centenar de metros en ese afán, y con
la mayor cautela traté de aproximarme de nuevo al lugar a fin de cerciorarme,
si podía, de la causa que lo había originado y entonces fue cuando mi asombro y
susto llegaron a su máximo
Allí, sobre el zanjón de marras, cubierto de
blancas vestiduras que el viento hacía ondear con los brazos en alto,
semioculto entre los árboles, un bulto de forma rara e indefinida impedía el
paso, quedando como única alternativa la de volverse.
Tuve siempre un criterio formado con respecto a
aquellas creencias, a las que y pese a mi condición de criollo y aplicado a
las cosas del campo consideraba exageradas y en cierta medida absurdas, por lo
que nunca, hasta entonces al menos, había temido, aunque confieso
paladinamente, tampoco tuve el más mínimo deseo de enfrentarme a ellas.
Pero ahora no cabía dudas; aquello tenía que ser un
"ánima" y lo peor, de seguro el alma de uno de los 800 mártires que
venía a echarme en cara, y precisamente a mi que tanto estaba haciendo por
reivindicar sus memorias, el olvido y la ingratitud en que yacían él y sus
compañeros de causa y de martirologio, por parte de sus comprovincianos y compatriotas,
por cuya libertad se habían inmo¬lado voluntariamente. Vacilé unos instantes,
tiempo en que hice mil conjeturas. Pensé en volver, pero la distancia, la hora
y la vergüenza me acobardaron; resolví sin hesitar lanzarme a la carrera; pasar
por sobre lo que se opusiese en mi camino y correr a todo lo que daba hasta que
mi caballo se cayera rendido de cansancio. Contribuyó a esta extrema resolución
el hecho de éste se había tranquilizado algo y se mostraba dispuesto a
continuar nuestro interrumpido camino.
No quise, a pesar de ello, arriesgarme sin tomar mis
precauciones: empuñé el revólver y lo monté, dispuesto a lo que pudiera
sobrevenir; me afirmé en los estribos, me encomendé a Dios, invoqué el nombre
de mi madre; piqué el caballo con las espuelas, previa a envolver las riendas
en la mano izquierda y agachado lo más posible sobre la montura para no ofrecer
blanco, iba a poner en ejecución mi plan cuando un rebuzno prolongado y
desagradable, que retumbó en todo el ámbito de la "cuchilla trágica"
y el eco de cien lugares distintos de la misma fue repitiendo sucesivamente,
como una carcajada de burla que golpearon por espacio de largos e interminables
segundos mis oídos, que volvieron a espantar a éste que casi se
"tiende" conmigo, me volvió a la realidad. Un burro viejo de los
llamados "choguí", tan inofensivo como inútil que recorría el
callejón desde el Mocoretá al Casco en procura de agua y comida muy escasas
debido a la intensa sequía, había sido el causante de breve pero tremenda
tragedia que, además, estuvo a punto de dar por tierra con mi
convicción de la inexistencia de las ánimas.
Su cuerpo pequeño y peludo, su pelambre blancuzca que
resaltaba más aún en el marco oscuro e inconmensurable de la noche, habían sido
todo lo que imaginé una túnica que flotaba al influjo del fuerte viento norte y
sus clásicas descomunales orejas, los brazos que se levantaban hacia el cielo,
en demanda de "justicia".
Es indudable que de no haber mediado las
circunstancias apuntadas, es decir de haber existido otro camino para
desviarlo; si hubiese primado el primer impulso de volverme sin averiguar que
aquélla súbita aparición deformada por la oscuridad, la sorpresa y también
-porque no- el susto, y por que no decirlo, la predisposición, por una parte y
el temor de tener que acusarme a mi mismo de cobarde, condición que suele
avergonzarnos a los correntinos, por otra parte, posiblemente hasta hoy estaría
en la duda por cual de las alternativas, me habría decidido.
-Permanecí muchos años en aquel- entonces- alejado e
histórico paraje; me encariñé con él y lo que es más importante aún, conseguí a
fuerza de tenacidad, simpatía y la colaboración y apoyo de su modesta gente
afianzar definitivamente la escuelita a la que había sido enviado con la
consigna de sacarla de allí y llevarla a cualquier otro lugar donde hubiera el
mínimo de alumnos para alimentarlas y un vecindario menos indiferente y un
edificio no tan ruinoso en cuyo frente pudiese flamear la bandera de la Patria
sin menoscabo, pero lo confieso honestamente que nunca mencioné el episodio
mientras estuve allí y aunque tampoco lo manifesté, perduró en mi espíritu
ese momento tan ingrato vivido, más todavía, evité siempre que fuera posible,
pasar de noche y solo por aquel sitio.
En mi fuero íntimo he pensado desde entonces que en
algo igual o parecido han de haber tenido origen las leyendas de las
"ánimas", "los poras", las "agüeras." y otras creencias
análogas tan generalizadas como arraigadas en el campo correntino y adentradas
en el espíritu sencillo, crédulo y sugestionable de nuestros criollos.
LAS ANIMAS - JOSE MARIA OBREGON
publicado por Rolando Moro
"Entre gauchos y peonada"
MESA DEL CAFE - FOLKLORE -16/8/2012
en la página webb TODOTANGO.
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"Entre gauchos y peonada"
MESA DEL CAFE - FOLKLORE -16/8/2012
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