LA COLA DEL GATO
Juan Carlos Dávalos
Don Roque Pérez es el hombre más flemático de Salta. Tiene
cuarenta años. Hace veinte que está empleado en una oficina de la casa de
gobierno. Es solterón, metódico, cumplidor y beato. Su vida es simple y
redundante, como el rodar monótono de los días provincianos, o bien como la
marcha circular y pacífica de un macho de noria.
La historia de este hombre contiene dos etapas, separadas
entre sí por un acontecimiento trascendental que dejó en su espíritu una
perplejidad perdurable.
La primera etapa comprende su juventud, los diez años que
pasó de dependiente en la tienda de don Pepe Sarratea. La segunda etapa
comprende su madurez, sus veinte años de empleado público. Con una sonrisa
indefinible y calmosa, mientras fuma un cigarrillo, don Roque Pérez cuenta su caso
a un grupo de oficinistas.
Cuando él era dependiente, dormía en la trastienda. El
negocio de Sarratea ocupaba una vieja casuca que todavía existe en una esquina
de la plaza.
El dependiente barría la vereda todas las mañanas,
plumereaba los estantes y aguardaba al patrón, que se presentaba a las ocho.
Sarratea despachaba personalmente, detrás del mostrador; pero si había que
bajar alguna pieza de un alto estante, colocaba la escalera y el dependiente se
encaramaba por ella.
A las nueve de la noche, Sarratea despedía a sus
contertulios del barrio, guardábase el dinero en el bolsillo y se marchaba a su
casa. Entonces el dependiente trancaba las dos puertas de la tienda, rezaba su
rosario y se metía en cama.
Una noche entre las noches, Roque Pérez, después de
acostarse, dirigió la vista al techo y vio que colgaba una cola de gato por una
rotura del cañizo.
El agujero quedaba perpendicularmente sobre su cabeza, y la
cola de gato apuntaba, naturalmente, a sus narices.
–¿Qué será eso?– pensó el dependiente –¿Qué será?...
Apagó la vela y se durmió.
Varias noches después del descubrimiento, Roque Pérez volvió
a mirar la cola del gato. Al cabo de una hora de contemplación, pensaba: “¿qué
será esa cola?...” Y se decía: “Mañana voy a poner la escalera para ver lo que
es...” Y apagaba la vela y se dormía.
Todas las mañanas, al despertar, Roque Pérez se desperezaba
y miraba la cola de gato. La miraba todas las noches al acostarse. Y siempre
pensaba: “En uno de estos días voy a poner la escalera”. Pero Roque Pérez era
indolente, con esa profunda indolencia de los seres palúdicos. Él había tenido
una idea: aquella cola de gato debía significar algo. Para saber qué era, había
tiempo. Así pasaron dos años y pasaron cinco años ¡y pasaron diez años!... El
señor Sarratea murió de tabardillo, los herederos liquidaron el negocio; Pérez
tuvo que abandonar la vieja casuca.
Salió de allí con quinientos pesos de sueldos economizados y
se contrató en la tienda de enfrente.
A poco de esto, alquiló la casa de Sarratea un boticario
alemán que llegara a Salta con su mujer.
Lo primero que hizo el boticario, naturalmente, fue
preocuparse de la limpieza del chiribitil, para instalar su botica.
Un día el boticario entró en la trastienda, y al revisar las
paredes y los techos, vio la cola de gato. El alemán llamó a su mujer y le
mostró aquello. Pidieron prestada una escalera en la tienda de enfrente. Roque
Pérez, en persona, trajo la escalera. El boticario, ayudado por Pérez, la
afianzó sobre un cajón para que alcanzase al techo y se trepó.
Mientras el pobre Roque sostenía la escalera, el boticario,
allá arriba, asió de la cola, tiró, y cayó al suelo una moneda de oro. Tiró
más, y cayeron algunos cascotes y varias monedas. Luego, metiendo el brazo en
el agujero del techo, sacó un zurrón lleno de onzas de oro, y se lo arrojó a su
mujer. Buscó más y encontró otro zurrón y cargando el pesado fardo, bajó al
suelo.
–Bueno– dijo el alemán todo sofocado, entregándole a Pérez
una monedita–. Aquí tiene usted su propina. Y gracias por la escalera.
Ahora, don Roque, ante la rueda de empleados, da un chupón
formidable a su cigarrillo, sonríe con calma y con las barbas llenas de humo,
dice:
–Entonces fue cuando comprendí que mi destino era ser
empleado público.
En: DÁVALOS, Juan Carlos.
El viento blanco y otros relatos.
EUDEBA, Buenos Aires, 1963
www.rojasba.com.ar
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