sábado, 5 de enero de 2013

EL SENTIR DE AME, LOS REYES SON LOS PADRES,

EL SENTIR DE AME...

LOS REYES SON LOS PADRES.
Amelia Requena.
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    Nací ahí, en ese pueblito chico de Córdoba. Viví mi infancia con deseos de cosas que no tuve y con mucha pobreza.

    Desde que recuerdo, yo esperaba a los Reyes Magos, como algo mágico, con la seguridad de que ellos me traerían esa bicicleta tan deseada. Una bicicleta es lo que más esperaba, con fervor, con ansias, con todo.

    Me imaginaba por las calles del pueblo, polvorientas tragándome todo el viento, con la velocidad que me permitirían mis piernas largas.

    Pero cada llegada de los Reyes, sin que mi bicicleta apareciera al lado de mis zapatos viejos y gastados, era una nueva desilusión.

    No entraba en mi cabeza, que mi vecinita de enfrente, que tenía de todo: lindos vestidos, zapatos nuevos, a ella sí le dejaron una bici. ¿Qué pasaba con los Reyes? ¿No sabían que yo los esperaba con ilusión, con entusiasmo? ¿Repartían mal los regalos y les llevaban las mejores cosas siempre a los mismos? ¿Y yo? ¿Hasta cuando me dejarían esperando?

    En cada ocasión, desilusionada, me  comía mi bronca y secaba mis lágrimas. Después me consolaba diciéndome:

-“Tere, tené paciencia. No llorés. Vas a ver que el año que viene, los Reyes te la traen- Así seguía, entre esperanzada y feliz, porque los Reyes se acordarían de mí alguna vez; de la tristeza que me provocaba su olvido. 

Hasta que un día supe- hubiera preferido no saberlo. Los Reyes no eran tales- “Los Reyes son los padres”- esa frase que todos los chicos oyeron alguna vez, para mí fue terrible, ahí supe que ya no podía esperar, ni bicicleta, ni nada. Yo seguiría para siempre, sin esperanzas, sin ilusiones, ahogada en mis lágrimas. Supe que ésos lo tenían todo, porque los padres les compraban, también

tendrían todo lo que les pidieran a los Reyes, porque era la misma cosa. Los padres y la plata los hacían felices. ¿Y los que como yo, éramos pobres? ¿Quién se acordaba de nosotros? ¿Para qué inventaron el cuento de los Reyes? ¿Y Dios, dónde estaba? ¿No veía que los chicos pobres sufríamos más? ¿Estaba distraído? ¿O sería que, como los Reyes, Dios también era un invento?


    Han pasado los años. Soy una abuela de casi sesenta y sé que Dios existe porque tengo hijos y nietos que me alegran la vida.

    Ahora, a modo de compensación tardía, me quedo doblada en dos, mientras guardo el montón de bicicletas que mis nietos dejaron desparramadas.

    Pero alguno de estos días, la vengaré a la niñita triste que fui, me subiré a la bici, empezaré a pedalear a toda velocidad, me beberé todo el viento... y me iré por la vida. 



fuente:
publicado en el libro:
ANTEOJOS NEGROS.
Amelia Requena.
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