LOS REYES SON LOS PADRES.
Amelia Requena.
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Nací ahí, en ese
pueblito chico de Córdoba. Viví mi infancia con deseos de cosas que no tuve y
con mucha pobreza.
Desde que
recuerdo, yo esperaba a los Reyes Magos, como algo mágico, con la seguridad de
que ellos me traerían esa bicicleta tan deseada. Una bicicleta es lo que más
esperaba, con fervor, con ansias, con todo.
Me imaginaba por
las calles del pueblo, polvorientas tragándome todo el viento, con la velocidad
que me permitirían mis piernas largas.
Pero cada
llegada de los Reyes, sin que mi bicicleta apareciera al lado de mis zapatos
viejos y gastados, era una nueva desilusión.
No entraba en mi
cabeza, que mi vecinita de enfrente, que tenía de todo: lindos vestidos,
zapatos nuevos, a ella sí le dejaron una bici. ¿Qué pasaba con los Reyes? ¿No
sabían que yo los esperaba con ilusión, con entusiasmo? ¿Repartían mal los
regalos y les llevaban las mejores cosas siempre a los mismos? ¿Y yo? ¿Hasta
cuando me dejarían esperando?
En cada ocasión,
desilusionada, me comía mi bronca y
secaba mis lágrimas. Después me consolaba diciéndome:
-“Tere, tené paciencia. No llorés. Vas a ver que el año
que viene, los Reyes te la traen- Así seguía, entre esperanzada y feliz, porque
los Reyes se acordarían de mí alguna vez; de la tristeza que me provocaba su
olvido.
Hasta que un día supe- hubiera preferido no saberlo. Los Reyes no eran
tales- “Los Reyes son los padres”- esa frase que todos los chicos oyeron alguna
vez, para mí fue terrible, ahí supe que ya no podía esperar, ni bicicleta, ni
nada. Yo seguiría para siempre, sin esperanzas, sin ilusiones, ahogada en mis
lágrimas. Supe que ésos lo tenían todo, porque los padres les compraban,
también
tendrían todo lo que les pidieran a los Reyes, porque era
la misma cosa. Los padres y la plata los hacían felices. ¿Y los que como yo,
éramos pobres? ¿Quién se acordaba de nosotros? ¿Para qué inventaron el cuento
de los Reyes? ¿Y Dios, dónde estaba? ¿No veía que los chicos pobres sufríamos
más? ¿Estaba distraído? ¿O sería que, como los Reyes, Dios también era un
invento?
Han pasado los
años. Soy una abuela de casi sesenta y sé que Dios existe porque tengo hijos y
nietos que me alegran la vida.
Ahora, a modo de
compensación tardía, me quedo doblada en dos, mientras guardo el montón de
bicicletas que mis nietos dejaron desparramadas.
Pero alguno de
estos días, la vengaré a la niñita triste que fui, me subiré a la bici,
empezaré a pedalear a toda velocidad, me beberé todo el viento... y me iré por
la vida.
fuente:
publicado en el libro:
ANTEOJOS NEGROS.
Amelia Requena.
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