Nota de LA NACION.COM
24 de julio de 2002 / publicado en la edición impresa
René Vargas Vera
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En un sanatorio porteño y víctima de una neumonía
A los 87 años murió Alberto Castillo
Sus restos son velados en el Salón Dorado de la Legislatura;
perfil de un hombre cuyo estilo fue del canto al cine con igual éxito
Alberto Castillo, en su presentación con Los Auténticos
Decadentes, en octubre de 1997. Foto: Archivo
A los 87 años, falleció ayer el cantante de tangos Alberto
Castillo, que se encontraba internado en el Sanatorio Bazterrica de la ciudad
de Buenos Aires, a causa de una neumonía, según informaron médicos de la
institución. Sus restos eran velados anoche en el Salón Dorado de la
Legislatura porteña.
Decir que Alberto Castillo tenía un "estilo particularísimo
de cantar", o, como esbozó Julián Centeya, "no se parece a ninguna
voz" es decir nada.
Ningún cantor (ningún intérprete de la música popular) deja
de tener su "particular estilo". Eso se dice cuando no se tiene nada
que decir. Porque es evidente que cada cual tiene ineludiblemente una voz
distinta, un distinto registro, un timbre personal, un modo de frasear o
matizar especial.
El canto de Castillo se diferencia del de los demás
cantantes del tangos (aunque se lo asocie temerariamente por el gracejo burlón,
arrabalero y de "cadencias reas" a Rosita Quiroga, Sofía Bozán o Tita
Merello) por su modo de expresar las palabras, dando énfasis a los acentos
prosódicos, mientras que las sílabas débiles se escondían en la articulación de
la frase. Su voz de tenor era vibrante, siempre emocionada y entregada de lleno
a cada tema.
Pero Castillo nunca gritó, jamás vociferó, aun en los
momentos en que expandía su voz con esa cálida unción de los cantantes
sentimentales. Castillo desgranaba matices y era clarísimo -como su impecable
afinación- en la dicción, detalle que suele escapar a la mayoría de los cantores
de tango, y que Goyeneche supo hacer de ella un culto acendrado, dejando así su
ejemplo imperecedero.
Castillo sostenía que su modo de cantar favorecía a los
bailarines: "La gente se mueve gracias a mi modo de cantar",
aseguraba.
El verdadero nombre de Alberto Castillo era Alberto Salvador
De Lucca. Nació el 7 de diciembre de 1914 en el barrio de Mataderos,
precisamente en Juan Bautista Alberdi al 4700. Era el quinto hijo de un
matrimonio de inmigrantes italianos: Salvador De Lucca y Lucía Di Paola. Se
inició en la música de pequeño.
En algún tiempo lidió con el violín, pero su pasión era
cantar en cuanta oportunidad se le presentaba durante su adolescencia. A los
15, en su barra, lo sorprendió el guitarrista Armando Neira y le propuso
llevarlo a su grupo.
Allí fue su debut profesional. Su nombre artístico era
entonces el de Alberto Dual. Otras veces se hacía llamar Carlos Duval. Cantó en
las orquestas de Julio De Caro en el 34, de Augusto Pedro Berto al año
siguiente, y en la de Mariano Rodas en 1937.
En 1938, dejó la orquesta y se dedicó a estudiar medicina.
Pero su pasión musical pudo más y ya un año antes de recibirse ingresó en la
Orquesta Típica Los Indios, que dirigía el dentista-pianista Ricardo Tanturi.
Seudónimo definitivo
El 8 de enero de 1941 se publicó el primer disco de Tanturi
con el cantor Alberto Castillo, su flamante y definitivo seudónimo, a
instancias de Pablo Osvaldo Valle, un hombre de radio.
Allí, con el vals "Recuerdos", alcanzó su primer
gran éxito. El paréntesis tanguero no le impidió recibirse de ginecólogo y de
instalar su consultorio en la casa de sus padres.
Por un lado, Alberto Salvador De Lucca atendía a las señoras
y, por otra, Alberto Castillo consolidaba su papel de cantor de tangos. La
dualidad hizo que muchas de sus pacientes acudieran al consultorio para hacerse
atender por el cantor. Pero las tentaciones no pudieron con el artista que
llevaba adentro.
El 6 de junio de 1945 -disfrutando ya su condición de ídolo-
se casó con Ofelia Oneto. Con ella tuvo tres hijos: Alberto Jorge (ginecólogo y
obstetra), Viviana Ofelia (veterinaria e ingeniera agrónoma) y Gustavo Alberto
(cirujano plástico).
Su estilo ya estaba definido: sus movimientos de un lado al
otro del escenario, sus inclinaciones frente al micrófono, que manejaba con su
mano derecha muy cerca de sus labios, su pañuelo en el bolsillo del saco, el
cuello de la camisa desabrochado y la corbata aflojada constituían toda una
marca.
Castillo se consideraba bien de pueblo y alguna vez tropezó
con algún pituco que se ofendía por las letras de los tangos. Así ocurrió que,
en 1944, la policía debió interrumpir el tránsito frente al teatro Alvear de la
calle Corrientes.
En ese tiempo, ya no pertenecía a la orquesta de Tanturi. Su
inclinación hacia las expresiones más reas lo acercaron al candombe, junto a
bailarines negros, como fue el caso de Charon (Osvaldo Sosa Cordero) que
compartió la fama del ídolo. El ritmo estaba en "Siga el baile", el
"Baile de los morenos", "El cachivachero" o el escrito por
él "Candonga".
La capacidad para inventar letras se tradujo en tangos como
"Yo soy de la vieja ola", "Muchachos, escuchen",
"Cucusita", "Así canta Buenos Aires", "Un regalo del
cielo", "A Chirolita", "¡Adónde me quieren llevar!",
"Castañuelas", "Cada día canta más", más dos marchas
"La perinola" y "Año nuevo".
El cine lo convirtió en actor natural. Su debut fue en 1946
con "Adiós pampa mía". Le siguieron "El tango vuelve a París"
(1948) junto a Troilo: "Un tropezón cualquiera da en la vida" (1948),
con Virginia Luque, "Alma de bohemio (1948), "La barra de la
esquina" (1950), "Buenos Aires mi tierra querida" (1951),
"Por cuatro días locos" (1953), "Ritmo, amor y picardía"
(1955), "Música, alegría y amor" (1956) y "Luces de
candilejas" (1958) en estas tres con la rumbera Amelita Vargas, y
"Nubes de humo" (1959).
El último éxito de Castillo fue en 1993, cuando grabó
"Siga el baile" con Los Auténticos Decadentes, en el disco de la
banda "Fiesta monstruo", y se ganó a la muchachada de fin de siglo,
tal como lo había logrado con la de los años 40.
Habrá que recordar, entre sus temas identificatorios:
"Noches de Colón" (1926), grabado en 1941, y "Muñeca Brava
(1942) y "Así se baila el tango (1942) con Tanturi; "Los cien barrios
porteños", uno de sus clásicos en forma de vals, grabado en 1945 y
esgrimido durante toda su carrera, el candombe montevideano "Siga el
baile", otro de sus caballitos de batalla, grabado en 1953 para el sello Odeón,
que lo volvió a grabar en 1960 y finalmente en el ya mencionado 1993, y
"Yo soy de la vieja ola", con letra escrita por el propio Castillo en
protesta por la irrupción de la Nueva Ola, grabado en 1959. .
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24 de julio 2002
René Vargas Vera
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