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Nota de JOSE M. GARCIA ARECHA y EMILIO GIBAJA
publicada en LA NACION en la edición impresa
del día Miércoles 26 de junio de 2013
El nuevo aniversario del golpe destituyente que removió del poder al presidente Arturo Illia, que se cumple el viernes, motiva estas líneas no para descalificar a sus autores -lo cual no es necesario, pues la mayoría de ellos manifestó su arrepentimiento o pidió disculpas públicas- sino para señalar, con hechos y actitudes, que Illia no sólo fue un hombre honrado sino también un gran presidente y un republicano ejemplar, datos no tan difundidos y hasta desconocidos por millones de argentinos que no vivieron en esa época.
En un breve repaso de su gestión de gobierno podemos
destacar logros en distintas áreas. En relaciones exteriores, por ejemplo, los
problemas limítrofes con Chile se canalizaron amistosamente en 1965, pese a un
enfrentamiento armado previo, con el tratado firmado entre Eduardo Frei e
Illia. En octubre de ese año, Illia se opuso con firmeza al envío de tropas a
la República Dominicana. La ONU dictó la resolución 2065, que obligaba al Reino
Unido a negociar con nuestro país el problema de Malvinas. Illia encarriló
además las relaciones con el Vaticano después de décadas, avanzando el
Concordato con la Santa Sede. Recibió en el país la visita, con la firma de
tratados internacionales, de los entonces presidentes de Francia, Charles de
Gaulle; de Italia, Giuseppe Saragat; de Alemania, Heinrich Luebke; también del
rey Balduino de Bélgica; del sha de Persia, Mohammad Reza Pahlevi, y del
senador Robert Kennedy, entre otras destacadas personalidades.
En asuntos de defensa, Illia afrontó la lucha antisubversiva
en el marco de la Constitución. A través de la acción de la Gendarmería
combatió en la selva salteña a un grupo guerrillero encabezado por Jorge
Masetti (Ejército del Pueblo), derrotándolo.
En materia económica, debemos destacar el crecimiento del
Producto Bruto Industrial un 18,9% en 1964 y un 13,8 en el año siguiente. El
desempleo, que en 1963 ascendía al 8,8%, se redujo en 1966 al 5,2. La deuda
externa, que alcanzaba la cifra de 3300 millones de dólares en 1963, bajó a
2600 millones en 1965.
En educación, se puso en marcha el plan nacional de
alfabetización, se aumentó el presupuesto educativo y se bajó el costo.
En el área laboral, en junio de 1964, entre otras leyes se
promulgó la ley del salario mínimo, vital y móvil, en tanto el salario real
aumento un 6,2% en 1964 y un 5,4 en 1965. Se sancionó también, en materia de
salud, la ley de medicamentos conocida por el nombre del ministro Oñativia, que
estableció que los medicamentos, al tener clientes cautivos, no eran productos
comerciales sino bienes sociales que debían ser regulados.
Sobre el respeto al federalismo, tan vapuleado en nuestros
tiempos, vale destacar que durante su gestión nunca una obra pública nacional
estuvo condicionada al apoyo político del intendente o del gobernador
correspondiente. Sirva como símbolo la cesión de la residencia El Mesidor, que
efectúo la Nación a la provincia del Neuquén, gobernada por opositores.
Illia llevó una vida austera y sencilla, enmarcada en
profundas pautas éticas, pero también en la convicción de que se podía ser sin
necesidad de tener.
Es destacable también su profundo rechazo a la manipulación
de la opinión publica a través de la deformación informativa del aparato
comunicacional del Estado. Había observado, en un prolongado viaje por Europa,
este fenómeno desplegado antes de la Segunda Guerra Mundial por el fascismo y
el nazismo. En contraste con nuestra realidad actual, Arturo Illia dijo:
"Nunca uso la cadena nacional para dar mensajes de política de
gestión".
Mientras ejerció el cargo presidencial solía salir de la
Casa de Gobierno a la Plaza de Mayo para visitar funcionarios con despacho
cercano. Caminaba y conversaba con la gente.
Cuando fue echado del gobierno por la fuerza, se retiró
acompañado por su gabinete, amigos y correligionarios hasta Rivadavia y
Reconquista. Rechazó los autos que se le ofrecieron y se tomó un taxi. Se
trasladó a Martínez, a la casa de un hermano suyo en la calle Pueyrredón, entre
Sargento Cabral y Necochea. Como no tenía teléfono, se instalaba en una
mercería, "lo de Doña Querina", a una cuadra de donde vivía, y allí a
la tarde recibía llamadas y convenía reuniones. Si no lo iban a buscar, viajaba
a la Capital en el colectivo 60, para asombro de los pasajeros. En Buenos
Aires, era usual encontrarlo en distintos restaurantes. Su ingreso solía llevar
tiempo, por el saludo y la charla con muchos de los comensales. Podríamos
agregar muchas más anécdotas. Durante sus últimos años, cuando estaba en
Córdoba, se alojaba en la habitación de la clínica Conde, en Villa Carlos Paz.
Cuando asumió, su declaración jurada consistió en un plazo
fijo, un auto y su casa en Cruz del Eje, regalada por sus pacientes y amigos.
Cuando dejó la presidencia sólo le quedaba esa casa.
Nunca confrontó ni agravió ni descalificó. Para él, el
respeto a la Constitución y a la ley era sagrado.
Que sirva todo esto como contraste con lo que ocurre en la
Argentina actual. Y ojalá luchemos por un país en el que estas conductas
recuperen el valor que han tenido.
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