fuente: EL HISTORIADOR.COM
Hacia junio de 1966, el comodoro retirado Juan José
Güiraldes, director de la revista Confirmado y sobrino de Ricardo Güiraldes,
decía: “Si para salvar…la constitución, un nuevo gobierno debe negarla de
inmediato, habrá que optar”. Era la confirmación de que el golpe estaba en
marcha, tanto que finalizaba su nota advirtiendo: “…creo que sólo un milagro
salva a este gobierno”.
Sólo tres años atrás, el 31 de julio de 1963, Arturo Illia
había sido electo presidente de la Nación. El contexto de debilidad del sistema
institucional quedaba al descubierto con la humorada popular, que se jactaba de
que el país contaba con tres presidentes: Illia, electo; Guido, interino; y
Frondizi (depuesto en 1962), el constitucional. Las elecciones de 1963 marcaban
también la debilidad del sistema partidario: una atomización de fuerzas había
dado apenas un 25% de los votos para la fórmula ganadora.
El gobierno de Illia, “custodiado” por las Fuerzas Armadas,
tuvo un rumbo errático, imposibilitado –por su debilidad intrínseca (una escasa
cantidad de votos y una negativa a
conformar alianzas)- de consolidar siquiera aquellas medidas que congeniaban
con el anhelo popular, como la anulación de los contratos petroleros, la ley de
medicamentos y cierta inicial reactivación económica.
Un contexto político y social en creciente ebullición
caracterizado por el fenomenal Plan de Lucha de la CGT, la aparición de la
guerrilla guevarista en Salta, el crecimiento electoral de las fuerzas
peronistas en 1965 y su posible triunfo en 1967 y el enojo de militares con una
política exterior que, por caso, los subordinaba a la comandancia brasilera en
la intervención de Santo Domingo, contribuyó a crear un clima adverso para el
gobierno y alimentaba las imágenes públicas que identificaban la gestión de
Illia con la lentitud, la inoperancia y el anacronismo.
Así, cuando a partir de un primer año positivo, la situación
económica comenzó a desbarrancar y se presentaron hacia 1966 los signos de una
franca recesión, las críticas comenzaron a arreciar y -salvo algunos sectores
radicales, otros pequeños partidos y buena parte de los medios universitarios-,
una mayoría popular y la casi totalidad de las organizaciones sociales creían necesario
un golpe. Un nuevo derrocamiento del maltrecho orden constitucional estaba
cantado, pero aun así, Illia estaba convencido de que aquello no era factible.
La voluntad intentaba sobreponerse a la cruda realidad.
El 28 de junio de 1966, el gobierno de Illia cayó –según se
ha dicho- como una fruta madura. El general Julio Alsogaray, de grandes
contactos con la diplomacia norteamericana, desalojó personalmente al
presidente de la Casa Rosada, tras un tenso careo en los despachos. Apenas
alguna manifestación en Córdoba intentó detener lo inminente. Illia no era el
hombre fuerte que buscaban los sectores del poder, alguien que pudiera encarar
una profunda transformación. Detrás suyo había emergido el general Juan Carlos
Onganía.
Semanas después del golpe, desde la revista Extra, el
periodista Mariano Grondona alegaba: “Detrás de Onganía queda la nada. (...)
Onganía hace rato que probó su eficiencia. La de su autoridad. La del mando. Si
organizó el Ejército (...) ¿por qué no puede encauzar el país? Puede y debe. Lo
hará”. Tres años más tarde, también Onganía saldría eyectado de la Casa Rosada.
En un nuevo aniversario del derrocamiento de un presidente
electo por el voto popular, recordamos la escena que tuvo lugar en el despacho
de la Casa Rosada, cuando Illia enfrentó, prácticamente en soledad, el desalojo
militar.
Fuente: Inédito, 21 de junio de 1967; en Marcelo Cavarozzi,
Autoritarismo y democracia, Buenos Aires, Editorial Eudeba, 2004, págs.
153-155.
En la ciudad de Buenos Aires, siendo las 5.20 horas del día
28 de junio de 1966, en el despacho del Excelentísimo Señor presidente de la
Nación Argentina, doctor Arturo U. Illia, se encuentran reunidos acompañando al
Primer Magistrado ministros, secretarios de Estado, secretarios de la
presidencia, subsecretarios, edecanes del señor presidente, legisladores,
familiares y amigos.
El señor presidente de la República se encuentra firmando un
documento, mientras que un colaborador aguarda a su lado para hacerse dedicar
una fotografía. En ese instante irrumpe en el despacho un general de la Nación,
precedido por el jefe de la Casa Militar, brigadier Rodolfo Pío Otero, una
persona civil y algunas otras con uniforme militar. El mencionado general se
ubica sobre el lado izquierdo del señor presidente y pretende arrebatar una
fotografía que el doctor Illia se apresta a firmar…
El presidente de la República impide con gesto enérgico
semejante actitud, produciéndose entonces el siguiente diálogo:
General: ¡Deje eso! ¡Permítame…!
Varias voces: ¡No interrumpa al señor presidente!
Presidente: ¡Cállese! ¡Esto es mucho más importante que lo
que ustedes acaban de hacer a la República! ¡Yo no lo reconozco! ¿Quién es
usted?
General: Soy el general Alsogaray.
Presidente: ¡Espérese! Estoy atendiendo a un ciudadano.
¿Cuál es su nombre, amigo?
Colaborador: Miguel Ángel López, jefe de la secretaría
privada del doctor Caeiro, señor presidente.
Presidente: Este muchacho es mucho más que usted, es un
ciudadano digno y noble. ¿Qué es lo que quiere?
General: Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe.
Presidente: El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy
yo; mi autoridad emana de esa Constitución, que nosotros hemos cumplido y que
usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a
sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto.
General: En representación de las Fuerzas Armadas vengo a
pedirle que abandone este despacho. La escolta de granaderos lo acompañará.
Presidente: Usted no representa a las Fuerzas Armadas. Sólo
representa a un grupo de insurrectos. Usted, además, es un usurpador que se
vale de las fuerzas de los cañones y de los soldados de la Constitución para
desatar la fuerza contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como
salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada.
General: Señor pres… Dr. Illia…
Varias voces: ¡Señor presidente! ¡Señor presiente!
General: Con el fin de evitar actos de violencia le invito
nuevamente a que haga abandono de la Casa.
Presidente: ¿De qué violencia me habla? La violencia la
acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he
predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos; he
asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica.
Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y Belgrano, le han
causado muchos males a la Patria y se los seguirán causando con estos actos. El
país les recriminará siempre esta usurpación, y hasta dudo que sus propias
conciencias puedan explicar lo hecho.
Persona de civil: ¡Hable por usted y no por mí!
Presidente: Y usted, ¿quién es, señor…?
Persona de civil: ¡Soy el coronel Perlinger!
Presidente: ¡Yo hablo en nombre de la Patria! ¡No estoy aquí
para ocuparme de intereses personales, sino elegido por el pueblo para trabajar
por él, por la grandeza del país y la defensa de la ley y de la Constitución
Nacional! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted,
general, es un cobarde, que mano a mano no sería capaz de ejecutar semejante
atropello!
General: Usted está llevando las cosas a un terreno que
entiendo no corresponde.
Dr. Edelmiro Solari Yrigoyen: ¡Los que somos hijos y nietos
de militares nos avergonzamos de su actitud!
Presidente: Con este proceder quitan ustedes a la juventud y
al futuro de la República la paz, la legalidad, el bienestar…
General: Doctor Illia, le garantizamos su traslado a la
residencia de Olivos. Su integridad física está asegurada.
Presidente: ¡Mi bienestar personal no me interesa! ¡Me quedo
trabajando aquí, en el lugar que me indican la ley y mi deber! ¡Como comandante
en Jefe le ordeno que se retire!
General: ¡Recibo órdenes de las Fuerzas Armadas!
Presidente: ¡El único jefe supremo de las Fuerzas Armadas
soy yo! ¡Ustedes son insurrectos! ¡Retírense!...
Perlinger: Señor Illia, su integridad física está plenamente
asegurada, pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran.
Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…
Presidente: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que
está haciendo. (Dirigiéndose a la tropa policial.) A muchos de ustedes les dará
vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera
son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos.
Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar
a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces
para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!
Perlinger: ¡Usaremos la fuerza!
Presidente: ¡Es lo único que tienen!
Perlinger (dando órdenes): ¡Dos oficiales a custodiar al
doctor Illia! ¡Los demás, avancen y desalojen el salón!
fuente: EL HISTORIADOR.COM
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