sábado, 24 de agosto de 2013

ANGEL MAGAÑA, NURI MONTSÉ


NURI MONTSÉ 1917 - 1971



Nota de  RAFAEL GARRITANO



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“Era muy tranquila; jamás alguien podrá decir que se alteraba por algo”, cuenta su hija, la también actriz Julieta Magaña, y continúa: “Pero un día, como tantas veces, vino a nuestra casa Tita Merello, gran amiga de mis viejos, y compañera de mi papá en muchas películas, y Tita empezó con lo que decía siempre: ´cómo te envidio, Nuri; qué lindas hijas tenés; cómo te envidio´. Mi mamá empezó a subir las escaleras, para ir a buscar algo al piso de arriba, y de repente se dio vuelta y enfureció. ´¡Basta, Tita, estoy podrida de que me digas que me envidiás!´ con un grito que todavía resuena”. Ese día hizo temer a la propia Merello. Nunca más se tocó el tema.



María Montserrat Juliá era argentina, pero a los poquísimos años de vida sus padres la llevaron a Catalunya, haciendo honor a su nombre, su historia, sus raíces. Allí vivió junto a sus abuelos queridos, en un pueblo balneario, Vilasar de Mar. “Por eso muchos creen que era catalana, pero era orgullosamente argentina, así como sentía orgullo de su ascendencia” relatan sus hijas, Julieta y Alejandra. Así era como “se escapaba”, según Julieta, a Palermo, donde se celebraban fiestas de su comunidad; iba sola, ya que quería vivir su mundo. Bailaba la sardana junto a catalanes y descendientes. La danza consiste en formar grupos de personas que se toman de las manos y las levantan, con pasos muy chicos, pero precisos. Dan vueltas una y otra vez, mientras se va sumando gente, para hacer el círculo más grande. Identidad, unión, orgullo. Virtudes que Nuri poseía, ya que era una anfitriona de lujo, recibiendo en su hogar a decenas, y hasta cientos de invitados.



Su casa en Vicente López era la de muchos; comían, charlaban, jugaban. Por ella pasaron casi todos los grandes de la época dorada del cine nacional: Otra ronda que se agrandaba para dar paso a compañeros queridos. Claro que, siendo su marido Angel Magaña, esto se multiplicaba y justificaba. Otro de los grandes deleites de esta mujer de cara eternamente dulce eran los mariscos; “podía comer enormes cantidades de lo que para ella era un manjar que le hacía recordar a sus abuelos; con eso, ella era la mujer más feliz del mundo”, rememoran sus hijas. Y practicaba una travesura divertida e inocente: Se disfrazaba de cualquier cosa, y salía a la calle, para diversión de hijas y vecinos. Ya no había vestuaristas de cine; pero sí su ingenio y sus ganas de divertirse.



Estudió en el Teatro Labardén, donde tuvo de profesora a Alfonsina Storni; empezó a trabajar siendo una joven muy joven, especialmente en teatro, al lado de figuras como Florencio Parravicini y Enrique Serrano. A Magaña lo conoció haciendo “La ninfa constante”, en el Teatro Nacional Cervantes. Ángel la vio, y se enamoró al instante. Claro que eran tiempos de extensos rodajes, de meses afuera en provincias, de giras largas y agotadoras. Pero Nuri lo esperó; iban y venían, y finalmente se casaron, tras diez años de noviazgo.



 Tuvieron que esconderse de la prensa acosadora; era el año ‘46, y Montevideo fue la ciudad ideal para casarse lejos de los fotógrafos. Ya en Buenos Aires, una iglesia de Villa Lugano fue el lugar secreto de la ceremonia religiosa. Luna de miel en Bariloche, y Angelet (así lo llamaba Nuri a su marido) quiso obsequiarla con mariscos; un brote profundo fue el resultado, pero mejor fue otra consecuencia: a los nueve meses nació la primogénita Julieta.



Nuri se retiró de su trabajo de actriz, salvo cuando Magaña le pedía que trabajara, en algunos casos aislados. Cuidó a sus dos hijas con esmero de excelente ama de casa, sin dejar de frecuentar a sus amistades de siempre, del mundo del espectáculo.














En 1971 Nuri debió ser internada en el hospital María Ferrer, de Barracas, donde uno de los dos pulmotores la asistiría. Su marido se fue a vivir a un hotel que aún hoy está justo enfrente, y cuya ventana daba a la ventana de su amada esposa. Por allí desfilaron compañeros de toda la vida, como Osvaldo Pacheco, Tita Merello, Niní Marshall, las hermanas Legrand, esperando que se produjera el milagro de que la ventana del hospital se abriera. “Yo siempre espero que se levante” decía Magaña, para finalizar con una proclama de amor: “Deberían poner una plaqueta, acá, donde diga que había una historia de amor”. Nuri partió el 26 de diciembre del ´71, un día después de haber cumplido 54 años.



Nota de  RAFAEL GARRITANO



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