NURI MONTSÉ 1917
- 1971
Nota de RAFAEL GARRITANO
“Era muy
tranquila; jamás alguien podrá decir que se alteraba por algo”, cuenta su hija,
la también actriz Julieta Magaña, y continúa: “Pero un día, como tantas veces,
vino a nuestra casa Tita Merello, gran amiga de mis viejos, y compañera de mi
papá en muchas películas, y Tita empezó con lo que decía siempre: ´cómo te
envidio, Nuri; qué lindas hijas tenés; cómo te envidio´. Mi mamá empezó a subir
las escaleras, para ir a buscar algo al piso de arriba, y de repente se dio
vuelta y enfureció. ´¡Basta, Tita, estoy podrida de que me digas que me
envidiás!´ con un grito que todavía resuena”. Ese día hizo temer a la propia
Merello. Nunca más se tocó el tema.
María Montserrat
Juliá era argentina, pero a los poquísimos años de vida sus padres la llevaron
a Catalunya, haciendo honor a su nombre, su historia, sus raíces. Allí vivió
junto a sus abuelos queridos, en un pueblo balneario, Vilasar de Mar. “Por eso
muchos creen que era catalana, pero era orgullosamente argentina, así como
sentía orgullo de su ascendencia” relatan sus hijas, Julieta y Alejandra. Así
era como “se escapaba”, según Julieta, a Palermo, donde se celebraban fiestas
de su comunidad; iba sola, ya que quería vivir su mundo. Bailaba la sardana
junto a catalanes y descendientes. La danza consiste en formar grupos de
personas que se toman de las manos y las levantan, con pasos muy chicos, pero
precisos. Dan vueltas una y otra vez, mientras se va sumando gente, para hacer
el círculo más grande. Identidad, unión, orgullo. Virtudes que Nuri poseía, ya
que era una anfitriona de lujo, recibiendo en su hogar a decenas, y hasta
cientos de invitados.
Su casa en
Vicente López era la de muchos; comían, charlaban, jugaban. Por ella pasaron
casi todos los grandes de la época dorada del cine nacional: Otra ronda que se
agrandaba para dar paso a compañeros queridos. Claro que, siendo su marido
Angel Magaña, esto se multiplicaba y justificaba. Otro de los grandes deleites
de esta mujer de cara eternamente dulce eran los mariscos; “podía comer enormes
cantidades de lo que para ella era un manjar que le hacía recordar a sus
abuelos; con eso, ella era la mujer más feliz del mundo”, rememoran sus hijas.
Y practicaba una travesura divertida e inocente: Se disfrazaba de cualquier
cosa, y salía a la calle, para diversión de hijas y vecinos. Ya no había
vestuaristas de cine; pero sí su ingenio y sus ganas de divertirse.
Estudió en el
Teatro Labardén, donde tuvo de profesora a Alfonsina Storni; empezó a trabajar
siendo una joven muy joven, especialmente en teatro, al lado de figuras como
Florencio Parravicini y Enrique Serrano. A Magaña lo conoció haciendo “La ninfa
constante”, en el Teatro Nacional Cervantes. Ángel la vio, y se enamoró al
instante. Claro que eran tiempos de extensos rodajes, de meses afuera en
provincias, de giras largas y agotadoras. Pero Nuri lo esperó; iban y venían, y
finalmente se casaron, tras diez años de noviazgo.
Tuvieron que esconderse de la prensa
acosadora; era el año ‘46, y Montevideo fue la ciudad ideal para casarse lejos
de los fotógrafos. Ya en Buenos Aires, una iglesia de Villa Lugano fue el lugar
secreto de la ceremonia religiosa. Luna de miel en Bariloche, y Angelet (así lo
llamaba Nuri a su marido) quiso obsequiarla con mariscos; un brote profundo fue
el resultado, pero mejor fue otra consecuencia: a los nueve meses nació la
primogénita Julieta.
Nuri se retiró de
su trabajo de actriz, salvo cuando Magaña le pedía que trabajara, en algunos
casos aislados. Cuidó a sus dos hijas con esmero de excelente ama de casa, sin
dejar de frecuentar a sus amistades de siempre, del mundo del espectáculo.
En 1971 Nuri
debió ser internada en el hospital María Ferrer, de Barracas, donde uno de los
dos pulmotores la asistiría. Su marido se fue a vivir a un hotel que aún hoy
está justo enfrente, y cuya ventana daba a la ventana de su amada esposa. Por
allí desfilaron compañeros de toda la vida, como Osvaldo Pacheco, Tita Merello,
Niní Marshall, las hermanas Legrand, esperando que se produjera el milagro de
que la ventana del hospital se abriera. “Yo siempre espero que se levante”
decía Magaña, para finalizar con una proclama de amor: “Deberían poner una plaqueta,
acá, donde diga que había una historia de amor”. Nuri partió el 26 de diciembre
del ´71, un día después de haber cumplido 54 años.
Nota de RAFAEL GARRITANO
Hermosa historia de amor vi pelicula de ambos
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