Era un invierno criminalmente frío. La idea se le ocurrió al
abrir la tapa del horno y sentirse envuelto en una ola de aire caliente,
achicharrante. Sería un verdadero negocio envasarlo y venderlo.
Lo puso en práctica en seguida. Salió a la calle con un
carrito de mano y casa por casa fue adquiriendo a precios de pichincha
centenares de botellas vacías. Ya en su casa, encendió el gas del horno y
aguardó a que se elevara la temperatura interior. Cuando consideró logrado el
punto conveniente, abrió, metió la cabeza dentro, aspiró el aire abrasante y lo
sopló en la primera botella, que tapó ajustadamente con un corcho. Repitió el
procedimiento con unas cuantas y salió a venderlas.
Hizo un negocio redondo. Las vendía en cajones de doce
botellas cada uno y no daba abasto. Lo único en contra era que de tanto meter
la cabeza en el horno había perdido, en reiteradas chamusquinas, el pelo de la
cabeza, de las orejas y del bigote. Sin embargo, no desistía. Ganaba mucho
dinero. No era cuestión de abandonar semejante ganga por pelos de más o de
menos.
Un día sintió cierta picazón en una oreja y al intentar
rascársela se le desprendió convertida en ceniza. Lo mismo le paso con la otra
a la semana siguiente, y más tarde con la nariz, el cuero cabelludo, la piel de
la cara y los párpados. Inexplicablemente, conservó hasta el final los labios.
Cuando éstos también se le cayeron le resultó imposible soplar el aire caliente
dentro de las botellas. Y se le acabó el negocio.
JOAQUIN GOMEZ BAS - EL HORNO
35 cuentos breves argentinos
selección de Fernando Sorrentino
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