EL HÍBRIDO - FRANZ KAFKA
Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una
herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más
cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas,
del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y
chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par
saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un
ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de
los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo
favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones.
Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un
asesinato.
Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes
tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un
gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la
mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de
la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que
no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué
soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué
sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos,
como se llama, etcétera.
No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi
propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una
vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron
escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus
ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.
En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de
perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia
que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de
un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene
un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en
nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se
me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara
ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a
cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por
acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el
animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban
en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero
el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena
cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero,
aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al
sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al
oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente
para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo
hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca
alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para
este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar
hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos
humanos, que me instigan al acto razonable.
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