Amelia REquena
Me habían
invitado a pasar unos días en la casa de las sierras.
Mi prima Rosario,
quien vivía ahí desde la muerte de la abuela, me llamó por teléfono para eso.
Al principio pensé no ir. Después me pareció una buena ocasión para recordar,
en ese ambiente pintoresco algunas vivencias de nuestra niñez y adolescencia
que habíamos compartido allí.
Desde el momento
en que resolví ir, empecé a imaginarme unos días fantásticos: en buena
compañía, con buen tiempo. Además caminatas, paseos, cabalgatas y todo eso en
medio de los paisajes lindísimos de
Carlos Paz. Pintaba como para paladear de antemano, unos días placenteros
inolvidables.
Me equivoqué.
Nada más lejano. Apenas si alcanzamos a almorzar junto a los otros invitados,
la prima Haydeé y el primo Luis, cuando se desató una tormenta verbal,
horrorosa, entre los huéspedes quienes mostraban las peores
intenciones.Intercambiaron comentarios venenosos entre unos y otros:
- Vos, por qué te
adueñaste de las piezas de porcelana de la abuela?
- Y aquel sillón
tan bonito a dónde fue a parar?
- Y el cofre con
el oro y las perlas?
Así, mientras
hacían listas interminables de reclamos sacaban a relucir sus miserias más
profundas. Parecían aves de rapiña. De huéspedes contentos dispuestos a
disfrutar nos habíamos convertido en unos seres irascibles, violentos, dueños de lenguas sin freno y con
cargas de resentimientos arrastradas por años. En ese ambiente de furias, de
pasiones, hasta el paisaje parecía haber desaparecido.
Cambié mi
decisión: pensaba quedarme unos días pero me volví esa misma noche.
AMELIA REQUENA
ANTEOJOS NEGROS
publicado 2007
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