OSIRIS RODRIGUEZ CASTILLOS
No es ésta una
canción
para el
atormentado madero
que me acompaña,
sino para la
secreta guitarra
que origina mi
canto.
Esa que, como el
cardo,
abre una flor
azul y deja que el viento
se la lleve en
semillas.
I
La hallé en el
monte enredada
por el cipó y las
enviras
pozo de tiempo,
su boca
conservaba
todavía
plumas que fueron
de un nido,
de alguna cabeza
indígena,
o de las alas de
un canto
que amaneció en
agonía.
Fue casi al
llegar al fondo
de alguna senda
perdida
donde hasta la
luz se agacha
para cruzar
fugitiva,
y en lento
desovillado
la yarará se
desliza.
2
Hoy más que nunca
comprendo
la tristeza que
sentía.
Mi raza siempre
la tuvo
sobre el pecho
adormecida,
la untó con barro
de estrellas,
la vistió de
lunas finas,
le dio púrpuras
heroicas,
y con seda en las
clavijas
le imaginaba
cabellos
para brindarle
caricias.
Cuando la
encontré esa tarde,
como olvidada o
perdida,
la poblaba un
gran silencio
de pájaros con
llovizna.
(Es que el monte
reposaba
tras la última
crecida,
memorioso de
naufragios,
y sus vapores
prendían,
de las ramas
muertas, formas
deshilachadas y
efímeras.
No quedaba un
solo nido,
ni un solo piar
se oía).
Me corrió un frío
de muerte
por la sangre más
antigua.
Con varios filos
de lunas
le fui cortando
las fibras
que apretaban
entre sombras
su largo cuello
de niña,
y le hallé un
clavel del aire
florecido en las
clavijas.
Me la traje sol
afuera.
Sobre un rezo de
cuchilla
donde crecen las
auroras
de mi pago, donde
inicia
su portada el
arco iris
cuando escampan
las lloviznas,
le escuché
medroso el pecho,
la abrigué con
mis caricias,
y el buen sol de
aquél ocaso
con su roja frase
tibia
la bañaba en el
concepto
luminoso de la
vida.
II
En la rueca de la
luna
hilé seis
angustias mías;
con ellas hice
una escala
luminosa de agua
limpia
para entrar a mi
guitarra
como una gruta
perdida,
y allí estaba el
olvidado
cielo de la
gauchería;
telaraña con
rocío
de estrellas
adormecidas
cerca de Dios en
la noche
donde la copla
suspira;
pago azul
recuperado
para el tropel de
la cifra;
para que el alma
de España
le cante a la
raza india
por las rejas de
la lluvia
con pena de
vidalita;
para que el
gaucho no muera;
para que nadie me
diga
que ha muerto
hace mucho tiempo
crucificado en la
risa
con un alambre de
púas
como corona de
espinas.
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