Cuando la inspiración
llega me dejo llevar por el momento. Momento mágico, casi como una plegaria esa
intersección entre la palabra y nuestras manos. Retorna en mi escritura aquel
niño que fui pero que me habita y me transporta a mi pueblo natal, a mi río,
mis calles, la siesta y los duendes, la magia de los seres queridos, muchos que
ya no están. Momento en que recupero los colores, la música y los olores de
aquella época. También la inspiración puede llegar como un grito, una denuncia,
porque somos seres sociales y lo que pasa a nuestro alrededor nos duele e
increpa, entonces nacen poemas que son como un testimonio de lo que nos pasa,
nos pasó y así surgen textos a Desaparecidos, Pueblos originarios o niños
devastados, entre otros temas que nos duelen como sociedad. Además cometemos la
proeza de amar o de estar solos o de ser abandonados en la intemperie de la
vida y brotan así esos poemas que nos alivianan el alma o nos liberan o nos
consuelan de alguna manera.
Cuando estoy inscribiendo
es como que me apartara del mundo con esa certeza de que las palabras llegarán
desde algún lugar sagrado, un lugar que nos fue concedido para crear, para
indagar y descubrir. No sé el camino, lo que nacerá o lo que vendrá, me dejo
llevar. Tampoco sé si en ese momento soy yo el que escribe.
Edna Pozzi dice:
“Todas las mañanas
lavas mis heridas
y me das un pañuelo
limpio
para guardar mi alma”
y creo que es la
poesía la que cura las heridas o las hace más tenues, más suaves. Y, también,
creo fervorosamente, aunque suene trillado, que ella nos acuna y nos salva.
Gustavo Tisocco.
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