1911
Lo veo.
Desde la borda del
poema lo veo.
Catorce años tiene el
que va a ser mi padre.
Viene en el
“Arlanza”. No me ve.
No tiene rostro la
tierra que lo espera.
Avanza la nave que
muerde aguas de extraños idiomas.
No lee ni escribe el
que va a ser mi padre.
Helado trae el dibujo
de la letra.
Oigo el naufragio de
sus vapores de adentro
y su silencio me da
de garrotazos por la cabeza.
Grandotas tinieblas
le bailan alrededor.
Duele el frío sobre
la cubierta.
El muchachito no me
ve pero me dicta:
“congoja”, apunte la
palabra “congoja”, hijo,
y apunte “susto”, y
no deje de apuntar “soledad”.
Una palabra de lana
vuela hasta su cuello,
otra de abrigo
desciende sobre sus hombros.
No lee ni escribe el
que va a ser mi padre.
Respira un verde aire
de consuelo
cuando me sueña
escribiendo
en su sueño de más
felicidad.
Y detiene el que será
su forzado carro de labor
para dictarme:
apunte, hijo,
la palabra “trabajo”
y “techo” y “cama” apunte
y tambien “sopa de
pollo
con sus flotantes
monedas de oro”.
Lo veo. No me ve.
Le oigo: “tome mi
mano, hijo,
guíela,
escribamos”.
MARCOS SILBER.
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