Los microcuentos "La institución conyugal" y
"El beso" fueron tomados del libro Bocas del tiempo, Ed. Siglo XXI;
"El parto" fue tomado de 100 relatos breves, Ed. El conejo.
Eduardo Galeano: nació en Montevideo, en 1940. Es periodista
y uno de los escritores más relvantes de latinoamérica. Ha publicado unos
cuarenta libros, y su estilo combina la ficción con la historia, la crónica y
la política. Algunos de los más conocidos son Las venas abiertas de América
Latina, El libro de los abrazos y Memoria del fuego.
EL BESO.
Antonio Pujía eligió, al azar, uno de los bloques de mármol
de Carrara que había ido comprando a lo largo de los años.
Era una lápida. De alguna tumba vendría, vaya a saber de
dónde; él no tenía la menor idea de cómo había ido a parar a su taller.
Antonio acostó la lápida sobre una base de apoyo, y se puso
a trabajarla. Alguna idea tenía de lo que quería esculpir, o quizá no tenía
ninguna. Empezó por borrar la inscripción: el nombre de un hombre, el año del
nacimiento, el año del fin.
Después, el cincel penetró el mármol. Y Antonio encontró una
sorpresa, que lo estaba esperando piedra adentro: la veta tenía la forma de dos
caras que se juntaban, algo así como dos perfiles unidos frente a frente, la
nariz pegada a la nariz, la boca pegada a la boca.
El escultor obedeció a la piedra. Y fue excavando,
suavemente, hasta que cobró relieve aquel encuentro que la piedra contenía.
Al día siguiente, dio por concluido su trabajo. Y entonces,
cuando levantó la escultura, vio lo que antes no había visto. Al dorso, había
otra inscripción: el nombre de una mujer, el año del nacimiento, el año del
fin.
LA INSTITUCION CONYUGAL
El capitán Camilo Techera siempre andaba con Dios en la
boca, buenos días si Dios quiere, hasta mañana si Dios quiere.
Cuando llegó al cuartel de artillería, descubrió que no
había ni un solo soldado que estuviera casado como Dios manda y que vivían
todos en pecado, retozando en promiscuidad como las bestias del campo.
Para acabar con aquel escándalo que ofendía al Señor, mandó
llamar al sacerdote que oficiaba misa en la ciudad de Trinidad. En un solo día,
el cura administró a los soldados de la tropa, cada cual con su cada cuala, el
santísimo sacramento del matrimonio en nombre del capitán, del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo.
Todos los soldados fueron maridos desde aquel domingo.
El lunes, un soldado dijo:
—Esa mujer es mía.
Y clavó el cuchillo en la barriga de un vecino que la estaba
mirando.
El martes, otro soldado dijo:
—Para que aprendas.
Y retorció el pescuezo de la mujer que le debía obediencia.
El miércoles...
EL PARTO.
Tres días de parto y el hijo no salía.
—Tá trancado. El negrito tá trancado —dijo el hombre.
Él venía de un rancho perdido en los campos.
Y el médico fue.
Maletín en mano, bajo el sol del mediodía, el médico anduvo
hacia la lejanía, hacia la soledad, donde todo parece cosa del jodido destino;
y llegó y vio.
Después se lo contó a Gloria Galván:
—La mujer estaba en las últimas, pero todavía jadeaba y
sudaba y tenía los ojos muy abiertos. A mí me faltaba experiencia en cosas así.
Yo temblaba, estaba sin un criterio. Y en eso, cuando corrí la cobija, vi un
brazo chiquitito asomando entre las piernas abiertas de la mujer.
El médico se dio cuenta de que el hombre había estado
tirando. El bracito estaba despellejado y sin vida, un colgajo sucio de sangre
seca, y el médico pensó: No hay nada que hacer.
Y sin embargo, quién sabe por qué, lo acarició. Rozó con el
dedo índice aquella cosa inerte y al llegar a la manito, súbitamente la manito
se cerró y le apretó el dedo con alma y vida.
Entonces el médico pidió que le hirvieran agua y se
arremangó la camisa.
EDUARDO GALEANO. Microcuentos.
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