martes, 31 de diciembre de 2013

FELIZ 2014 PARA TODOS....!!!!!!!

A todos los AMIGOS DEL BOLICHO:

Quiero darles a todos las Gracias..!!!!!! por venir a visitar mi lugar
seguramente a diario.
Como siempre les digo, yo sé quienes son algunos de ustedes...
a algunos los conozco personalmente, a otros solo virtualmente,
y a otros no los conozco, pero sé que están allí y que cada vez
son más.
Eso me alegra profundamente, ya que mi tarea de DIFUSION de nuestras costumbres, música de TANGO Y FOLKLORE, comidas, arte, curiosidades, o simplemente una foto... está teniendo eco.
Me basta con que alguno se vaya de aquí con una sonrisa.
O se quede pensando.
O descubra algún tango o vals que jamás antes había escuchado.
O vea algún cacharro o cuadro y diga.... Guau...!!!!! cómo pintaba este tipo...!!! o qué lindo será tocar arcilla...
Si a alguno se le ha escapado una lágrima leyendo algo...que comparto porque previamente se me cayó a mí esa lágrima...
mi tarea está cumplida.

MUCHAS GRACIAS A TODOS...!!!!!!

FELIZ AÑO 2014..!!!!!




en esta ocasión no vamos a brindar con vino... hoy no.

Brindo con cada uno de ustedes a la distancia, pero muy cerquita de mi corazón.

Brindo por la AMISTAD...!!!

SALÚ...!!!!

Graciela.
 

NELLY OMAR, AMAR Y CALLAR

LA QUERIDA NELLY OMAR - AMAR Y CALLAR

TE SEGUIMOS ESCUCHANDO....!!!!!!



* VAMOS A DAR UN PASEO...??

 
soledad maravillosa... 
último día del año...
y primero mañana...

QUIERO ESTAR AHÍ....!!!!!!

BARRO QUE TE QUIERO BARRO...GUILLERMO MAÑÉ

Obras de GUILLERMO MAÑÉ



  
 

fuente: página de facebook 
Obras del ceramista argentino GUILLERMO MAÑÉ

FRASES

Pensamientos de la Madre Teresa de Calcuta

* VERANO....VACACIONES...

lo más maravilloso que tiene el mar... es caminar a su orilla...
caminar por la playa... los pies en el agua y en la arena...
mirar el mar... respirar el mar... amar el mar...
ah...!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
suspiro nostalgioso...

HENRI MATISSE, PINTOR

1869 – Nace en Le Cateau-Cambrésis, Francia, el pintor Henri Matisse.
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Un día como hoy....31 de diciembre...pero de 1869...nacía
HENRY MATISSE.
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Portrait of Henri Matisse 1933 May 20.jpg 
Portrait of Henri Matisse 1933 May 20

Foto de Henri Matisse por Carl Van Vechten, 1933.

Nacimiento: 31 de diciembre de 1869

Le Cateau-Cambrésis Norte-Paso de Calais

Fallecimiento: 3 de noviembre de 1954, Niza, Francia

Nacionalidad: Francés

Movimiento: Fauvismo, Modernismo

 
Henri Émile Benoît Matisse (31 de diciembre de 1869 - 3 de noviembre de 1954) fue un pintor francés conocido por su uso del color y por su uso original y fluido del dibujo. Como dibujante, grabador, escultor, pero principalmente como pintor, Matisse es reconocido ampliamente, junto a Pablo Picasso como uno de los grandes artistas del siglo XX. Al inicio de su carrera se le identificó con el fauvismo y para los años 20 ya se había destacado por su maestría en el lenguaje expresivo del color y del dibujo, la cual desplegó en una inmensa producción que se extendió por más de medio siglo, y que consagró su reputación como una de las figuras centrales del arte moderno. Durante su trayectoria supo conjugar en sus obras la influencia de artistas como Van Gogh o Gauguin, con la de las cerámicas persas, el arte africano o las telas moriscas.

Biografía
Nació en Le Cateau-Cambrésis el 31 de diciembre de 1869, una pequeña localidad al norte de Francia, en el centro de una familia dedicada al comercio, específicamente de droguería y semillas. Inició estudios para seguir la tradición familiar (Abogacía), pero durante una convalecencia empezó a pintar y entonces descubrió su vocación. Se trasladó a París, asistió a cursos en la Academia Julián y en 1892 ingresó en la Escuela de Bellas Artes, recibiendo clases en el taller del pintor simbolista Gustave Moreau, donde coincidió con Rouault, Camoin y Marquet, además de relacionarse también con el artista Dufy, discípulo de Pierre Bonnard.

En 1887 se mudó a París para estudiar leyes, al tiempo que trabaja en como administrativo en la corte de Le Cateau-Cambrésis.

Comenzó a pintar en 1889, cuando convaleciente de una apendicitis su madre le lleva elementos para pintar. Según dijo de este momento de su vida que descubrió una especie de paraíso.
Y a partir de entonces decide convertirse en artista plástico, a pesar de que esto decepcionó profundamente a su padre.

Al comienzo de su trayectoria artística practicó el dibujo del natural en un estilo más bien tradicional, como se aprecia en El tejedor bretón, y realizó copias en el Louvre. Más adelante pasó a pintar luminosos paisajes de Córcega y de la Costa Azul, dejándose llevar por los aires impresionistas de la época, y practicó esporádicamente el divisionismo. En esta etapa tuvo como discípulo y gran amigo al pintor japonés Yoshio Aoyama (el cual ha dejado en la historia del arte el término de "azul Aoyama").

Como estudiante de arte, su pintor más admirado fue Chardin, realizando copias de las cuatro piezas del Louvre.

En 1896 expuso cuatro lienzos en la Société Nationale des Beaux Arts con notable éxito.

Muchas de las pinturas entre 1898 y 1901 recurren al divisionismo, técnica que adopta luego de leer un aescrito de Paul Signac, "D'Eugène Delacroix au Néo-impressionisme".

Con el comienzo del siglo, lideró junto con André Derain un grupo conocido como Fauvismo. Un movimiento efímero que tuvo tres exhibiciones.

La primera muestra individual la realizó en la galería Ambroise Vollard en 1904, con poco éxito. El uso del color se había pronunciado, por influencias de Signac y Henri Edmond Cross. Año en el que pinta su trabajo impresionista más importante, Luxe, Calme et Volupté.

En 1905, unos artistas del fauvismo exponen en el Salon d'Automne. Las pinturas expresan emoción con colores salvajes y disonantes. El crítico de arte Louis Vauxcelles dijo "Donatello au milieu des fauves!" (Donatello entre bestias salvajes), refiriendose a una escultura de tipo renancentista que estaba en el salón donde era la exposición.

Matisse mostró Ventana abierta, Collioure (Óleo de 55,3 cm x 46 cm; 1905) y Mujer con sombrero (Óleo de 79,4 cm × 59,7 cm; 1905). La muestra en general y el material de Matisse en particular resultaron un escándalo para la época y fueron objeto de una crítica muy agresiva «The Painted Lady» (4 de abril de 2011)..

En algunas de sus figuras pintadas hacia fin de siglo está presente la influencia de Cézanne, pero a partir de 1907 su estilo se hizo más definido y pintó a la manera fauve: supresión de detalles y tendencia a la simplificación, con lo que obtuvo cuadros impregnados de paz y armonía, como Lujo, calma y voluptuosidad o El marinero de la gorra. Mediante zonas de color diferenciadas, tradujo la forma de los objetos y el espacio existente entre ellos, además de introducir arabescos y crear un ritmo característico en sus cuadros, como en Las alfombras rojas. Su uso del color fue de una gran sensualidad, aunque siempre muy controlada por una metódica organización estructural. Como él mismo declaró: «Sueño con un arte de equilibrio, de tranquilidad, sin tema que inquiete o preocupe, algo así como un lenitivo, un calmante cerebral parecido a un buen sillón». Otro de sus rasgos peculiares es la sensación de bidimensionalidad de cuadros como La habitación roja (o Armonía en rojo) o Naturaleza muerta con berenjenas, en los que la ilusión de profundidad queda anulada mediante el uso de la misma intensidad cromática en elementos que aparecen en primer o en último plano (Taller en rojo).

En 1910 viajó a España; en Madrid visitó el Museo del Prado y su estancia en Granada y Sevilla contribuyó a acercarle a la estética oriental. En 1912 y 1913 viajó a Marruecos, donde la luz le inspiró cuadros sobre paisajes mediterráneos de gran colorido, como Los marroquíes.

Hacia 1916 se inició un período en el que se percibe la influencia del movimiento cubista, de creciente importancia, que se traduce en un concepto más geométrico de las formas y una simplificación aún mayor, como en El pintor y su modelo.

Hacia 1917 se instaló en Niza, conoció a Renoir, y su estilo se hizo más sutil. Produjo en este período algunas de sus obras más célebres, como Ventana en Niza y la serie de las Odaliscas, donde queda claramente plasmado el gusto de Matisse por la ornamentación y el uso de arabescos. En los años siguientes viajó por Europa y Tahití, donde concibió la obra en gran formato La danza.

Hacia la década de 1940, el colorido de sus telas se tornó más atrevido, como en La blusa rumana y en el Gran interior rojo, antecedentes de los gouaches que realizó a finales de los años cuarenta, en los que cortaba y pegaba papeles coloreados. Es famosa en esta técnica su serie Jazz, de 1943-1946.

En 1950 decoró la capilla del Rosario de las dominicas de Vence, en la obra que mejor expone su tendencia simplificadora hacia formas más planas. Realizó así mismo un gran número de dibujos a pluma e ilustraciones para escritores como Mallarmé y Joyce. En cuanto a sus grabados, el número de piezas alcanza las quinientas, entre litografías, aguafuertes y xilografías. También esculpió en bronce y colaboró escribiendo artículos para distintas revistas especializadas.

En 1963 se abrió en Niza el Museo Matisse, que reúne una parte de su obra.

fuente: WIKIPEDIA.
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IMAGENES TOMADAS DE INTERNET
 
DE LA OBRA DE HENRY MATISSE:
  

 
 
 


 
 
 
 




 
HENRY MATISSE 
31 de diciembre de 1869
3 de noviembre de 1954
PINTOR francés

HORACIO QUIROGA, EL PASO DEL YABEBIRÍ



HORACIO QUIROGA 
EL PASO DEL YABEBIRÍ

En el río Yabebirí, que está en Misiones, hay muchas rayas, porque «Yabebirí» quiere decir precisamente «Rio-de-las-rayas». Hay tantas, que a veces es peligroso meter un solo pie en el agua. Yo conocí un hombre a quien lo picó una raya en el talón y que tuvo que caminar renqueando media legua para llegar a su casa: el hombre iba llorando y cayéndose de dolor. Es uno de los dolores más fuertes que se puede sentir.

Como en el Yabebirí hay también muchos otros pescados, algunos hombres van a cazarlos con bombas de dinamita. Tiran una bomba al río, matando millones de pescados. Todos los pescados que están cerca mueren, aunque sean grandes como una casa. Y mueren también todos los chiquitos, que no sirven para nada.

Ahora bien; una vez un hombre fue a vivir allá, y no quiso que tiraran bombas de dinamita, porque tenía lástima de los pescaditos. Él no se oponía a que pescaran en el río para comer; pero no quería que mataran inútilmente a millones de pescaditos. Los hombres que tiraban bombas se enojaron al principio, pero como el hombre tenía un carácter serio, aunque era muy bueno, los otros se fueron a cazar a otra parte, y todos los pescados quedaron muy contentos. Tan contentos y agradecidos, que lo conocían apenas se acercaba a la orilla. Y cuando él andaba por la costa fumando, las rayas lo seguían arrastrándose por el barro, muy contentas de acompañar a su amigo. Él no sabía nada, y vivía feliz en aquel lugar.

Y sucedió que una vez, una tarde, un zorro llegó corriendo hasta el Yabebirí, y metió las patas en el agua, gritando:

-¡Eh, rayas! ¡Ligero! Ahí viene el amigo de ustedes, herido.

Las rayas, que lo oyeron, corrieron ansiosas a la orilla. Y le preguntaron al zorro:

-¿Qué pasa? ¿Dónde está el hombre?

-¡Ahí viene! -gritó el zorro de nuevo-. ¡Ha peleado con un tigre! ¡El tigre viene corriendo! ¡Seguramente va a cruzar a la isla! ¡Denle paso, porque es un hombre bueno!

-¡Ya lo creo! ¡Ya lo creo que le vamos a dar paso! -contestaron las rayas-. ¡Pero lo que es el tigre, ese no va a pasar!

-¡Cuidado con él! -gritó aún el zorro-. ¡No se olviden de que es el tigre!

Y pegando un brinco, el zorro entró de nuevo en el monte.

Apenas acababa de hacer esto, cuando el hombre apartó las ramas y apareció todo ensangrentado y la camisa rota. La sangre le caía por la cara y el pecho hasta el pantalón, y desde las arrugas del pantalón, la sangre caía a la arena. Avanzó tambaleando hacia la orilla, porque estaba muy herido, y entró en el río. Pero apenas puso un pie en el agua, las rayas que estaban amontonadas se apartaron de su paso; y el hombre llegó con el agua al pecho hasta la isla, sin que una raya lo picara. Y conforme llegó, cayó desmayado en la misma arena, por la gran cantidad de sangre que había perdido.

Las rayas no habían aún tenido tiempo de compadecer del todo a su amigo moribundo, cuando un terrible rugido les hizo dar un brinco en el agua.

-¡El tigre! ¡El tigre! -gritaron todas, lanzándose como una flecha a la orilla.

En efecto, el tigre que había peleado con el hombre y que lo venía persiguiendo había llegado a la costa del Yabebirí. El animal estaba también muy herido, y la sangre le corría por todo el cuerpo. Vio al hombre caído como muerto en la isla, y lanzando un rugido de rabia, se echó al agua, para acabar de matarlo.

Pero apenas hubo metido una pata en el agua, sintió como si le hubieran clavado ocho o diez terribles clavos en las patas, y dio un salto atrás: eran las rayas, que defendían el paso del río, y le habían clavado con toda su fuerza el aguijón de la cola.

El tigre quedó roncando de dolor, con la pata en el aire; y al ver toda el agua de la orilla turbia como si removieran el barro del fondo, comprendió que eran las rayas que no lo querían dejar
pasar. Y entonces gritó enfurecido:

-¡Ah, ya sé lo que es! ¡Son ustedes, malditas rayas! ¡Salgan del camino!

-¡No salimos! -respondieron las rayas.

-¡Salgan!

-¡No salimos! ¡Él es un hombre bueno! ¡No hay derecho para matarlo!

-¡Él me ha herido a mí!

-¡Los dos se han herido! ¡Esos son asuntos de ustedes en el monte! ¡Aquí abajo está bajo nuestra protección!... ¡No se pasa!

-¡Paso! -rugió por última vez el tigre.

-¡NI NUNCA! -respondieron las rayas.

(Ellas dijeron «ni nunca» porque así dicen los que hablan guaraní, como en Misiones.)

-¡Vamos a ver! -bramó aún el tigre. Y retrocedió para tomar impulso y dar un enorme salto.

El tigre sabía que las rayas están casi siempre en la orilla; y pensaba que si lograba dar un salto muy grande acaso no hallara más rayas en el medio del río, y podría así comer al hombre moribundo.

Pero las rayas lo habían adivinado y corrieron todas al medio del río, pasándose la voz:

-¡Fuera de la orilla! -gritaban bajo el agua-. ¡Adentro! ¡A la canal! ¡A la canal!

Y en un segundo el ejército de rayas se precipitó río adentro, a defender el paso, al tiempo que el tigre daba su enorme salto y caía en medio del agua. Cayó loco de alegría, porque en el primer momento no sintió ninguna picadura, y creyó que las rayas habían quedado todas en la orilla, engañadas...

Pero apenas dio un paso, una verdadera lluvia de aguijonazos, como puñaladas de dolor, lo detuvieron en seco: eran otra vez las rayas, que le acribillaban las patas a picaduras.

El tigre quiso continuar, sin embargo; pero el dolor era tan atroz, que lanzó un alarido y retrocedió corriendo como loco a la orilla. Y se echó en la arena de costado, porque no podía más de sufrimiento; y la barriga subía y bajaba como si estuviera cansadísimo.

Lo que pasaba es que el tigre estaba envenenado con el veneno de las rayas.

Pero aunque habían vencido al tigre las rayas no estaban tranquilas porque tenían miedo de que viniera la tigra y otros tigres, y otros muchos más... Y ellas no podrían defender más el paso.

En efecto, el monte bramó de nuevo, y apareció la tigra, que se puso loca de furor al ver al tigre tirado de costado en la arena. Ella vio también el agua turbia por el movimiento de las rayas y se acercó al río. Y tocando casi el agua con la boca, gritó:

-¡Rayas! ¡Quiero paso!

-¡No hay paso! -respondieron las rayas.

-¡No va a quedar una sola raya con cola, si no dan paso! -rugió la tigra.

-¡Aunque quedemos sin cola, no se pasa! -respondieron ellas.

-¡Por última vez, paso!

-¡NI NUNCA! -gritaron las rayas.

La tigra, enfurecida, había metido sin querer una pata en el agua, y una raya, acercándose despacio, acababa de clavarle todo el aguijón entre los dedos. Al bramido de dolor del animal, las rayas respondieron, sonriéndose:

-¡Parece que todavía tenemos cola!

Pero la tigra había tenido una idea, y con esa idea entre las cejas se alejaba de allí, costeando el río aguas arriba, y sin decir una palabra.

Mas las rayas comprendieron también esta vez cuál era el plan de su enemigo. El plan de su enemigo era este: pasar el río por la otra parte, donde las rayas no sabían que había que defender el paso. Y una inmensa ansiedad se apoderó entonces de las rayas.

-¡Va a pasar el río aguas más arriba! -gritaron-. ¡No queremos que mate al hombre! ¡Tenemos que defender a nuestro amigo!

Y se revolvían desesperadas entre el barro, hasta enturbiar el río.

-¡Pero qué hacemos! -decían-. Nosotras no sabemos nadar ligero... ¡La tigra va a pasar antes que las rayas de allá sepan que hay que defender el paso a toda costa!

Y no sabían qué hacer. Hasta que una rayita muy inteligente, dijo de pronto:

-¡Ya está! ¡Qué vayan los dorados! ¡Los dorados son amigos nuestros! ¡Ellos nadan más ligero que nadie!

-¡Eso es! -gritaron todas-. ¡Que vayan los dorados!

Y en un instante la voz pasó y en otro instante se vieron ocho o diez filas de dorados, un verdadero ejército de dorados que nadaban a toda velocidad aguas arriba, y que iban dejando surcos en el agua, como los torpedos.

A pesar de todo, apenas tuvieron tiempo de dar la orden de cerrar el paso a los tigres; la tigra ya había nadado, y estaba ya por llegar a la isla.

Pero las rayas habían corrido ya a la otra orilla, y en cuanto la tigra hizo pie, las rayas se abalanzaron contra sus patas, deshaciéndoselas a aguijonazos. El animal, enfurecido y loco de dolor, bramaba, saltaba en el agua, hacía volar nubes de agua a manotones. Pero las rayas continuaban precipitándose contra sus patas, cerrándole el paso de tal modo, que la tigra dio vuelta, nadó de nuevo y fue a echarse a su vez a la orilla, con las cuatro patas monstruosamente hinchadas; por allí tampoco se podía ir a comer al hombre.

Mas las rayas estaban también muy cansadas. Y lo que es peor, el tigre y la tigra habían acabado por levantarse y entrar en el monte.

¿Qué iban a hacer? Esto tenía muy inquietas a las rayas, y tuvieron una larga conferencia. Al fin dijeron:

-¡Ya sabemos lo que es. Van a ir a buscar a los otros tigres y van a venir todos. Van a venir todos los tigres y van a pasar!

-¡NI NUNCA! -gritaron las rayas más jóvenes y que no tenían tanta experiencia.

-¡Si, pasarán, compañeritas! -respondieron tristemente las más viejas-. Si son muchos acabarán por pasar... Vamos a consultar a nuestro amigo.

Y fueron todas a ver al hombre, pues no habían tenido tiempo aún de hacerlo, por defender el paso del río.

El hombre estaba siempre tendido, porque había perdido mucha sangre, pero podía hablar y moverse un poquito. En un instante las rayas le contaron lo que había pasado, y cómo habían defendido el paso de los tigres que lo querían comer. El hombre herido se enterneció mucho con la amistad de las rayas que le habían salvado la vida, y dio la mano con verdadero cariño a las rayas que estaban más cerca de él. Y dijo entonces:

-¡No hay remedio! Si los tigres son muchos, y quieren pasar, pasarán...

-¡No pasarán! -dijeron las rayas chicas-. ¡Usted es nuestro amigo y no van a pasar!

-¡Si, pasarán, compañeritas! -dijo el hombre hablando en voz baja:

-El único modo sería mandar a alguien a casa a buscar el winchester con muchas balas... pero yo no tengo ningún amigo en el río, fuera de los pescados... y ninguno de ustedes sabe andar por la tierra.

-¿Qué hacemos entonces? -dijeron las rayas ansiosas.

-A ver, a ver... -dijo entonces el hombre, pasándose la mano por la frente, como si recordara algo-. Yo tuve un amigo... un carpinchito que se crió en casa y que jugaba con mis hijos... Un día volvió otra vez al monte y creo que vivía aquí, en el Yabebirí... pero no sé dónde estará...

Las rayas dieron entonces un grito de alegría:

-¡Ya sabemos! ¡nosotros lo conocemos! ¡Tiene su guarida en la punta de la isla! ¡Él nos habló una vez de usted! ¡Lo vamos a mandar a buscar enseguida!

Y dicho y hecho: un dorado muy grande voló río abajo a buscar al carpinchito; mientras el hombre disolvía una gota de sangre seca en la palma de la mano, para hacer tinta, y con una espina de pescado, que era la pluma, escribió en una hoja seca, que era el papel. Y escribió esta carta: Mándenme con el carpinchito el winchester y una caja entera de veinticinco balas.

Apenas acabó el hombre de escribir, el monte entero tembló con un sordo rugido: eran todos los tigres que se acercaban a entablar la lucha. Las rayas llevaban la carta con la cabeza afuera del agua para que no se mojara, y se la dieron al carpinchito, el cual salió corriendo por entre el pajonal a llevarla a la casa del hombre.

Y ya era tiempo, porque los rugidos, aunque lejanos aún, se acercaban velozmente. Las rayas reunieron entonces a los dorados que estaban esperando órdenes, y les gritaron:

-¡Ligero, compañeros! ¡Recorran todo el río y den la voz de alarma! ¡Que todas las rayas estén prontas en todo el río! ¡Que se encuentren todas alrededor de la isla! ¡Veremos si van a pasar!

Y el ejército de dorados voló enseguida, río arriba y río abajo, haciendo rayas en el agua con la velocidad que llevaban.

No quedó raya en todo el Yabebirí que no recibiera orden de concentrarse en las orillas del río, alrededor de la isla. De todas partes, de entre piedras, de entre el barro, de la boca de los arroyitos, de todo el Yabebirí entero, las rayas acudían a defender el paso contra los tigres. Y por delante de la isla, los dorados cruzaban y recruzaban a toda velocidad.

Ya era tiempo, otra vez; un inmenso rugido hizo temblar el agua misma de la orilla, y los tigres desembocaron en la costa.

Eran muchos; parecía que todos los tigres de Misiones estuvieran allí. Pero el Yabebirí entero hervía también de rayas, que se lanzaron a la orilla, dispuestas a defender a todo trance el paso.

-¡Paso a los tigres!

-¡No hay paso! -respondieron las rayas.

-¡Paso, de nuevo!

-¡No se pasa!

-¡No va a quedar raya, ni hijo de raya, ni nieto de raya, si no dan paso!

-¡Es posible! -respondieron las rayas-. ¡Pero ni los tigres, ni los hijos de tigres, ni los nietos de tigres, ni todos los tigres del mundo van a pasar por aquí!

Así respondieron las rayas. Entonces los tigres rugieron por última vez:

-¡Paso pedimos!

-¡NI NUNCA!

Y la batalla comenzó entonces. Con un enorme salto los tigres se lanzaron al agua. Y cayeron todos sobre un verdadero piso de rayas. Las rayas les acribillaron las patas a aguijonazos, y a cada herida los tigres lanzaban un rugido de dolor. Pero ellos se defendían a zarpazos, manoteando como locos en el agua. Y las rayas volaban por el aire con el vientre abierto por las uñas de los tigres.

El Yabebirí parecía un río de sangre. Las rayas morían a centenares... pero los tigres recibían también terribles heridas, y se retiraban a tenderse y bramar en la playa, horriblemente hinchados. Las rayas, pisoteadas, deshechas por las patas de los tigres, no desistían; acudían sin cesar a defender el paso. Algunas volaban por el aire, volvían a caer al río, y se precipitaban de nuevo contra los tigres.

Media hora duró esta lucha terrible. Al cabo de esa media hora, todos los tigres estaban otra vez en la playa, sentados de fatiga y rugiendo de dolor; ni uno solo había pasado.

Pero las rayas estaban también deshechas de cansancio. Muchas, muchísimas habían muerto. Y las que quedaban vivas dijeron:

-No podemos resistir dos ataques como este. ¡Que los dorados vayan a buscar refuerzos! ¡Que vengan enseguida todas las rayas que haya en el Yabebirí!

Y los dorados volaron otra vez río arriba y río abajo, e iban tan ligeros que dejaban surcos en el agua, como los torpedos.

Las rayas fueron entonces a ver al hombre.

-¡No podremos resistir más! -le dijeron tristemente las rayas. Y aún algunas rayas lloraban, porque veían que no podrían salvar a su amigo.

-¡Váyanse, rayas! -respondió el hombre herido-. ¡Déjenme solo! ¡Ustedes han hecho ya demasiado por mí! ¡Dejen que los tigres pasen!

-¡NI NUNCA! -gritaron las rayas en un solo clamor-. Mientras haya una sola raya viva en el Yabebirí, que es nuestro río, defenderemos al hombre bueno que nos defendió antes a nosotras!

El hombre herido exclamó entonces, contento:

-¡Rayas! ¡Yo estoy casi por morir, y apenas puedo hablar; pero yo les aseguro que en cuanto llegue el winchester, vamos a tener farra para largo rato; esto yo se lo aseguro a ustedes!

-¡Si, ya lo sabemos! -contestaron las rayas entusiasmadas.

Pero no pudieron concluir de hablar, porque la batalla recomenzaba. En efecto: los tigres, que ya habían descansado, se pusieron bruscamente en pie, y agachándose como quien va a saltar, rugieron:

-¡Por última vez, y de una vez por todas: paso!

-¡NI NUNCA! -respondieron las rayas lanzándose a la orilla. Pero los tigres habían saltado a su vez al agua y recomenzó la terrible lucha. Todo el Yabebirí, ahora de orilla a orilla, estaba rojo de sangre, y la sangre hacía espuma en la arena de la playa. Las rayas volaban deshechas por el aire y los tigres bramaban de dolor; pero nadie retrocedía un paso.

Y los tigres no solo no retrocedían, sino que avanzaban. En balde el ejército de dorados pasaba a toda velocidad río arriba y río abajo, llamando a las rayas: las rayas se habían concluido; todas estaban luchando frente a la isla y la mitad había muerto ya. Y las que quedaban estaban todas heridas y sin fuerza.

-¡A la isla! ¡vamos todas a la otra orilla!.

Pero también esto era tarde: dos tigres más se habían echado a nado, y en un instante todos los tigres estuvieron en medio del río, y no se veía más que sus cabezas.

Pero también en ese momento un animalito, un pobre animalito colorado y peludo cruzaba nadando a toda fuerza el Yabebirí: era el carpinchito, que llegaba a la isla llevando el winchester y las balas en la cabeza para que no se mojaran.

El hombre dio un gran grito de alegría, porque le quedaba tiempo para entrar en defensa de las rayas. Le pidió al carpinchito que lo empujara con la cabeza para colocarse de costado, porque él solo no podía; y ya en esta posición cargó el winchester con la rapidez de un rayo.

Y en el preciso momento en que las rayas, desgarradas, aplastadas, ensangrentadas, veían con desesperación que habían perdido la batalla y que los tigres iban a devorar a su pobre amigo herido, en ese momento oyeron un estampido, y vieron que el tigre que iba delante y pisaba ya la arena, daba un gran salto y caía muerto, con la frente agujereada de un tiro.

-¡Bravo, bravo! -clamaron las rayas, locas de contento-. ¡El hombre tiene el winchester! ¡Ya estamos salvadas!

Y enturbiaban toda el agua verdaderamente locas de alegría. Pero el hombre proseguía tranquilo tirando, y cada tiro era un nuevo tigre muerto. Y a cada tigre que caía muerto lanzando un rugido, las rayas respondían con grandes sacudidas de la cola.

Uno tras otro, como si el rayo cayera entre sus cabezas, los tigres fueron muriendo a tiros. Aquello duró solamente dos minutos. Uno tras otro se fueron al fondo del río, y allí las palometas los comieron. Algunos boyaron después, y entonces los dorados los acompañaron hasta el Paraná, comiéndolos, y haciendo saltar el agua de contentos.

En poco tiempo las rayas, que tienen muchos hijos, volvieron a ser tan numerosas como antes. El hombre se curó, y quedó tan agradecido a las rayas que le habían salvado la vida, que se fue a vivir a la isla. Y allí, en las noches de verano, le gustaba tenderse en la playa y fumar a la luz de la luna, mientras las rayas, hablando despacito, se lo mostraban a los pescados, que no le conocían, contándoles la gran batalla que, aliadas a ese hombre, habían tenido una vez contra los tigres.


HORACIO QUIROGA 
EL PASO DEL YABEBIRÍ