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Miércoles, 13 de enero de 2016
LITERATURA › A LOS 103 AñOS, MURIO EL
POETA Y COPLERO ALEDO LUIS MELONI
Poesía modelada por el paisaje
Era una institución en el Chaco, donde
nació, se crió, fue maestro rural, corrector de diarios y donde publicó su
primer libro recién a los 52 años. Quienes lo conocieron destacan especialmente
su humildad. Recientemente se publicaron sus Obras completas.
Por Silvina Friera
El querido Aledo Luis Meloni fue
achicando su escritura: del poema a la copla, de la copla al haiku.
Imagen: Gentileza Fátima Soliz
El alma deambula encogida de pena por
“la ley de la vida”, como escribió el inolvidable poeta y coplero chaqueño.
Aledo Luis Meloni murió el lunes a la noche, en Resistencia, a los 103 años.
“No pretendo, claro está,/ un sitio para mi nombre/ en el diccionario lírico/
que encumbran Neruda y Borges;/ si apenas soy un coplero/ que en cada copla se
esconde;/ que anda anudando palabras/ en la voz de los cantores/ y celebrando
al amor/ para que otros se enamoren;/ o ciñéndole a la vida/ un moño de tela
pobre,/ para que también, a veces/ con lo mínimo se adorne./ A nadie envidio lo
suyo,/ con lo mío estoy conforme:/ me basta ser un coplero/ que en cada copla
se esconde”, se lee en el poema “Identidad”, una declaración de principios y
legado, que no es un ejercicio de falsa modestia. Quienes lo han visitado en su
casa de la calle Don Bosco al 600, aquellos que han tenido el hermoso
privilegio de charlar con él y escuchar tantas anécdotas, saben que la
sencillez de Aledo, por más anómala que resultara en medio de egos literarios
desmesurados, era su manifiesto existencial.
Cómo no recordar esa hermosa sonrisa
que iluminaba su cara de viejo pícaro. Si vivir es andar abriendo surcos en la
tierra, Aledo lo hizo desde que nació en María Lucila, una estación ferroviaria
de la provincia de Buenos Aires que ya no existe, el 1 de agosto de 1912.
“Cuando era chico, no me gustaba Aledo. ‘¿Por qué me pusieron ese nombre tan
horrendo?’, le preguntaba a mi mamá. A lo mejor me quisieron poner Alejo o
Aldo, pero la verdad que sigue siendo un misterio por qué me llamo así
–recordaba el poeta en la primera entrevista de Página/12 en 2009–. Luis sería
un nombre trucho, como dice uno de mis bisnietos, porque no estoy anotado con
ese nombre. Cuando me bautizaron, según contaba mi mamá, el cura dijo que me
faltaba un santo protector, y ahí me pusieron Luis para que tuviera mi santo.”
Se recibió de maestro normal, pero le costó conseguir una escuela donde
enseñar. Rumbeó en 1937 hacia General Pinedo, en el interior del Chaco, cuando
fue nombrado maestro en una escuela rural en pleno monte. En los años 40 leyó a
Antonio Machado, el poeta que le enseñó el pulso poético. “Machado, con esa
poesía escueta, sin muchos adornos, me mostró cuál debía ser mi camino. Deseché
todo lo que había escrito antes y no me arrepentí. Publiqué mi primer libro a
los 52 años, Tierra ceñida a mi costado, en 1965. Muchos escritores, entre
otros Borges, se arrepintieron del primer libro que escribieron, pero yo no. Siempre
conviene tirar los poemas de juventud. Suelen ser muy inflamados, y la poesía
no se lleva muy bien con esa inflamación porque necesita maduración”, sugería
Aledo, autor de Rama y ceniza (1966), Coplas de barro (1971), Como el aire y el
día (1974), Costumbre de grillo (1976), La palabra desnuda (1980), Umbral del
silencio (1983) La luz que uno amaba (1987), Antes que sea noche (1990), La
otra mirada (1992), Memoria y olvido (1993), Leve fulgor (1995), Todo se vuelve
azul (1997), Las nubes que pasan (1999), La copla del lunes (2000), Don de
lágrima (2001), La hora del cierre (2004), la antología poética La tentación de
la palabra (2005), De coplas somos (2010), El trébol verde (2010) y Obras
completas, que se acaban de publicar para felicidad de muchos lectores.
“En el trabajo literario hay que tener
siempre a mano un canasto grande para tirar lo que no sirve. Porque escribir un
poema es como tirar al blanco: en algún momento acertás. Pero también le pifiás
mucho, y si no tirás esos poemas, perdés. Sé que al decir esto puede haber
alguien que al leer mi obra poética me diga: ‘Don Aledo, por que no tiró este
poema’”, bromeaba el poeta que vivía en Resistencia desde 1956 y que trabajó
como corrector en los diarios El territorio y Norte. “La copla registra con
precisión matemática la diástole y la sístole del corazón del hombre”,
planteaba Aledo. En Poesía elegida, una antología editada por el Instituto de
Cultura de Chaco en 2011, se combinan poemas y coplas para disfrutar el canto
íntimo de Aledo: “En el corazón tenía/ una guitarra sonora;/ las penas para
pulsarlas/ llegaban a cualquier hora”. A la cantante Mariana Carrizo le dedicó
“Culpable”: “Culpa de tu vidalita/ llorando contigo estoy,/ como si una misma
lágrima/ nos hermanara a los dos.// Como si toda la pena/ que se desangra en tu
voz,/ fuera la pena honda/ que hoy llevo en mi corazón.// ¿Qué habrás perdido,
Mariana,/ que lloras tanto al cantar?/ Tal vez algo que perdido/ nunca se
vuelve a encontrar.// Culpa de tu vidalita/ también yo aprendí a llorar; como
la vida es un río/ lloro el agua que se va”.
La segunda y última visita al poeta
fue en 2012 –año en que celebró un siglo de vida–, junto a la periodista
chaqueña Fátima Soliz –que le sacó las fotos–, y la escritora Claudia Piñeiro.
“Al que me dice ‘¡qué lindo que llegó a los cien años!’, le digo: el hombre no
debe llegar a los cien; ochenta, ochenta y cinco sí. Aunque esté mentalmente
como yo, espiritualmente hay soledad, porque uno es de otra época. Toda mi
familia, mis nietos y bisnietos me quieren mucho, pero son de otra época. De
mis amigos, no queda nadie. Yo soy como una espiga de maíz desgranada: soy solo
y algún otro granito. La espiga está vacía. Y se siente... Yo soy de la
generación del 40; son setenta años que han pasado. La literatura actual no es
mi literatura. Mi literatura no encaja con lo de ahora y la literatura de la
juventud me cuesta disfrutarla más que entenderla, porque es otro el
sentimiento, otra manera de expresar, otro lenguaje. Usted puede estar vivo y
estar solo. Y a veces está como un hueso fuera de lugar. Pero así es la vida.”
La escritura se fue achicando, decía Aledo, cuando resumía su itinerario hacia
la brevedad: del poema a la copla, de la copla al haiku. En El trébol verde hay
varios haikus bellísimos: “La polvareda/ es el ánima en pena/ de la sequía”;
“Cronos nos hiere/ con premeditación/ y alevosía”; “Qué no daría/ por
descifrar/ lo que murmura el viento”, entre otros. “Sin ritmo, no hay poesía.
La poesía es música; si usted le saca la música a la poesía, pasa a ser prosa,
aunque tal vez me equivoco. El pensamiento, el sentimiento, es lo que hace a la
poesía. Pero si usted manifiesta un pensamiento o un sentimiento rítmicamente
me parece que es mejor”, explicaba el poeta, que también publicó un libro de
relatos: Tal cual (2010).
“El paisaje me hizo a mí. Y la gente
sufrida de este paisaje. En Buenos Aires habría sido un poeta de cuarta. Acá
soy de segunda, pero estoy en mi lugar. Disfruto mucho el hecho de que haya
mejores poetas que yo. ¿Qué voy a hacer? ¿Me voy a poner a llorar? ¿Me voy a
enojar con la vida? No, aceptémoslo así como viene. Yo escribí lo que pude.”
Pudo mucho, queridísimo Aledo. Su
palabra sobrevivirá al tembladeral de olvidos y silencios.
PAGINA 12
Nota de Silvina Friera
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