LA CURA
El dolor entra por los labios, o por
los ojos, y se propaga.
Sabe al alcohol de los marchitos, al
peso de los culpables,
es la imagen del silencio de los
muertos.
Uno aprieta el puño como luchando, y
cierra los ojos
para decir basta, o maldice, o se
resigna.
Hay veces que quisiera - en serio
quisiera – dormir
sin espinas en el cuello.
Pero el dolor es una invasión
visceral, esquelética:
llega al corazón con sus pasos de
hambriento, hasta doler
con sus punzas, con sus dedos, con sus
artificios de asesino.
En las noches me rebelo, me sacudo y
me retuerzo, y nada
sucede con esa mancha: es el lunar de
los humanos,
el eje de una mortalidad redonda,
circular.
Es el inicio de la vida, su transición
y su final.
Es el hilo que somos. Somos seres
ulteriores al dolor…
Asisto, de esa forma, a los fenómenos
del mundo.
(Pero a veces, cuando ríes, dejo de
creer en estos hechos sustanciales…)
MARIO DOLDAN.
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