Ramón Araya: El hombre que no tiene final
publicado en REVISTA MATICES.COM.AR
en Cultura, Sociedad 9 abril, 2016
Texto y fotos: Pablo Donadio
Ramón Ayala es uno de los emblemas
vivos de la región a la que le canta, le escribe y le pinta. Y, de la que
asegura, jamás se ha ido. En todo caso lo ha hecho “con la tierra puesta
encima”, entre verdes de selva y cosecheros, mujeres sensuales y caminos
dominados por el rojo. Su charla con el Che Guevara y la fe en el hombre, acaso
el tema de sus más de 300 canciones, 9 libros y decenas de cuadros.
Su ancho bigote
me interpela. Lo miro fijo, tratando de develar qué secretos, qué paisajes que
atesora ese nutrido ramillete. “Seeelva, noooche, luuuna, pena en el yerbal. El
silencio vibra en la soooledad. Y el latir del monte quiebra la quietud, con el
canto triste del pobre mensúuu… ¡ooohhh, ooohhh! ”, larga de pronto.
“Impresionante… Ahora estoy mejor que nunca mi amigo… ¿o no tesoro?”, dice
Ramón Ayala, y le pregunta a Teresa, su mujer. “Sí mi vida, cantas hermoso”, le
contesta la paraguaya, bella, sonriente, que prepara mate al otro lado del
pasillo. “¡Qué locura, qué locura!”, repite, y va a la carga nuevamente: “El
viejo río que vaaa, cruzando el amaneceeer, como un gran camalotaaal lleva la
balsa en su loco vaiveeén”.
Mientras canta, con una mano señala el
horizonte, supongo yo hacia el lado donde su Misiones amada late en rojos,
verdes y marrones. Con la otra, como un gran director, señala que le entre a la
chipa caliente que humea sobre la mesa. A los 78 años no tiene tiempo que
perder, y por eso está tomando clases de canto, y se siente pleno, exultante.
“¿Sabe mi amigo periodista cuál es el mejor momento de mi vida?”, me pregunta,
y se contesta solo: “Este. Me están pasando cosas asombrosas. Cosas que he
soñado toda la vida y ahora florecieron, están vivas, están aquí. Vos dirás que
estoy loco, pero no…”. Se levanta y se desaparece en el pasillo. Estoy por
liquidar la chipa cuando sale con un libro en la mano. “Este mi amigo -Casa
Asombrada, relato de uno de los hogares de niño donde vivió con su familia- lo
ha publicado la Universidad Nacional de Misiones. Toda una señal de ese único
dios en el que creo, que me dice que no debo dormirme en los laureles, que hay
estar en permanente transito, abierto a los caminos de la vida”.
_ Hablando de caminos… ¿Es cierto que
estuvo en Kurdistán, en una isla de pescadores de perlas, o ese es otro un mito
litoraleño?
_ Estuve, sí señor. En la mismísima
Bahrain, justo en frente a Qatar, cuando visité Libano y otros países de la
región. Y en la isla fui a la iglesia de los adoradores del diablo… ¿Qué tal,
eh?
_ Casi un cuento de las “Mil y una
noches”.
_ Usted lo ha dicho. Lo interesante es
que ningún tipo de este país estuvo allá jamás. Y yo tengo cinco horas de video
filmadas ahí con esos tipos. ¿Qué me decís, eh?
_ Primero, que está un poco chiflado.
Y después, que debe ser buen conversador.
_ Chiflado y con una golondrina en el
alma mi amigo. Hay veces donde tenés la oportunidad única de asomar el hocico a
la maravilla, al misterio de esos viajes sin fronteras por tierras lejanas. Son
oportunidades que la vida te prodiga y si no las aprovechas es porque sos un
reverendo boludo. Y si la vida es la oportunidad, no hay que parar de moverse
mi amigo periodista.
_ Hay luz, verde y mucha tranquilidad
en esta casa. Casi un paraíso en la enorme y caótica Buenos Aires. Así y todo,
¿no extraña su selva?
_ Este es mi refugio, un lugar de
pensamiento, de paz y creación. Y no extraño mi tierra porque nunca me he ido.
En todo caso me fui con la tierra encima. Hay muchos misioneros que estando
allí no ven su monte, su río, aunque anden con un acordeón encima y lloren por
ahí las nostalgias de la tierra. Si llevás tu pago en el alma, la distancia te
permite ver desde lo alto como las aves. ¿O no hay que alejarse del árbol para
poder ver el bosque?
_ ¿Esa perspectiva le ha servido para
la creación?
_ Me ha indicado qué cantar y qué
callar. Un ejemplo es El Mensú. ¿Vos sabes cuántos misioneros deben haber visto
ese cosechero emblema de la yerba mate? Pero nunca le escribieron. Nunca los
asombró. Y el asombro es el niño que uno lleva adentro. El que no tiene asombro
ha matado su niño.
_ ¿Es cierto que ese himno litoraleño
lo cantaba El Che Guevara?
_ Eso me dijo. Estuve conversando con
él en 1962 en Cuba, cuando me invitaron desde el Instituto de Amistad con los
Pueblos, que organizaba un encuentro sobre la canción de protesta. Ahí me
enteré que en la Sierra Maestra cantaban El Mensú. “Estuve cantando tu canción
con los compañeros en los fogones, Ramón Ayala”, me dijo Ernesto. Yo lo tomé
como un halago y nada más. Por vergüenza, y porque a decir verdad era un
pendejo de 25 años que no sabía aún de la magnitud de ese hombre y sus ideales.
Pero lo atesoro como un regalo de la vida.
De la selva a la Patagonia
Entre sus muchas
inquietudes, Ayala está tomando clases vocales, y asegura que nunca en su vida
cantó como ahora. En paralelo, pinta, escribe y prepara un trabajo sobre la
integralidad sureña. “La Patagonia profunda es un descubrimiento por venir. Un
terreno poco trabajado que no posee canción al mar Atlántico, al río de la
Plata o al albatros. No hay un tema hecho al pastor de ovejas por ejemplo, esa
mezcla de indio y criollo, de intelectual y de viento. ¿Cómo, mi amigo, explica
usted que no haya una canción para ese tipo extraordinario?”, se pregunta. Si a
cada paisaje su flora, su fauna y su ritmo, don Ramón lo explica a la
perfección. “Fijate que la música de Corrientes, Misiones y parte de Brasil y
Paraguay es húmeda y saltona como el propio río. Te arremete exaltada: ´En un
pueblo de Asunción gente viene vaaa. Ya está llegando el tambor, la galopa va a
empezaaar…´”, entona a los gritos, con los brazos abiertos. Hace una pausa,
baja la cabeza y agrega: “La milonga en cambio es contemplativa, es filosofía
pura: ´Porque no engraso los ejes, me llaman abandonado… Si a mí me gusta que
suenen, pa qué lo quiero engrasao…´. Ahí lo tenés a Yupanqui, espejo de todo
aquello, un hombre que cargaba con una sabiduría de tres vidas y un carácter
que mamita querida… porque tiene su costo construirse en poeta, poder decir:
´Con permiso voy a entrar, auque no soy convidao. Pero en mi pago un asado no
es de nadie, y es de todos´”.
_ Cada vez que llega a un festival la
gente explota. Pero le he escuchado decir muchas veces que le importa el afecto
más que el reconocimiento. ¿Se siente un tipo querido?
_ Hasta el día que me dijeron que me
parecía a Charles Bronson, si… (risas). Y digo eso porque me gusta comunicarme
con la gente, reírme con ellos. Reírse es maravilloso amigo. Hace bien al
cuerpo y al espíritu. Permite pensar mejor. Tener una mirada más larga, y no
corta. El hombre de mirada corta va por la superficie, por la piel de las
cosas, el éxito, pero no se entera de nada importante. El de la mirada larga va
al caracú, se nutre de la visión poética, científica, tiene el sentido abierto
y la cabeza para pensar, no para hacer contrapeso con el cuerpo. Ese hombre es
la evidencia, la constatación, y no por eso deja de ser el mayor misterio. Creo
fervientemente en el hombre y sus posibilidades, incluso más que en Dios. Y así
como no sabemos de nuestro comienzo ni de dónde venimos (porque no lo sabemos),
tampoco sabemos de nuestro potencial ni de nuestro final. Por las dudas, igual,
a gastar todas las fichas aquí antes que ponerse a dormir, eh…
Quién es…
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala)
nació hace 78 años en Garupá, un pueblito a orillas del Paraná, a 15 kilómetros
de Posadas. Desde entonces lleva más de 300 canciones populares, nueve libros,
una película en su nombre y varias exposiciones de pintura. Ha sido galardonado
además con decenas de menciones, premios y reconocimientos. Pero si hay algo
que lo enorgullece es la creación del Gualambao, un ritmo que no es 6×8
(joropo, chamamé, malambo, chacarera, gato, cueca) ni 2×4 (tango, rasguito
doble, takirari, música afro y del Brasil) sino que posee 12 octavas y una
acentuación única, trascendiendo así las fronteras latinoaméricanas a puro
baile.
Cubismo realista
La casa de Ayala está plagada de
pinturas, que expone desde antes de grabar su primer disco. Es una suerte de
cubismo menos geométrico, más “realista”, como le gusta decirle a él. “Tomo el
pincel y algo mueve todos los resortes interiores y me lanza como un loco sobre
la tela. Entro en un clima que nadie puede sacarme de ahí sin que al menos lo
reputee”, dice. Tal es la fama de sus pinturas que varios personajes de la
cultura, los medios de comunicación y hasta un reconocido guitarrista
australiano, compraron sus obras.
“El hombre de mirada corta va por la
superficie, por la piel de las cosas,
el éxito, pero no se entera de nada
importante. El de la mirada larga va
al caracú, se nutre de la visión
poética, científica, tiene el sentido abierto
y la cabeza para pensar”
fuente:
REVISTA MATICES.COM.AR
Nota y fotos de: PABLO DONADIO
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