ME ENCANTA DIOS – JAIME SABINES
Me encanta Dios.
Es un viejo magnífico que no se toma en serio.
A él le gusta jugar y juega,
y a veces se le pasa la mano y
nos rompe una pierna
o nos aplasta definitivamente.
Pero esto sucede porque es un poco cegatón
y bastante torpe
con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales
como Buda, o
Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi,
para que nos digan que nos portemos bien.
Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce.
Sabe que el pez grande se traga al chico,
que la lagartija
grande se traga a la pequeña,
que el hombre se traga al hombre.
Y por eso inventó la muerte:
para que la vida -no tú ni yo-
la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang...
Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente
o se contrae?
Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios.
Ha puesto orden en las galaxias
y
distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas.
Y es tan juguetón y
travieso
que el otro día descubrí que ha hecho
-frente al ataque de los
antibióticos-
¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador,
cuando deja de jugar
con sus
soldaditos de plomo y de carne y hueso,
hace campos de flores
o pinta el cielo
de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar,
y mueve la otra y hace el
bosque.
Y cuando pasa por encima de nosotros,
quedan las nubes, pedazos de su
aliento.
Dicen que a veces se enfurece
y hace terremotos,
y manda
tormentas,
caudales de fuego,
vientos desatados,
aguas alevosas,
castigos y
desastres.
Pero esto es mentira.
Es la tierra que cambia
-y se agita y crece-
cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor.
Por eso es el preferido de
mis padres,
el escogido de mis hijos,
el más cercano de mis hermanos,
la mujer
más amada,
el perrito y la pulga,
la piedra más antigua,
el pétalo más tierno,
el aroma más dulce,
la noche insondable,
el borboteo de luz,
el manantial que
soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios.
Que Dios bendiga a
Dios.
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