OLIVERIO GIRONDO
Nota de : Juan Sasturain
PAGINA 12- (2011)
*Cinco por la
negativa: las carencias
Uno. No saber
quién es. Es el mejor motivo y el que a él más le hubiera gustado. Enterarse de
que es –para muchos– el mejor poeta argentino del siglo XX es un dato que puede
despertar al menos la curiosidad, primer paso hacia la posibilidad de tener una
aventura; quiero decir: una experiencia que nos cambie la vida. Conocer a
Girondo vale la pena precisamente por eso: te deja diferente de cómo te
encontró.
Dos. No haberlo
leído. Es una suerte, como no haber leído todavía a Pessoa o a Pound. O no
haber ido a China o no conocer Africa. Se te abre un mundo desconocido, una
puerta. A mí me pasó cuando tenía algo más de veinte, en la segunda mitad de
los ‘60, y el Centro Editor lo reeditó en una colección barata y popular.
Después encontré la edición de Losada de Persuasión de los días, de 1942, en
Fray Mocho. Es lo que más me gusta de él. La tengo todavía.
Tres. No leer
poesía en general. Oliverio está especialmente indicado para los prejuiciosos o
escaldados por algún contacto negativo con textos poéticos que les provocaron
desconcierto/rechazo/alergia/fastidio. Girondo se entiende y se disfruta. No
necesita exégetas ni mediadores letrados (que los hay, casi en exceso). Jamás
un libro suyo se te cae de la mano. Reconcilia con la poesía.
Cuatro. Estar
amargado / estar engrupido. La lectura de Girondo (como la de Drummond de
Andrade, por ejemplo) vacuna contra la estupidez de la queja sistemática y/o la
autosatisfacción del acomodado en su molde comprado a plazos. Ni la hipocresía
ni la autoconmiseración.
Cinco. Querer
amasijarse / ser un boludo alegre. Incluso en sus momentos más jodones y
festivos, Girondo habla en serio: nunca es solemne; y en los momentos de mayor
desesperación –que los tiene– tiene la humildad de admirar el Misterio de lo
dado y reconocer el Error, la soberbia pretensión manipuladora de saberes e
instituciones (incluso el mismísimo lenguaje). Por eso nunca es patético. Te
cura de la soberbia elocuente (regodeo en el sinsentido) y de la ignorante
(hacerse el boludo).
* Cinco por la
positiva: los libros
Seis. Veinte
poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1925). Su primer
libro, desprejuiciado fundador de la vanguardia argentina de los ‘20, son
viñetas, croquis, apuntes tomados al paso de Mar del Plata a Venecia, de Buenos
Aires y Río de Janeiro a Venecia. Ahí está el “Exvoto”: “Las chicas de Flores
se pasean tomadas de los brazos para transmitirse los estremecimientos, y si
alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas del miedo de que el sexo
se les caiga en la vereda”. Famoso. El segundo salió en España, con dibujos
suyos. “Calle de las sierpes”, Sevilla, 1923: “Cada doscientos cuarenta y siete
hombres / trescientos doce curas / y doscientos noventa y tres soldados / pasa
una mujer”.
Siete.
Espantapájaros (1932). El primero editado en Buenos Aires, y el más perfecto
hasta entonces. Dos docenas de breves prosas inolvidables, algunas inquilinas
habituales de toda antología: las setenta y dos acciones amorosas del texto 12.
“Se miran se presienten se desean / se acarician se besan se desnudan / se
respiran se acuestan se olfatean”. Las maravillosas maldiciones del 21: “Que te
enamores tan locamente de una caja de hierro que no puedas dejar, ni un
momento, de lamerle la cerradura”. Qué bárbaro.
Ocho. Persuasión
de los días (1942). Son poemas existenciales, si cabe; la pura intemperie
espiritual sin ningún tipo de franela compensatoria. “Dicotomía incruenta”:
“Siempre llega mi mano / más tarde que otra mano que se mezcla a la mía / y
forman una mano (...) Por eso es muy posible que no acuda a mi entierro / y
mientras me riegan de lugares comunes / yo me encuentre en la tumba / vestido
de esqueleto / bostezando los tópicos y los llantos fingidos”.
Nueve. Campo
nuestro (1946). Ya a fines del ’30 había vuelto –con la crisis, con la guerra,
con el desastre europeo– a mirar para adentro, a reflexionar sobre la cuestión
nacional: la cultura, la economía, incluso el paisaje. Hay varias versiones,
hasta el cincuenta, de sus poemas a la (redescubierta) pampa primordial, vaca
madre, plana nada elocuente. Es el Girondo menos conocido y manipulable.
Diez. En la
masmédula (1956). Es el final, el salto en el vacío experimental, la ruptura de
las palabras y de la sintaxis, la busca absoluta. Es el Girondo que seduce a
surrealistas tardíos (Molina) y marca el camino de la puesta en tensión extrema
del instrumento que empujará a la larga a algunos de los mejores, como
Lamborghini, a sus propios confines. “El puro no”: “El no / el no inóvulo / el
no nonato / el noo (...) / el macro no ni polvo / el no más nada todo / el puro
no / sin no”. Apaga y vámonos.
* Cinco por
cuestión de salud
Once. Saber reír.
Con Girondo, el humor irrumpe en la poesía argentina como un pedo en misa, un
chiste verde en un velorio, un codazo en un desfile. Se da y concede permisos.
Del humor ingenioso –que comparte con Ramón Gómez de la Serna, por ejemplo–
saltará al humor negro y escatológico. No es un adorno, ni un chiste. Es una
manera (la única digna) de mirar el mundo.
Doce. Cagarse en
(casi) todo. La irreverencia (“¡Se celebra el adulterio de la Virgen María con
la Paloma Sacra!”, de “Verona”) y la provocación iconoclasta que picotea los
bordes de los tabúes con ingenio y desparpajo tienen una violencia corrosiva
inusitada. Espantapájaros, por ejemplo, no es sólo una provocación sino un
libro memorable, único para su época y para nuestra cultura.
Trece. Saber
enojarse. Girondo no es un ruidoso payaso oportunista íntimamente integrado
sino un observador feroz de la sociedad y las costumbres perversas de su
tiempo. “Lo que esperamos”: “Yo sé que todavía / los émbolos / la usura / el
sudor / las bobinas / seguirán produciendo / al por mayor / en serie /
iniquidad / ayuno / rencor / desesperanza / para que las lombrices con huecos
portasenos / las vacas de embajada / los viejos paquidermos de esfínteres
crinudos / se sacien de adulterios / de hastío / de diamantes / de caviar / de
remedios”.
Catorce. Celebrar
la vida. Porque a la hora de reconciliarse con el mundo, ya despojado del
“miasma” del comercio humano, a contrapelo de una “civilización” descaminada,
Girondo descubre –y sabe revelar para nosotros– el soberano estupor ante lo
natural visto con mirada adánica. “Inagotable asombro”: “Este perro / este
perro / ¡Indescriptible! / ¡Unico! / (...) Cotidiano, inaudito / que demuestra
el milagro / que me acerca al Misterio / que dan ganas de hincarse / de romper
una silla”.
Quince.
Angustiarse en serio. Pocas veces en la poesía contemporánea –en la
latinoamericana, sólo en Vallejo– la expresión de la angustia ante las
cuestiones de sentido que atraviesan al poeta en vida y muerte, alcanza la
radicalidad –sin clichés ni recetas verbales o existenciales– del último
Girondo. En la masmédula es, como sucede con un solo de Parker, un gesto
definitivo e irreductible.
* Y cinco porque sí
Dieciséis. El
nombre que le pusieron. Llamarse así no suele ser gratis. Qué hace alguien que
se llama así. Y de chiquito. Hay que bancársela. Creo que en su caso fue un
estímulo: debió estar a la altura, con ese nombre de payaso, equilibrista o
político radical al estilo Crisólogo Larralde. Toda su obra es un comentario,
una prolongada digresión tragicómica a partir de su nombre.
Diecisiete. La
cara que tenía. También tuvo que hacer algo con la cara, remontarla. En eso,
como Macedonio (otro que vino con un plus nominativo), ganó cara y equívoca
venerabilidad con el tiempo. Era de ojos saltones, dientudo y con mentón
fugitivo: las caricaturas de la época son alevosas. La barba lo disfrazó, pero
operando al revés de las caretas: lo puso grave, reservando la gracia y la
ironía para los ojos.
Dieciocho. Las
cosas que hacía. Las jodas famosas, la prolongada estudiantina, su espíritu
juguetón, iconoclasta. El memorable lanzamiento por calle Florida, en coche
fúnebre, de Espantapájaros, con el muñeco de la tapa, dibujado por Bonomi,
convertido en escultura de papel maché, y con chicas vendiendo el libro.
Diecinueve. La
mujer con la que se casó. Un hombre también se justifica/explica por las
mujeres que amó y lo amaron. Oliverio conoció a la brillante colorada Norah
Lange en 1926 y se casaron en el ‘43. Fue su mujer, su amiga, su cómplice
talentosa. La oradora de banquetes que supo reunir en Estimados congéneres, la
memoriosa de Cuadernos de infancia, la novelista de Personas en la sala.
Veinte. Las
fechas del almanaque. Acaso sea un pretexto que hoy, 24 de enero, se cumplan 44
años de la muerte de Oliverio, en el verano de 1967. Norah lo sobrevivió sólo
cinco más. El otro pretexto que nos da el almanaque para leer a Girondo es que
este año, el 17 de agosto, se cumplen 120 de su nacimiento en 1891. A ver si
nos acordamos.
Veinte motivos
para leer a Oliverio Girondo
Nota de: Juan Sasturain
PAGINA 12- (2011)
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hoy, 2015, se cumplen 48 años de la partida de
Oliverio Girondo.
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