CAMINANDO AQUEL
ABASTO.
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Nota de MARIO
BOSCO (COCO del Abasto)
Publicada en la página
webb TODOTANGO
Buena costumbre
para el cuerpo es caminar dicen los médicos; pero más sana y mejor idea para el
espíritu es caminar el barrio, y si el elegido por la vida es el Abasto, dicen
los que saben, mucho mejor.
Y yo iluso de mí,
me animé a seguir ese consejo... y para qué.
Quise volver a
encontrarme con aquellas mis viejas veredas repletas como siempre de cansados
changadores, con pesados bultos como si cargasen sobre sí globos terráqueos,
iluminados por lánguidas lámparas que rebotaban sus figuras con variadas formas
contra el suelo, como pretendiendo distraerlos de tantos cansancios.
Quise volver a
encontrarme con aquellos viejos puesteros, «puntos con pretensiones de
canfinfleros», mezcla especial de La Calabria con El Abasto, quienes lucían con
nada de humildad relojes con tapa y cadenas de oro colgadas de los bosillos del
chaleco; con los viejos tanos changadores con faja a la cintura para evitar
herniarse, quienes tenían en sus pausas como única comida, haba cruda, pan y
cebolla, pues su única finalidad era traer a los suyos que habían quedado allá
esperando el ansiado llamado.
Quise volver a
encontrarme, girando por las calles circundantes de Anchorena, Lavalle, Agüero
y Corrientes con sus ruidosos bares, fondas y boliches como eran El Progreso,
Universal (el de mi viejo), Torino, Chanta Cuatro, Roma, Ideal, El Huevo Duro,
La Copa de Oro, El Modesto, Internacional, El Morocho del Abasto, El 580, El de
Pombo, El Chacarero, Dellepiane, El Abasto Bar, La Cueva, todos utilizados como
oficinas administrativas por consignatarios, puesteros, feriantes y
changadores, para pagos y cobros; también los habitaban en sus rincones
quinielas, timberos y vagos para ejercer sus trampas; llenas sus mesas de
personajes sacados de libros de aventuras fantasiosas con variadas vestimentas
de acuerdo a sus tareas, pero casi todos salvo los últimos nombrados, con manos
marcadas con surcos de trabajos duros, que iban a darse el único vicio diario
permitido: jugar a las cartas con desafíos ya programados por los perdedores
del día anterior.
Quise volver a
encontrarme con las chatas cargadas hasta el mango y los matungos cadeneros
adormilados por el cansancio y la noche, colocados en chanfle sobre Corrientes
y a quienes los tranvías al pasarles tan cerca despertaban y afeitaban la
trompa si no la levantaban.
Quise volver a
encontrarme con el pizzero instalado en cualquiera esquina, quien con un solo
grito anunciante de su llegada, lograba como acto de magia reunir en su
derredor una multitud de hambrientos laburantes, quienes para no perder tiempo
pasaban con sus bultos a cuestas, pagaban y devorando porciones se alejaban
tambaleando sus cargas, cual equilibristas en altas sogas.
Quise volver a
encontrarme con los quinielas industriales de cuño nacional, quienes
recorriendo puestos y bares, lejos de las miradas distraídas de los canas
entongados, recibían a su paso sonrientes saludos de los que habían ganado, y
de todos papelitos llenos de números esperanzados, pero de escasas futuras
realidades.
Quise volver a
encontrarme con feriantes de delantales llenos de dineros fruto de las ventas
con los que saldaban deudas por cargas recibidas sin firmar papel alguno como
algo natural y lógico; sacando guita sucia y mezclada las que iban limpiando,
separando y pasándoselas al vendedor, mientras se regateaba el valor final
entre insultos mutuos, como si fuera a llegar para los dos el fin del mundo,
pero era sólo el último juego hasta el siguiente día.
Quise volver a
encontrarme con mi nono Pepe, el único con guardapolvo y cuello duro, caminando
por Corrientes con el paco de la venta en mano hacia el banco, como costumbre
diaria y habitual, a vista de todos los pasantes como si nada llevase, entrar,
dejarlo en ventanilla y volverse a trabajar sin esperar que lo contase, pues no
era necesario; todos sabían que nada debía faltar y nada faltaba.
Nada de todo esto
encontré y si bien entiendo que así debe ser, pues no se debe ser iluso y
pretender volver a tener a aquellos que se quería, ya que la vida enseña que
uno vive dejando las cosas amadas, porque los dolores y las penas sólo te dejan
cuando ya no sos.
Caminé más lento,
cabeza gacha, «pieses» arrastrados y charcos en los ojos, consciente que ya
nada iba a encontrar de todo aquello que quería, por más que lo buscase; que
así como se fueron nuestros seres amados casi sin darnos cuenta, también a
nosotros se nos fue la vida, buscándonos.
Quise volver a
encontrarme hasta conmigo... ¿pero ya para qué?
Coco del Abasto
16/05/2002
Nota de MARIO
BOSCO
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Gracias COCO...!!!!
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