jueves, 26 de octubre de 2017

GUSTAVO TISOCCO, POETA


Cuando la inspiración llega me dejo llevar por el momento. Momento mágico, casi como una plegaria esa intersección entre la palabra y nuestras manos. Retorna en mi escritura aquel niño que fui pero que me habita y me transporta a mi pueblo natal, a mi río, mis calles, la siesta y los duendes, la magia de los seres queridos, muchos que ya no están. Momento en que recupero los colores, la música y los olores de aquella época. También la inspiración puede llegar como un grito, una denuncia, porque somos seres sociales y lo que pasa a nuestro alrededor nos duele e increpa, entonces nacen poemas que son como un testimonio de lo que nos pasa, nos pasó y así surgen textos a Desaparecidos, Pueblos originarios o niños devastados, entre otros temas que nos duelen como sociedad. Además cometemos la proeza de amar o de estar solos o de ser abandonados en la intemperie de la vida y brotan así esos poemas que nos alivianan el alma o nos liberan o nos consuelan de alguna manera.
Cuando estoy inscribiendo es como que me apartara del mundo con esa certeza de que las palabras llegarán desde algún lugar sagrado, un lugar que nos fue concedido para crear, para indagar y descubrir. No sé el camino, lo que nacerá o lo que vendrá, me dejo llevar. Tampoco sé si en ese momento soy yo el que escribe.

Edna Pozzi dice:
“Todas las mañanas lavas mis heridas
y me das un pañuelo limpio
para guardar mi alma”

y creo que es la poesía la que cura las heridas o las hace más tenues, más suaves. Y, también, creo fervorosamente, aunque suene trillado, que ella nos acuna y nos salva.

Gustavo Tisocco.
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