03 de Julio, 2014 · General
Marcos Silber: sus respuestas y poemasEntrevista en tramos realizada por Rolando Revagliatti
www.about.me/rrevagliatti
(publicación original)
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Marcos Silber nació el 4 de agosto de 1934 en
Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina.
A partir
de 1958 ha
publicado los poemarios “Volcán y trino”, “Las fronteras de la luz”, “Libertad”
(poema escénico), “Sumario del miedo”, “Dopoguerra”, “Ella” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina
de Escritores), “Suma poética”, “Historias del oeste”, “Primera persona”, “Boca
a boca: cuaderno del resucitado”, “Thrillers (Historias en “16”)” (finalista en certamen de
Casa de las Américas, Cuba), “Bajo continuo”, “Noticia sobre el incendio en la
nave mayor”, “Doloratas” (con Carlos Levy), “Cono de sombra y casa de pan”, “Preposiciones
y buenos modales” (primer premio en Mérida, España), “Roca viva” (Primer Premio
Concurso de Poesía “La Luna
Que”), “Cabeza, tronco y extremidades”. En 2010, la Editorial Monte
Ávila, de Venezuela, editó “Convocados”, antología de su obra poética. El
volumen “Visita guiada” es otra selección de sus textos, desde 1968 hasta 2012 más algunos inéditos,
por él realizada y con prólogo de Ivonne Bordelois (Ediciones Desde la Gente, Instituto Movilizador
de Fondos Cooperativos, 2013). Además de ser incluido en numerosas antologías
de su país y de Francia, Venezuela, Colombia, Perú y Cuba, colaboró en
innumerables diarios y revistas soporte papel, y muestras de su poética es
hallable en la Internet.
Es uno de los fundadores de la Sociedad de los Poetas
Vivos (integrada por Carlos Carbone, Eugenio Mandrini, Santiago Espel, Hugo
Toscadaray, Carlos Levy…). Participó en el Programa de Lecturas del Ciclo
“Poetas del ‘60”, desarrollado durante 2004 en bares notables, invitado por la Secretaría de Educación
del Gobierno de su ciudad. Obtuvo el Primer Premio Municipal en el género
poesía, correspondiente al bienio 1998-1999.
1 – “Nací en un barrio donde el lujo fue un albur…” (primer verso del
maravilloso tango “El corazón al sur” de nuestra compatriota Eladia Blázquez;
ella se refería a un barrio pobre de la ciudad de Avellaneda, del otro lado del
Riachuelo, lindando con la
Capital Federal; y nos cedía allí un esbozo sobre su
infancia, su entorno familiar, su nostalgia, su devenir). Te transfiero, Marcos,
aunque sea en prosa y a vuelapluma la inquietud: “Nací…”
MS - Nací pegado al Mercado de Abasto: ese universo que define a la
época: algo así como el hotel de inmigrantes del trabajo. La polifonía
representativa del hervor social -1930-1940-; la infancia o los juegos (que es
lo mismo) se desarrolló en un campo de batalla, el escenario mundial de
entonces. Jugábamos a la guerra, a la vida y a la muerte. Mamá, la mensajera
del incendio europeo, con las cartas cada vez más espaciadas, hasta que cesó.
Por entonces, la memoria visual se remonta hasta la mesa de la cocina, ella y
yo; el silencio, la noche donde se repetiría la ceremonia de la lectura de ella
para los dos. Por eso siento a veces que escribo para ella que leyó por mí. Me
nutrió con alimento del mayor valor calórico: Dostoievsky, Tolstoi, Puskin,
Chejov, Gorki… Oigo su voz todavía, apenas cascada, su dulce afonía. No es
posible precisar por qué ventanal ingresó el entusiasmo, el trabajo con la
palabra, su necesidad. Sí debo señalar esos encuentros como nacimientos, puntos
de partida, fuente de emociones, destino de una travesía ineludible. Marea
fatal, forzosa, que se instaló y va conmigo, convive conmigo y completa mi
identidad. Si uno no asume esa realidad, no la atiende, padecerá un fatal
desvelo como castigo por “incumplimiento del deber de creador”. Mi cabeza no
dejó de generar y fraguar imaginerías, invenciones, fantasías que consiguieron
se me premie con el título de mentiroso. Ignorancias y confusiones de entonces.
Mi ser y mi quehacer asumieron la sobrecarga de la pulsión creativa. Pinté y no
prosperó; toqué el violín y tampoco. Cada intentona se derrumbaba ante la
ansiedad de la conquista del “absoluto”, lo grande y definitivo. Y las empresas
se vieron interferidas por la oleada incontenible del desvelo y la imperiosa
proclividad a cantar presente y expresarlo. La provisión materna de literatura
convivió con la dura limitación de papá analfabeto. “Suma poética” abre con lo
siguiente: “NOTICIA – Papá era analfabeto y durante toda su esforzada vida
padeció esa infame condición. Tal vez, de allí, provenía esa veneración, ese
como culto reverencial por la palabra impresa. Cierta vez descubrí el faltante
de algunos ejemplares de un título que acababa yo de publicar. A mi requisitoria,
mamá, no sin previo juramento de reserva, me confesó: ‘Es tu papá que se los
lleva al mercado (donde trabajaba), allí los reparte’. Con el tiempo, una de
mis más caras aspiraciones, apunta a que cada una de las palabras escritas por
mí, acuda al espacio desierto de cada una de las palabras no escritas por él.
Ése, tal vez se constituya en el lugar más intenso del encuentro, el del deseo
satisfecho, el del consuelo y la reparación; al fin, el de la victoria de la
palabra de los dos sobre los hielos del silencio.” Se fueron sucediendo
trabajos variados en un contexto de agitado transcurrir. Siempre perturbado por
la visita infalible de la pulsión “escribidora”. Como mandato, como fiera
hambrienta que nunca abandonó el centro del ring. En el revés del papelerío
laboral se apuntaba la idea urgente, una sola palabra espontánea, resumen de
una ráfaga emocional o una evocación. Persistía la impronta de construir la
“gran sinfonía”, la sonoridad, esa voz, ese tono de cada vocablo, y el ritmo,
la marcha musical, la cadencia acosándome (con gusto). Sobre el papel escribo
–con pretensión de escritor- pero el dictado proviene del adentro del
compositor. La poesía –amante inmortal- actuará como dueña, con rigurosa
presencia soberana. Sobre mis veinte años el contacto con el periodismo
militante permite que participe con notas y entrevistas. Se destaca –foto
mediante- la realizada a Nicolás Guillén. Y fue Raúl González Tuñón quien me
condujo hasta el “último de los editores románticos”, como lo denominó a don
Manuel Gleizer. El último título de su sello fue mi primer poemario. (Suelo
repetir con Julio Rutman, periodista de la provincia de Mendoza, y nieto de
Gleizer, que el editor murió por la publicación de mi trabajo…) A esos tiempos
corresponde la lectura sembradora y generadora de Vladimir Maiakovski, Serguéi
Esenin, Miguel Hernández, César Vallejo, los chilenos Vicente Huidobro y Pablo
Neruda, Juan L. Ortiz, T. S. Eliot, Whitman, Fernando Pessoa, Eluard, Aragón,
Ungaretti, Quasimodo, Eugenio Montale, los norteamericanos. El vértigo
aluvional de éstos acompañaron mis años juveniles. Ingreso a la Facultad de Medicina con
el sueño de una profesión de entusiasta sentido solidario y el mandato de “mi
hijo el Doctor”. Todo se dispone y propone como labor poética central. En la
casa del sentimiento conviven la anécdota callejera, el guión doméstico, la
expectante mirada sobre el mundo. Con pedido de ubicación preferencial aterriza
mi fascinación por el cine, que se me instala e incorpora con inusitada
intensidad y seguirá presente en toda mi obra. La pantalla parroquial del
barrio me ganó con vigor de fe. El “biógrafo” del barrio con “las de convoy”…
2 – Aprovechemos la cámara, encendámosla, e improvisá unos acercamientos
sin afán cronológico ni exhaustivo, una “panorámica” sobre tus libros y algún
apunte de contexto.
MS - “Las de convoy” me remiten a “Historias del oeste”; la pasión
amorosa, no sin alguna incursión atrevida: “Dopoguerra”. Un episodio histórico
provoca el poema escénico “Libertad”, representado varias veces y dedicado a
don David Álvaro Siqueiros (de quien atesoro carta desde su prisión). Con
papeles especiales aparece la carpeta “Las palomas”, ilustrada por Mabel Rubli
y con tirada reducida para bibliófilos. Es mientras aparece “Cono de sombra y
casa de pan” cuando me integro al Grupo Barrilete, con los poetas Carlos Patiño
(1934-2013), Alberto Costa, Horacio Salas, Martín Campos, Rafael Alberto
Vásquez, Roberto Santoro (1939; director de la revista “Barrilete” y detenido-desaparecido en 1977
por la última dictadura cívico-militar), Miguel Ángel Rozzisi, y otros cercanos
al Grupo, como Humberto Costantini. Aquello supuso un fuerte compromiso
político-cultural. Del que surgió la colección conformada por siete separatas
cuyo título fue “Informes”. A través del sello Ediciones El Barrilete aparece
“Sumario del miedo”. “Doloratas” es una suerte de oratorio que memora el
Holocausto. “Noticia sobre el incendio en la nave mayor” surge desde los
cuentos de piratas que le contaba a mi nieto.
“Bajo continuo” se distribuyó acompañando, en un sobre de plástico, una
edición de la revista de poesía “La
Guacha”, por lo que llegó a unos 2500 lectores. “Cabeza,
tronco y extremidades” vale como pago de asignatura pendiente saldada con el
médico –yo- que desertó.
3 -Estoy casi seguro que debo haber leído tu poema escénico “Libertad”
… ¿Cuál es el hecho histórico que
provocó su concepción? ¿Quién o quienes lo representaron? Imagino que si lo has
dedicado a Siqueiros, gravitará en la obra la figura del gran muralista. ¿Qué
te dice en la carta que te envió?
MS - La carta es de agradecimiento. “Libertad” fue generado a raíz de la
detención de él, que parece que había liquidado a un tipo a los tiros. Fue
editado por “El Barrilete” y lo representaron los actores Adriana Aizemberg,
Hugo Álvarez y Jorge Amosa en la primavera de 1963.
4 -Me encantaría que nos cuentes sobre una experiencia que conozco desde
la excelente edición en C. D.: textos de “Thrillers” que con tu lectura y en
contrapunto con el saxo de Sergio Paolucci, se representó en unas cincuenta
ocasiones y no sólo en nuestra ciudad. ¿En qué ámbitos se representó, en qué
localidades, alguna anécdota?
MS - Así es: además de dar funciones, la mayoría en nuestra ciudad y en
el Gran Buenos Aires, las dimos en las provincias de Mendoza, Córdoba y
Tucumán. Un episodio que recuerdo aconteció cuando ofrecimos el espectáculo en
la sala central de la
Biblioteca Nacional: Paolucci solía entonarse un tantito
antes de cada función. Esa vez llegaba la hora de inicio y no apareció sino
recién cuando yo ya estaba a punto de suicidio público. De lo más exultante
copó el centro del escenario acostándose en el piso, desde donde la emprendió
con lo suyo. Los espectadores, sorprendidos, habrán pensado que actuaba. Cuando
se puso se pie, lo ovacionaron.
5 -No ignoro que asististe como invitado a encuentros internacionales de
poesía en algunos países. ¿Qué ha caracterizado a cada uno de ellos? ¿Nos
precisarías cuáles han sido, en qué años, si hallaste alguna marcada diferencia
con los que se realizan en estas pampas…? Si llegaras a colaborar en la
organización de uno, ¿qué propondrías? ¿Qué “le faltan” a los festivales?
MS - Estimo que las motivaciones organizativas son semejantes: auténtico
interés cultural y de difusión de una honesta minoría y afán de protagonicidad
en el resto (la condición humana, ¿vio?). El festival de mayor peso y nivel en
el que participé fue el de Medellín, en junio de 1993. Luego concurrí al de
Bogotá, en dos ocasiones. Funcionaba la
Casa de Poesía Silva, fundada por Belisario Betancurt
(excelente poeta él mismo y ex presidente de Colombia). La Casa estaba dirigida por la
poeta María Mercedes Carranza, quien en 2003 llegó a quitarse la vida en la
misma habitación donde José Asunción Silva lo había hecho. Ella y yo estuvimos
en el Festival de Poesía Internacional de Lima. Impactante resultó el Festival
Mundial de Poesía en Caracas, en el Teatro “Carreño” (equivalente a nuestro
Teatro “Colón”): lectura individual en un escenario enorme. Además, lecturas en
varios estados de Venezuela: conmovedor. Conocí al Nobel caribeño Derek
Walcott, de quien me traje un texto con su firma. Los encuentros que se
conciben en nuestras pampas, básicamente, conllevan similares virtudes y
defectos. ¿Qué propondría yo?: que los organizadores se abstengan de incluirse
en la programación. No considero ético que lo hagan. Los festivales carecen de
dinamismo, sentido crítico (mirada y oído de espectador / oyente). Debieran
ingeniárselas para no mortificar ni aburrir. Imbuirse del cómo juega la imagen
y la actuación y operar en consecuencia.
6 - Atmósfera de homenajes y reconocimientos explícitos o implícitos –y
no sólo por tu trayectoria de seis décadas- es la que advertimos alrededor
tuyo, desde hace un largo rato, los que estamos atentos.
MS - Homenajes y reconocimientos sospechosos de avisos de esos que
señalan la recta final y que resultan, por lo menos, inquietantes. Con Joaquín
Giannuzzi jodíamos: “estamos en lista de espera”. Procuro ubicarme en términos
existenciales y soy conciente de ello: prolongar el recorrido con trabajo
poético como resistencia, como vital expresión afirmativa.
7 – Siempre quise preguntarte sobre aquella intervención tuya –creo que
única-, sobre los sesentas, como co-adaptador al castellano nuestro, el de los
porteños, junto con Jorge Hacker, de “Raíces”, la pieza teatral del prolífico
inglés (ahora Sir) Arnold Wesker, que inicia la trilogía que prosigue con “Sopa
de pollo” y “La cocina”. Yo fui espectador de las tres (asistía a todos los
espectáculos del grupo “Nuevo Teatro” de Pedro Asquini y Alejandra Boero).
MS - La primera traducción de esa pieza fue en la Argentina a través de
Ediciones Nueva Visión, en 1966. En
1971 salió con el sello del Centro Editor de América Latina. Se representó, con
la dirección de Jorge Hacker y actuaciones de Norma Aleandro, Héctor Alterio,
Rubens Correa, Alejandra Boero… Tres años en cartel. Eso fue comenzar a bailar
con la más linda: “no conveniente”, porque lo que sigue queda por debajo…
8 – A varias personas –y probablemente no a vos- les he referido lo
mucho que me quedó grabado nuestro primer encuentro (fue en el bar “La Ópera”,
de la esquina de las avenidas Callao y Corrientes). Habrá sido alrededor de 1990, días después de
recibir yo una carta tuya, manuscrita, en la que me trasmitías tus impresiones
tras la lectura de mi primer poemario (yo rondaría mis 45 años), y hasta tus
asociaciones con cierto sesgo de uno de tus libros. Fue mi primera verdadera
conversación –casi lo juraría- con uno de los poetas que yo más seguía desde mi
adolescencia. Todo este prologuito lo instalo para inquirir sobre tus primeros
encuentros personales con escritores que más se te hayan grabado.
MS - De impacto emocional: con Olga Orozco (también ella había sido
invitada a Colombia, pero se negó a concurrir en nombre de no sé qué conjuro
que la esperaba para atentar contra ella; en vano –me lo habían encomendado-
procuré disuadirla). Con gran placer charlé con Juan L. Ortiz, Raúl González
Tuñón, Marco Denevi, Nicolás Olivari (en un cabarute del barrio de La Boca), Leopoldo Marechal (a
quien visité con Roberto Santoro). Por teléfono te conté que de jovencito yo me
paseaba como novio –presuntuoso, ¿no?- con Lila Guerrero, la notable traductora
al español de Vladímir Maiakovski: ella me introdujo en el mundo social de la
literatura. Con Bernardo Ezequiel Koremblit, fallecido en 2010, tuve una
especial amistad y profundo afecto. Talentoso como pocos e ingenioso como
ninguno: arrancó con la presentación de uno de mis poemarios declarando: yo
este libro no lo leí para evitar que influya en mi opinión… ¿Otros?: Sábato
había dejado en mi casa una copia del todavía inédito “Informe sobre ciegos” y
se me extravió entre tanto papelerío. A Neruda lo conocí donde vivía Margarita
Aguirre, su secretaria. Y en Santa Fe, en ocasión de aquel largometraje
memorable, “Los inundados”, charlé con Juan José Saer.
9 – Una noche de abril de 2007,
en el hermoso departamento de la recientemente fallecida poeta Graciela
Wencelblat, estábamos comiendo, bebiendo y chacoteando, la dueña de casa,
nosotros, los escritores Alfredo Palacio, Alicia Grinbank, el venezolano Luis
Gilberto Caraballo, Beatriz Shaefer Peña, Roberto Glorioso, el español Antonio
Quiroga, Emilce Strucchi y tu hijo Ramiro; yo, después de canturrear un tramo
de la milonga “Yo soy Graciela oscura” -letra de Ulises Petit de Murat y música
de Astor Piazzola-, te pregunté si habías llegado a tratar a Petit de Murat.
Vos hiciste un chiste, tipo “¿qué se creen, que soy tan mayor como para haber
conocido a Esteban Echeverría o Florencio Sánchez o Miguel Cané?”, y me quedé
sin saber siquiera si te habías cruzado con él. Y bueno, pues: aquí estoy con
el interrogante. Y como también recuerdo
que algunos jóvenes poetas de tu generación fueron a visitar a Antonio Porchia,
en una época de mucha difusión de sus aforismos, me gustaría saber si lo
visitaste y qué recuerdo conservás.
MS - De Ulises Petit de Murat tengo presente que me contó no pocas
intimidades de su amigo Jorge Luis Borges. (Estela Canto, que visitó mi casa
–cabe destacar-, jamás me contó nada de su relación con Borges.) A Porchia no
llegué a conocerlo: le había enviado uno de mis primeros poemarios y me
respondió con manuscritos de sus textos originales –que me dedicó- y que
también atesoro. Tanto como cartas manuscritas de Vicente Alexandre y Carlos
Fuentes.
10 – Fuiste uno de los responsables de la colección de poesía Elefante
en el Bazar, que a través de ediciones de La Sociedad de los Poetas
Vivos promovió certámenes –Concurso Nacional de Poesía “Ramón Plaza”- y ediciones no sólo de los ganadores de
dichos certámenes. ¿Cuáles fueron los objetivos de ese grupo?
MS - La Sociedad
de los Poetas Vivos surge, claro, después de ver el film de Peter Weir con
Robin Williams: “La sociedad de los poetas muertos”, decadente y desalentador.
Con una práctica político-cultural, el grupo encaró la impresión y difusión de
miles de pequeños volantes con poemas breves y ocasionales. El concurso
homenaje al poeta Ramón Plaza resultó un acierto: participación masiva y nivel
creativo.
11 -¿Algún suceso que vos consideres que ha incidido muchísimo en tu
inmersión en la vida literaria?
MS - Uno de los dos que ha sido
determinante en mi vida literaria –que es mi única y elegida vida-, es éste:
Sobre los ’80 yo llevaba ya varios años como representante de ventas –o como se
nos denominaba: corredor- en el rubro textil, con zona de privilegio. Gané
suficiente dinero como para convertirme en propietario de varias viviendas y
otros bienes. En el ’84, a la salida de un Banco, me asaltaron. Fue muy
cruento. Terminé internado con serias lesiones craneanas. La tomografía
(“desgracia con suerte” asevera el vulgo) detectó un tumor hipofisario con mal
pronóstico. Fui operado durante ocho horas y el postoperatorio demandó quince
días en terapia intensiva. La empresa me jubiló por incapacidad y por la
tremenda depresión que me invadió. Aspirando a eludir interpretaciones
sicologistas de ocasión y sin atribuirme “mano mágica” o fatalismo, sigo
creyendo que los acontecimientos tendieron a ubicarme en la centralidad de mi
pasión creativa, sobre todo con la poesía. Gracias (vale la ironía) a la depre
fui perdiendo los bienes. Al punto de sólo quedarme con mi pequeño
departamento, y ninguna otra cuestión más que atender fuera del trabajo
poético. Y sin percibirme contrariado, en la medida en que prevalece la
satisfacción, tras haber logrado conciliar el ser y el quehacer. Dentro del
laburo poético estoy vivo, presente y digno. Fuera de él: huérfano en el
desierto.
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de Gabriel Impaglione
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