lunes, 16 de mayo de 2016

LOS ESCRITOS DE ROLANDO, VIEJO PALENQUE

LOS ESCRITOS DE ROLANDO
Viejo palenque - Por Rolando Moro

-VIEJO PALENQUE-
Nunca recorrí la ruta siete, de pequeño viajé muchas veces con el trencito Quijano y aseguran que la siete corre de forma paralela al viejo terraplén de las vías.
 Mucha resonancia  cobró en  estos tiempos por el ataque de los cuervos del sur; puentes, pavimento y alcantarillado, volaron en aras de estancias y riquezas para la arquitecta egipcia, y muchos bienes  para el pelo duro correntino, por eso mismo  y para ver…. ¡¡Allá fuimos!!
 LAPACHITO  veterano kilómetro dos del trencito poco cambió, solo arrastra la molicie de los años con sus techos de chapa oxidados, pero  todo lo demás se mostraba distinto. Ya no estaban los montes añejos de quebrachos y lapachos.  Esteros llenos de vegetación con  aguas  que  hoy se muestran  turbias, donde antaño abrevaban los animales  apagando  la sed que brindaban los ardientes soles chaqueños, hoy cubiertos de vegetación y juncos. Avanzamos disfrutando  del confort brindado por un moderno vehículo quien otorgaba su clima regulado automáticamente.
 Hablaba sin reconocer, viajaba sin ver…. ¿Dónde irían los viejos ranchos de antaño?, solo emprendimientos modernos jalonaban el camino.
 Miro el indicador del vehículo que establecía  cuanto era el camino recorrido, de pronto el odómetro se clavo en 60 kilómetros. Una profunda nostalgia invadió mi espíritu, HABÍAMOS PASADO POR DETRÁS DEL CAMPO DEL ABUELO, campo que señalaba el “59” del recorrido del veterano  trencito Quijano donde pasé mi niñez.
 Más adelante  estaba establecida la familia Martínez,  quienes poseían un apeadero en el kilómetro 62,  siguiendo el derrotero nos encontrábamos con el viejo almacén de Kolbaz.
 Había una curva pronunciada y desde allí divisábamos un palenque blanco, indicativo del gran almacén que lo construyó, desde ese punto nos encontrábamos a pocos kilómetros de nuestra meta, el Zapallar.
 Aun podían divisarse los terraplenes de las viejas vías cuando de pronto, a un lado de los mismos, noto junto a una  destruida tapera, la imagen del palenque…. ¡¡Era aquel viejo palenque aun en pié!!
 Me acerco lentamente a esas ruinas para mirarlo. Levemente inclinado, pero los añosos quebrachos resistían el paso de los años.
 -¿Cuántos tendría?
 -¿Ochenta  o noventa? Tal vez más. Dejé de verlo hace más de sesenta abriles y allí estaba, erguido, soberbio, junto a las ruinas de aquel gran  almacén.
 Volvía a mi mente al antiguo negocio y  su dueño. Todo aquello que  parecía tan grande desde la infancia y hoy eran ruinas casi pequeñas en el tiempo.
 Recordaba al orgulloso palenque, lleno de fletes alineados  que  entregaban los dueños a su cuidado, mientras ellos cubrían sus básicas necesidades de alcohol y provista.
 Cuantas borracheras amainaron en tu apoyo,  cuantas cuitas de amor y desengaño  encontraron en tu silencio cómplice la muda comprensión  gaucha a los  dolores del alma,  brindando  siempre  el silente entendimiento. Fuiste  el oratorio del paisano solitario,  desengañado de la vida, fuiste amigo fiel  de jaranas, borracheras y festejos por el caudillo ganador
 Nunca pediste nada,  siempre diste. Solo alcanzaba con un giro de riendas para cuidar al amado flete, veces ni tan siquiera eso. Amainaron amigos en tu compañía, palenque fiel a todos  fuesen paisanos o guaycurúes
 Jamás te dieron sombra, permaneciste sin protesto bajo el implacable sol del mediodía, nunca una protección de aceite u esmalte, siempre estabas  y sobreviviste a todos. Seguro tenías alma, el alma de la generosidad y la entrega.
 Te conocí siendo niño pequeño pues siempre permaneciste  velando nuestro viaje, y hoy, con las vueltas de la vida y pocas fuerzas, vuelvo a verte amigo de sueños infantiles.
 Viejo palenque  no te imaginaba, jamás te imaginé tan firme,  viendo como la eterna rueda de la vida pega su centésima vuelta. Qué más  puedo decirte antiguo compañero…. ¡¡Aguántame el flete hermano,  mientras ahogo nuevamente el garguero con una copa de caña!!


LOS ESCRITOS DE ROLANDO
Viejo palenque - Por Rolando Moro

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