MOCHO Y EL
ESPANTAPAJAROS
ALVARO YUNQUE
- Me querés
acompañar a la chacra de mi tía? - dice Tula - . Mamá me manda llevarle esta
torta. Yo tengo miedo al espantapájaros que hay a la salida del pueblo.
- ¡ Puf! - hace
Mocho, y se yergue, satisfecho de que Tula, ¡tan limpia, tan suave, tan
modosa!, le haga este pedido, confíe en su valor y en su fuerza, apoye en él su
debilidad femenina.
- Me acompañás? -
insiste ella.
- ¡ Vamos!
Comienzan a andar
uno al lado del otro. Son de la misma edad, diez años, pero Mocho es bastante
más alto, y parece de más edad con su corpachón vigoroso de muchacho crecido al
sol y al aire libre, con su cabeza de pelos enmarañados, negros y duros, con su
cara morena y como amasada a golpes. No en vano la delicada y dulce Tula busca
su apoyo. El muchacho exhibe fortaleza y coraje, ¡vaya!, no lo ha visto ella
misma enredarse a puñetazos con chicos mayores o correr a pedradas a perros
grandes?
Caminan y
conversan. El:
- Por qué le
tenés miedo al espantapájaros? No es nada más que un espantapájaros. Y vos no
sos un pájaro. O te crees que sos un gorrión?
- Ya sé que no
soy un gorrión, pero abuela dice que de noche el espantapájaros se pone a
caminar, y yo pienso que si vuelvo tarde, sola, y me encuentro el
espantapájaros por el camino...¡ Ay! Con sólo pensarlo, mirá, se me pone carne
de gallina, me enfrío. Tocá.
Mocho no se lo
hace repetir. Toca la piel aterciopelada del brazo de su amiga, y habla. Habla
seguro de sí:
- ¡ Son macanas
eso que dice tu abuela! Yo he pasado de noche por el camino y el espantapájaros
estaba allí como si fuese de día.
- Habrás pasado
una noche de luna?
- He pasado en
noches de luna y en noches de tormenta. El espantapájaros no se mueve de su
sitio.
- Noches de
tormenta? ¡Qué valiente!
Mocho sonríe,
gozoso. Tula cree lo que él afirma. Y dice:
- ¡ Para eso soy
hombre ! Los hombres somos valientes.
Continúan
andando. De vez en vez, ella lo mira de reojo. Y vuelve a hablar:
- Yendo a tu lado
no tengo miedo de pasar por allí frente al espantapájaros.
El calla. Una ola
de satisfacción le sube desde el pecho al rostro y se lo colorea. Saber que
esta muchacha tan linda, tan suave, tan graciosa, confía en él, le da mayor
seguridad todavía. Calla, mete las manos en los bolsillos, pisa más fuerte.
Ella insiste:
- Y si saliera el
espantapájaros a atajarnos en el camino?
- ¡Bah! - hace él
y se encoge de hombros, despreciativo: no toma en cuenta una suposición tan
descabellada.
- Si, ya sé que
no saldrá, al fin ahora es de día. Pero... si saliera?...
- ¡Lo rompo todo!
¡No le dejo una hilacha! - afirma él, y continúa andando. Lo dice con tanta firmeza
que Tula sonríe, contagiada de la seguridad de su amigo.
- Qué torta
llevás allí? - pregunta él, y las pupilas le relucen de gula.
- Una torta de
dulce de membrillo para mi tía, la de la chacra. Hoy es su cumpleaños.
- A ver, dejame
tomar el olor... ¡Ah, qué rica ha de ser!
- Si, es rica. Yo
te daría un pedazo, pero... si mamá sabe...
- Y cómo puede
saberlo?
- Muy fácil: que
mi tía, mañana, cuando la vea, le diga: a tu torta le faltaba un pedazo.
- Es cierto.
- Mamá hizo otra
torta para nosotros. Esta noche, cuando me den mi pedazo, en el postre de la
comida, no lo comeré. Te lo guardaré para vos.
- Guardame la
mitad - concede él, un poco caballero.
- No, te lo
guardaré todo.
- No, la mitad.
- Bueno, la mitad
- accede la chica, y agrega - : También le puedo pedir a mamá un pedazo para
vos. Le puedo decir que me acompañaste. Qué te parece?
- Me parece
mejor. Así con tu medio pedazo y mi pedazo, yo me como un pedazo y medio. Tula
no responde, aunque en verdad, Mocho no ha interpretado su pensamiento. Ella
pensaba que pidiendo para él, éste se conformaría con su pedazo. En fin...
Doblan el camino.
- ¡Allí está! -
exclama ella, se toma de la mano de Mocho, aminora el paso.
- Y qué? - dice
él, despectivamente
- ¡vas conmigo!
Llegan delante del espantapájaros. Un sombrero de paja medio caído y, sobre la
cruz de palo de sus hombros, colgantes harapos de lo que fuera un saco de
hombre. Mocho lo enfrenta, burlón y valiente:
- ¡Hola,
espantapájaros! Qué decís? Cómo te va? Recoge unas piedras y le tira. Acierta
con una y le bambolea el sombrero. No se conforma con esa demostración de
valentía. No oyendo a Tula que le balbucea:
- ¡No, Mocho, no
hagas eso! Mirea que de noche se puede vengar... ¡No, Mocho!... El muchacho, de
un brinco, salta el alambrado, se acerca al espantapájaros y le quita el
sombrero. Ríe a carcajadas. Se topa con él y continúa andando, regocijado de su
hazaña cuanto del temor con que su trémula compañera, pálida y temblorosa, lo
sigue.
Mocho se da
vuelta y, saludando, grita:
- ¡Chau,
espantapájaros! ¡Tánto gusto de saludarlo con su sombrero, señor
espantapájaros! Y le tira el sombrero que cae entre los trigos de su custodia.
A la vuelta, después de haber dejado el obsequio en manos de la tía, más
satisfechos, porque ésta los ha invitado con masas y sandwiches, Mocho vuelve a
enfrentarse con el espantapájaros: ¡Adiós, che! Te has quedado sin cabeza. te
voy a poner el sombrero. Vuelve a saltar el alambrado, recoge el sombrero y lo
hunde en el palo que sirve de cuello al espantapájaros. Antes de doblar el
camino, se vuelve para burlarlo:
-¡ Adiós,
espantapájaros! ¡ Seguí asustando a gorriones, que a mí no me asustás!
- ¡ Pero a mí me
asusta! - agrega la chica, y se toma de su mano. Llegan a las casas del pueblo.
- Hasta mañana,
Mocho valiente.
- Hasta mañana, y
ya sabés...
- Qué, Mocho?
- Te olvidaste lo
del pedazo y medio de torta?... ¡Me quedé con unas ganas de probarla!
Por la noche, una
noche sin luna, con oscuros nubarrones que rezongan truenos, Mocho sale al
camino. Va a buscar al espantapájaros. Va a probarle que si de día no le tuvo
miedo, de noche tampoco se lo tiene. ¡ Y eso que no es noche de luna! Se
burlará de él, le quitará el sombrero de paja, le desgarrará el saco. Porque el
espantapájaros estará allí, en el sitio de siempre, inmóvil e inofensivo, sólo
sirviendo para asustar a tontos gorriones o débiles niñas como Tula... Pero
qué? Quién viene allí por el camino? Es el espantapájaros? ¡ No puede ser! ¡Y
es el espantapájaros, sí! Lentamente, con sus harapos al viento, con su
sombrerote de paja agitado, allí viene, por el camino, y en dirección contraria
a la suya. Mocho se detiene, sorprendido y temeroso. Siente que un frío de
hielo le paraliza las piernas, que la piel se le eriza, que los cabellos se le
ponen de punta. Intenta gritar, y no puede. La voz se le corta.
Pero entonces era
verdad lo que decía la abuela de Tula? Es verdad que el espantapájaros sale de
noche a andar por los caminos? ¡No puede ser! Cómo creer en tal cosa? Y sin
embargo, allí está, en el camino, andando como un hombre y dirigiéndose hacia
él, quizás dispuesto a vengarse de sus burlas y de sus pedradas. Ya se acerca,
se acerca.... Mocho no resiste más. Da vuelta y, temblando de miedo, echa a
correr. Pero corre torpemente, sus piernas temblorosas han perdido el vigor y
la agilidad habituales. Y oye detrás suyo los pasos del espantapájaros que lo
persigue. Los oye más cerca, ¡más cerca todavía!, ya parece que lo tiene junto
a él, no puede más...
Pide auxilio. A
quién pedirlo sino a la madre? Intenta dar un salto, y grita:
- ¡ Mamá, mamá!
Siente que ha caído. Porque Mocho acaba de rodar de la cama donde estaba
soñando. Se hace la luz. A su lado está la madre, afligida:
- Qué te pasa,
querido? Mocho la mira con ojos espantados. Va a decirle que el espantapájaros
lo corría, pero calla. Cómo decir tal cosa? Calla y se aprieta contra su pecho,
sollozante. La madre lo consuela y acaricia:
- Estabas
soñando. Una pesadilla seguramente. Eso te pasa por comer mucho y a cada rato.
No es nada. Acostate, querido. Yo te acompañaré. Lo tiende en la cama, lo
arropa. Y se instala a su lado. Mocho se siente seguro, cierra los ojos, se
duerme. Pero a la mañana siguiente, día de sol radiante y magnífico, pasando
por delante del espantapájaros inmóvil, sigue derecho, lo contempla de reojo.
No se le ocurre burlarlo ni tirarle piedras.
MOCHO Y EL ESPANTAPAJAROS
ALVARO YUNQUE
fuente: página ALVARO YUNQUE
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