NOCHE DE JUERGA
Amelia Requena
Todos creían que yo era un gato
piola y además muy suertudo.
Yo también.
Mi
vida estaba llena de mimos, caricias, compañía, mucha libertad,
abundante
comida y gatitas a granel.
¿Qué
me faltaba? Nada. Lo tenía todo.
Algunos decían que sí: me
faltaba sarna
para rascarme.
Haciendo uso de esa libertad, una
noche me fui de juerga junto con unos gatos callejeros, que se las sabían
todas.
Guiado por ellos, me di un atracón bárbaro con pescado que, para mí, olía
muy raro. Pero, me callé la boca, no iba
a empezar a quejarme y a servir de motivo para la cargada de
los demás. No fuera a ser que comenzaran a decirme: “que era un gato flojo y
maricón, que me faltaba calle”. Resolví
comer y no decir nada. Para eso era un
gato piola.
Al rato empecé a descomponerme y a sentirme cada vez peor. Entre
vómitos y mareos, no sé cómo regresé a casa. Me acosté sobre el almohadón de
siempre y tuve un sueño espantoso.
Soñé que yo era un pobre ratón perseguido a
muerte por un gato. Me corría desenfrenadamente. Así cruzamos jardines y
calles. De repente, unas luces me cegaron, un golpe me produjo un dolor
insoportable, sentí que un líquido caliente y viscoso me empapaba y ahí quedé.
Medio muerto o muerto del todo. Lo último que recuerdo es un dolor de panza
impresionante, parecía que las tripas se me iban a salir en pedacitos.
En medio
de eso me desperté y comprobé con alegría que todo había sido una pesadilla. Yo
seguía siendo el mismo gato de siempre y por sobre todo estaba vivo, bien vivo
y dispuesto a seguir disfrutando de los placeres de la vida.
Eso sí, atracones
de pescado podrido, nunca más.
Seré muy austero, muy frugal en mis comidas.
Con
respecto a la compañía de los gatos vagabundos, creo que deberé seleccionarlos
con más esmero.
fuente:
publicado en el libro:
ANTEOJOS NEGROS.
Amelia Requena.
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