LA HONRADEZ
El mono y el zorro se disputaban la primacía de la astucia
entre los animales de la selva. Por astuto era que el tigre, dictador de la
comarca, había hecho al zorro su secretario. Ahora tenía el título oficial,
desde que este tigre se erigiera con el cacicazgo por muerte del que lo ocupara
antes; pero en realidad, el zorro era su secretario desde las primeras
aventuras juveniles, cuando uno y otro, apenas abandonada la cueva paternal,
hubieron de hallarse el sustento a fuerza de garras y colmillos. Desde aquellos
lejanos días, el zorro prestaba los servicios de su secular astucia a la
arrogante fuerza del tigre. Y muchas veces hubieran amanecido ayunos sin la
agudeza del pequeño zorro, pese a las potentes garras del gran tigre. Este lo
reconocía así cuando lo nombró su secretario oficial, aun desconfiando de su
honradez. Sabedor de esta desconfianza, el mono soñó en sustituir a su rival en
el cargo; y como la ocasión se presenta a quien se halla en su acecho, la
ocasión de mostrarse honrado se le presentó al astuto mono: uno de los corderos
de la majada del tigre había desaparecido; y el mono se dio tal maña, que lo
encontró y se lo llevó a su dueño. Sentó plaza de honrado el mono, y el
dictador que, tal vez por no serlo él, consideraba a la honradez como la más
elevada de las cualidades de un secretario, llamó al zorro, y le habló así:
- Hijo, quedas despedido de tu puesto; desde hoy el mono
será mi secretario.
No se inmutó el zorro, bien sabía él que no es la gratitud
una cualidad del fuerte, pero no dejó de molestarle la noticia. ¡A sus años
tener que echarse por esos montes y atajos a buscar qué comer...! Respondió al
tigre:
- Está bien, patrón. ¿Pero usted está seguro de que el mono
es honrado?
- Sí. Me acaba de devolver el cordero que se me había
perdido.
- ¡ Ju, ju, ju...! - rió el zorro.
- ¿ Por qué te reís?
- Me hace reír su inocencia, patrón. Parece mentira que
tenga usted los años que tiene - respondió el zorro - . ¡Vaya honradez la del
mono! ¡Pillo! ¡Si él no come carne...! El argumento hizo fruncir el hocico del
dictador: era un argumento digno de consideración, a fe. Y prosiguió el zorro:
- Así cualquiera es honrado, patrón. Póngame a mí de
secretario del jabalí que sólo come yuyos; y ya verá usted como no le toco uno
de sus yuyos... Pruébelo al mono, póngale a la mano cosas de su gusto y lo
verá, ¡lo verá al honrado...! Devolver lo que no nos sirve. ¡Qué gracia! ¡De
ese modo cualquiera es honrado! Así se hizo. Se colocó una fila de cocos en un
abra de la selva, con un letrero: "Nadie coma de estos cocos. Son del
tigre." Y cerca un diminuto mainumbí para que vigilara... Pasó el mono y,
pese al letrero, se comió seis cocos. Cuando el pajarito vigilante llevó la
noticia al tigre, el zorro largó la risa:
-¡Ju, ju, ju!... ¡El honrado mono!... ¡Ju, ju, ju!... ¿No le
decía yo, patrón? Ser honrado devolviendo lo que no nos sirve, ¡bah!, no es
gracia. Honrado es el que devuelve lo que necesita... No respondió el tigre;
pero el zorro quedó en su puesto oficial, de secretario. Poco le duró el goce;
pensando, pensando, el tigre sacó esta conclusión a la escéptica moral del
zorro:
- Ya que es imposible hallar un secretario honrado en
absoluto, prefiero tener un secretario que se alimente de cocos a uno que se
alimente de carne. Prefiero tener un secretario que no se pueda tentar con lo
que a mí me sirva. Y despidió al zorro para nombrar al mono.
fuente: página ALVARO YUNQUE
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