RENE COSPITO.
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UN ENCUENTRO CON RENE COSPITO
entrevista de NESTOR PINSON
Seudónimo: Don Goyo
PIANISTA, DIRECTOR, COMPOSITOR
Fue un sábado,
después del mediodía, que tuve la ocurrencia de conocer un restaurante del cual
me habían hablado, dejé la avenida Corrientes y doblé al llegar a Talcahuano,
allí me topé con el local que se decía, era de Horacio Ferrer y Antonio
Carrizo. Pocas mesas estaban ocupadas. Elegí una pasando la mitad del salón.
Después de hacer
el pedido, reparé que a un costado de la entrada había un piano que ejecutaba
alguien que apenas se veía. Lo reconocí de inmediato, era el mismo de las
reuniones en el roof garden del Automóvil Club Argentino, el de la tienda
Harrods, el del Hotel Alvear y de tantos otros lugares. Realizaba su rutina de
variados ritmos con la misma facilidad con la que se habla con un amigo.
En eso hubo un
breve silencio que aproveché para solicitar, en voz alta, “Esponjita”. El
pianista hizo una pausa y giró para ubicar la voz. Me sonrió y arrancó con
aquel tango suyo perdido en la memoria del mundo pero no en la suya. Después
recordé que lo había compuesto en 1932, casi al mismo tiempo que otro titulado
“Porota”. Creo que ninguno llegó a grabarse.
Terminada su
vuelta se acercó a mi mesa y lo invité a sentarse. Llegó el mozo y pidió un
cortado y un “marroquito” (una palabra ya en desuso con la que se designaba un
trozo de pan o un pancito pequeño por lo general del día anterior). Habrá
advertido algo en mi mirada porque enseguida se obligó a una aclaración, y
sonriendo me dijo:
«No crea que
estoy pasando hambre, es una costumbre de siempre. Estoy muy bien
económicamente. Tengo una jubilación aquí y otra en Norteamérica por mis
trabajos en ese país. En Buenos Aires me llaman de todas partes y esto me sirve
para mantener la mente y los dedos ágiles.
«Le cuento la
historia de “Esponjita”. Yo soy un músico dedicado al jazz, pero he tenido mis
momentos tangueros. La orquesta que formamos con Eduardo Armani, fue
posiblemente, la de mayor arraigo durante unos cuantos años. Hacíamos un jazz
elegante, éramos como Osvaldo Fresedo para el tango. Actuábamos en Harrods a la
hora del té. Un día, Armani me comenta que habíamos sido citados al Teatro
Casino donde se proyectaba presentar una revista musical con varias figuras y
nosotros como uno de los números fuertes. Muy buen dinero; con lo que cobré en
tres meses me compré un auto nuevo y me sobró plata.
«Entre los
contratados figuraban unas bailarinas del Teatro Colón y entre ellas, dos
hermanas muy bonitas hijas de alemanes. Enseguida nos agenciamos una para cada
uno, eran muy divertidas, un gusto estar con ellas. La mía tenía una cualidad,
cuando después de las funciones nos juntábamos para cenar bebía bastante; antes
de comer, durante la comida y el champagne en la sobremesa. Nos llamaba la
atención que no la alterara en absoluto, como si hubiera bebido agua. Armani me
dijo que parecía una esponja. Me quedó su frase y así titulé un tango que ya
tenía compuesto. Todo con el sólo afán de seguir la broma. Y trataba de tocarlo
en todas las ocasiones que estábamos reunidos.
«Pero esto no
terminó aquí. Armani siguió un tiempo largo con su chica, yo me alejé cuando
conocí a la que sería luego mi esposa. Como quince años mas tarde, ya con Perón
en la presidencia, fui contratado para una reunión social donde estaría lo más
granado del gobierno. Casi hacia el final de la fiesta, se me acercó para
felicitarme Raúl Apold, secretario de prensa. Tras sus palabras me presentó con
gran entusiasmo a su esposa. Por supuesto, me reencontré con Esponjita a la que
saludé seriamente.
«Yo nací con
música, mi padre tenía un conservatorio donde también enseñaba, fue primer
mandolín de la orquesta del Teatro Colón, mi madre concertista de piano y yo,
como tantos pibes que tocaban un instrumento, gané los primeros pesos en los
cines de barrio acompañando las películas mudas.
«Una satisfacción
fue cuando me escuchó tocar Juan Carlos Cobián -recién había cumplido los 20
años- y nos presentamos varias veces tocando tangos en dúo de pianos. Siempre
tuve trabajo y suerte. El norteamericano Don Dean llegó al país en gira, fue un
suceso en el Hotel Alvear y luego en otros sitios. Resulta que se enamoró de
una argentina y aquí se quedó, sus hijos fueron músicos. Cuando se casó por
1935, abandonó todo y me dejó a mí parte de su orquesta, sus contratos, todo.
El cantor era Fernando Torres, yo incorporé más tarde a Eduardo Farrel, ambos
de larga trayectoria en el bolero.
«Mis conjuntos
siempre compartieron carteleras con los tangueros, recuerdo a Juan D’Arienzo,
Miguel Caló, Julio De Caro y todos los demás. Para el sello Victor, como “René
Cóspito, su piano y su ritmo”, grabé mucho durante años. Un día, se me presentó
un gerente de la Columbia, el señor Taylor, le había gustado mi versatilidad y
me preguntó si quería grabar tangos formando un trío, con acompañamiento de
guitarra y contrabajo, le aclaré que yo tocaba a la parrilla. Eso lo entusiasmó
más. Prepáreme 20 tangos, me dijo, pero debe ser con otro nombre para que no lo
asocien, y surgió el seudónimo Don Goyo, me pareció bien y salió el primer
larga duración, pero fueron con una yapa. Alguna milonga y, en otros casos, dos
tangos enganchados en el mismo espacio del surco. Tuvo éxito y hasta ahora se
editaron seis discos y ni me acuerdo la cantidad de títulos».
Tras algunas
palabras más -él debía seguir con su trabajo-, nos despedimos y no volví a
verlo. Esto fue en 1992 o, quizás, un año más tarde.
Como compositor
no fue mayormente requerido, en 1930 Charlo, como estribillista de Francisco
Canaro, le grabó un fox trot: “No me fastidies más”. En 1932, aparte de
“Porota” y “Esponjita” surgieron “Yuyito”, “Decime la verdad”, “Ada”,
“Salvaje”, “Bandido”, “Delirio”. En 1940, “El vals de medianoche”, entre 1969 y
1972 “La desnuda verdad”, “Dicen de vos” y en 1972 “Es un otoño más”, la
milonga “En un ranchito de tejas”.
Nació en Buenos
Aires en el barrio de Villa Devoto y murió en esta ciudad, manteniendo siempre
su don de gente y la humildad que caracterizó su longeva vida..
fuente: TODOTANGO.
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VALSES CRIOLLOS
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