viernes, 1 de febrero de 2013

LEDA VALLADARES, FOLKLORISTA

LEDA VALLADARES.
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PAGINA 12.COM
Las 12/ Mirada de mujer
Nota de:  Betina Fernández Matti
http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/las12/00-08-11/nota1.htm

PERSONAJESYo fui testigo

Leda Valladares tiene más de noventa años y ha decidido retirarse de la vida pública. Dio a Las/12 la última entrevista, en la que desgranó pausada y amorosamente sus andares por el norte redescubriendo y recopilando bagualas y vidalas, desentrañando un misterio que después compartió con muchos otros músicos. Algunos de ellos opinan aquí sobre el papel que Leda desempeñó en sus propias carreras y en la historia musical argentina.
 



























Después de más de cinco décadas de trabajar en la recolección y preservación del folklore del noroeste, Leda Valladares siente pánico frente a los fenómenos populares que pueden arrasar con lo poco que queda de ese pasado. Inculcó el canto con caja a músicos del rock como Gustavo Santaolalla, León Gieco, Fito Páez y Pedro Aznar. En junio publicó, no sin esfuerzo, Cantando las raíces donde deja registro, a la manera de un antropólogo intuitivo, las coplas anónimas de una zona recorrida por una geografía despiadada y bella al mismo tiempo, donde sus pobladores mantienen las tradiciones, como el tesoro más preciado. Leda Valladares nació en Tucumán, y su adolescencia transcurrió entre el blues y compositores de música clásica que fueron entregados en dosis exactas por su padre. “Antes de mirar el mundo me puse a oírlo. Por mi padre, tocando y cantando entré al follaje de la música”, dice.
Antes de cumplir los veinte años, formó su primer grupo de música, con unos amigos: F.I.J.O.S (Folklóricos, Intuitivos, Jazzísticos, Originales y Surrealistas). Con el seudónimo de Ann Key comenzó a cantar jazz y esos amigos que la acompañaban, adolescentes también, eran: Adolfo Abalos, Manuel Gómez Carrillo, Enrique “Mono” Villegas, Gustavo “Cuchi” Leguizamón y Louis Blue. Artistas todos de un talento irrefutable, que se desplazarían a lo largo de sus carreras profesionales y se convertirían en referentes musicales de artistas por venir. Pero en esa época, la música era casi un juego y Leda cuenta que ella cantaba en inglés por fonética. Un día se cruza con su profesor de inglés y muy sorprendido le comenta que la había escuchado en la radio, pero “sinceramente no le entendí lo que decía”. Era claro que sus clases no habían resultado muy exitosas, pero Leda sonrió en silencio. A los 21 años descubre esa música mágica y misteriosa que son las bagualas y a partir de allí no se detendrá en recuperar ese canto anónimo de los valles y los montes. Ese trabajo minucioso sigue siendo hoy en día uno de los pocos realizados con la rigurosidad científica que se exigiría. Es injusto querer clasificarla, ya que su obra va desde la recolección y registro de esos cantos, composición de música para niños, así como boleros, baladas y blues –en 1964 la registró en un disco llamado Solamente–. Además, musicalizó infinidad de obras de teatro y cine y documentales. En los años 70 comienza a construir los puentes entre jóvenes músicos y cantores de campo y luego compartir escenarios y grabar discos con músicos de rock. La cualidad innata para la combinación llevó a sonidos con texturas que, hasta ese momento, parecían incompatibles. Lo que está debajo o quizás por encima de todo eso es el amor y la pasión de alguien que sintió el llamado de la madre tierra y, cuando América se despertó ante sus ojos, no dudó un instante y acudió a su llamado.
El termómetro en la ciudad de Buenos Aires sigue severo con sus marcas, y no perdona la ocasión; frío y humedad son su respuesta. Al traspasar el umbral de la puerta, unos profundos ojos azules, inmensos como los valles que tantos años fueron su paisaje cotidiano, miran desde un rostro que transmite una serenidad imperturbable. En la charla, cálida y emotiva, Leda hace desaparecer el tiempo cronológico. Sólo la acompaña su música en solitario, pero con la tranquilidad de quien ha vivido la vida con verdadera intensidad. En su última entrevista a un medio de comunicación, ya que ha decidido retirarse de la vida pública, conversó con Las/12 en su casa sobre su obra, su vida, las incontables anécdotas que ha ido coleccionando y sus preocupaciones: lo que la aterra del futuro incierto y dudoso de este país y el peligro de olvidar el pasado.

El Mapa Musical Argentino

¿Cómo y cuándo descubre la música del noroeste, las bagualas, las vidalas y otras tantas melodías?
Durmiendo. Estaba en Cafayate, Salta. Era una noche de Carnaval, yo tenía 21 años y allí descubrí la baguala. Me desvelaron tres mujeres que se detuvieron frente a mi balcón. Yo nunca había oído hablar de la baguala y entonces me parecía que tenía que ser algo muy misterioso, muy poderoso. Después de escucharlas me prometí recuperar semejante regalo de la tierra. Eran rastros de una canción que tenía muchos siglos y se estaba descolgando, estaba desapareciendo. Salí a buscar los vestigios de este milagro que hasta ese momento desconocía. A mí nunca me había tocado encontrar la voz agreste y salida de la montaña. Pero era un grito muy solitario, y ya ese pobre grito estaba tan viudo, tan solo, que daba pánico. Entonces tomé una especie de conciencia bastante trágica. Un país que estaba al borde de perder su historia, sus tradiciones, y nadie se daba cuenta de que todo eso se estaba muriendo o que ya estaba muerto.

¿Y cuándo toma la decisión de registrar esas melodías y hacer el Mapa Musical Argentino?
Surge cuando yo salgo a los campos y oigo esos cantos que están tan solitarios en los cañaverales, en todo el paisaje del norte y veo que todo eso está en una soledad pavorosa. Francamente no tiene oyentes, no tiene testigos, no tiene testimonios. Y eso es como sentir una especie de pesadilla, o de gran invento histórico. ¿Dónde estaba todo eso? Era leyenda, ¿quién había inventado todo eso? Ya venía a ser leyenda, porque casi no había rastros de todo eso. Con mi modesto grabadorcito a cuestas fui recogiendo el folklore desde Ecuador hasta Santiago del Estero. Y así, con mucha paciencia, fui reconstruyendo el mapa musical del país, y arrancando esos cantos de callejones, ranchos, valles, quebradas o corrales. Lugares donde la gente se reunía o pastores en su soledad, en medio del valle.

¿No era una tarea casi heroica reconocer el momento justo donde se da cada canto, donde encontrarlo, iba a tientas, palpando con sus sentidos, sin ninguna referencia?
Era una especie de tarea; yo no sé si era real o irreal. Porque no sabía si esa música, ese folklore había muerto o era puro pasado. Ya eran ganas de que se inventara la realidad.
Era cómo hacer un camino, con pasos hacia atrás, pero con los ojos vendados.
Sí, pero de pasos hacia atrás y con pasos inventados. Salí a la aventura, a buscar lo que sea. Conocía las regiones, pero nadie me lashabía enseñado. Uno nunca sabe qué es lo que está palpando, si son rastros o son inventos de la gente que anda por el lugar. No se sabe bien qué es.

Un testimonio por escrito
¿Y el libro era una idea que estaba en su cabeza hacía tiempo, después del trabajo Grito en el cielo?
Era una idea que hace mucho que estaba, pero que no se concretaba. No había quién apoyara este proyecto, en ningún aspecto, de modo que parecían fantasías mías. Pero como era una idea concreta, que necesitaba un editor, publicidad y todo eso en la Argentina no está organizado, y nadie le lleva mucho el apunte y a la historia tampoco se le lleva el apunte... Todo es así, es una historia nefasta. Finalmente encontré el año pasado una editorial que se ofreció a publicar el libro.

¿Cuando fue haciendo ese recorrido, a sus 21 años, tenía un guía o fue por instinto?
No sé qué me llevó a todo esto. Pero después me di cuenta de que la cosa venía envuelta en una especie de tejido indemostrable o algo así y que las cosas desaparecían y los rastros de la historia se perdían.

Pero, ¿en los pueblos encontraba esa música?
La baguala la encontré en los carnavales, traspapelada, perdida en las montañas. Y los habitantes del noroeste siguen cantando esas canciones, siguen viviendo con esa música en la vida cotidiana de cada uno.
Lo seguían viviendo, no sé ahora, en este momento, con la expansión de los medios y su manipulación. Es muy fantasmal todo, porque no se confía bien en la leyenda, en lo atemporal. En la recopilación quedé sola y viendo que la cosa se agravaba y que la desaparición tomaba muchas más fuerzas que la reincorporación o que la búsqueda o que el hallazgo de lo que estaba perdido y que se podía salvar. Ha sido muy terrible. Yo me imagino los recopiladores que ha habido, que habrán sentido porque la soledad ha sido cada vez mayor por el asunto que se mezcle el negocio a la búsqueda auténtica de la sabiduría de un país, de un pueblo, de una música, de una poesía, todo lo que significa el pasado, que se cuenta y se canta, pero todo eso se fue perdiendo cada vez más. Sin embargo, en Carnaval todavía se escucha la música con caja, en señaladas (marcada de animales). Es un motivo de reunión, se junta la gente, cuando hay motivo de fiesta aparece el canto con caja. También cuando hay motivo de veneración a la tierra como la fiesta de la Pachamama.

En ese momento, bajo la atenta mirada de Leda, Miriam García, una de sus discípulas en la enseñanza del canto con caja, cuenta que en octubre se celebra en Salta la Manka Fiesta, donde los habitantes de la puna, de la quebrada y de la selva, se reúnen para intercambiar productos. Y como toda reunión es motivo de canto a la noche –la fiesta dura una semana y se arma una especie de ronda de toldos–, se cantan bagualas así como comienzan noviazgos, frente a testigos silenciosos. Las parejas se conquistan con la caja. Cuando a un paisano le gusta una chica, le canta una copla y, si ella responde y sigue ese “juego” de contrapuntos, se determina si el noviazgo será el resultado de tan extraño cortejo.

¿Por qué piensa que la cultura oficial deja de lado ese sonido de las montañas, ese sonido que parece de otro país?
Porque no hay gente artística, son negociantes o explotadores, pero no está el amor a la búsqueda y al hallazgo auténtico de lo que era realmente esa costumbre de ese pueblo, esas canciones, esas danzas, todas esas cosas que se han ido perdiendo, los testimonios. Uno se siente muy asustado de la soledad y que cada vez existen menos testigos, y gente lúcida de todo lo que es material y vale.

En sus presentaciones, cuando trabajó con músicos de rock, ¿qué impresión tuvo de las nuevas generaciones y la posibilidad de hacer sobrevivir ese folklore?
Siempre hemos tratado de darle a la gente joven los misterios de lo que se viene cuidando, perpetuando, para que esos misterios no desaparezcan. Han quedado discos (en los años 60 se editaron 11 discos con el trabajo de Leda Valladares en la obra que se tituló Mapa Musical Argentino, algunos reeditados en estos dos últimos años por el sello Melopea junto con el Centro Cultural Ricardo Rojas), pero todo lo que es moda siempre tiene un apoyo que no tiene la cosa antigua, lo que es tradición, que parecería que está abolida o superada.

¿Cuando usted habla de misterios, a qué se refiere?
Son maneras de manejar la voz, darle acceso a que tenga su quejido, su llanto, su herida. Porque el canto con caja tiene mucha herida y, si vos le tapás todas las heridas y lo sacás con ruleros, entonces ¿qué queda de todo eso?

Con la caja en la mano, instintivamente Leda comienza a cantar y su voz es única. Un sonido que viene desde otro lugar. 
Junto a Miriam cantan una vidala de Santiago del Estero, “Pobre mi negra”. Es tal la fuerza de esas dos voces con el sonido de las cajas que estremece las fibras del cuerpo y algo dentro se desvanece para dejar pasar un entrevero de fuerzas que desencadenan hasta soltar algunas lágrimas. Y se siente real ese “canto de tripa” del cual tanto habla Leda.
El atardecer cae sobre un cielo opaco, brumoso, y las horas han pasado sin haber molestado el clima de cordialidad y calidez. Durante toda una tarde, las palabras permitieron viajar a otros lugares, ésos por los que esta mujer anduvo y en los que adquirió la sabiduría que después repartió. El tesoro de Leda es un tesoro compartido.

LEDA Y LOS MUSICOS
 

Fotos del archivo personal de Leda valladares. Arriba, entre otros, con Pedro Aznar, Gustavo Cerati, Fito Páez y Suna Rocha.

Litto Nebbia 
Conocí personalmente a Leda Valladares hace una década atrás. Desde Melopea comencé a editar los dos volúmenes de Grito en el cielo, a los cuales les agregamos muchísimos otras canciones que ella guardaba de la época. A partir de ese momento comenzó una relación muy buena, que dio pie para producir material nuevo y rescatar otras cosas antológicas que ella había registrado en sus recorridos. Ella es una persona muy cálida y culta, que ha dedicado su vida a realizar estas investigaciones. Lo vive con mucha pasión y con certeza de destino. Yo estoy feliz de haberla conocido y humildemente poder colaborar con la producción de sus obras. Como todo trabajo artístico hecho por vocación, todo lo que ella hace está relacionado con su espíritu. Sus recopilaciones siempre serán útiles para entender un poco más quiénes somos.

Suna Rocha
En el año 1984 conocí a Leda y comenzamos una amistad muy estrecha y hermosa que sigue hasta hoy. Yo conocía las bagualas y las vidalas, pero ella me dio cosas interesantes como esta mixtura de los cantores vallistas y los cantores folklóricos profesionales y la gente del rock. Me demostró que no es imposible juntar esas tres dimensiones profesionales en la música y sacar de eso cosas interesantes. Me aportó su sabiduría en cuanto a lo que ha buceado y ha profundizado sobre esta música y las maneras de verla, sin preconceptos ni prejuicios. Leda es una soñadora increíble, una mujer que ha peleado por esa convicción de andar de rancho en rancho con un grabador. Internarse en los ranchos para grabar y testimoniar los tesoros de la cultura. Peleó por la música del pueblo y eso me parece de un gran valor. Es una mujer de mucha coherencia, de una gran dignidad y honestidad. Creo que seres humanos como ella están en vías de extinción. Es una mujer tremendamente valiosa que no ha pasado en vano por la vida, como tanta gente de la cultura musical y popular.

Horacio Molina
A Leda la conocí alrededor de 1961, cuando comencé mi carrera profesional. Me pareció un ser de esos raros en el sentido único, un especimen único de pureza, de pensamiento. Yo siempre he sentido a Leda como una persona de una honestidad que siempre amé. Es muy difícil encontrar a gente puramente honesta como ella. Es una persona que piensa las cosas y una especie de animal de sentimientos. Son esos seres que tienen una riqueza y una honestidad que yo valoro enormemente, una ética profunda. Todo lo que ha hecho lo ha hecho por amor, por descubrimiento, por pasión. Cuando ves las fotos de ella con su grabadorcito, ves en su cara el regocijo de haber tenido la dicha de encontrar lo que encontró. Siempre el amor puesto delante de todo. Es una persona que sentí como mitad madre, mitad hermana, mitad hija, mitad tía. A veces tenía una ingenuidad que no se correspondía con esa visión de claridad de la cosas. Tiene el humor necesario para reírse de las cosas que le han pasado, de las humillaciones que ha sufrido. Como diciendo: ¿te das cuenta lo que me han hecho? Con la mirada naïf de no poder comprender la maldad.

Jairo
Ella lleva muchos años trabajando y tiene una de las recopilaciones más ricas que se han hecho en la historia de la música argentina, y que es muy importante porque de esa manera contribuye a preservar un repertorio que de otra manera quedaría en el olvido. Hay poca gente que haga ese tipo de trabajo, donde hay que poner mucha pasión y que deja poco rédito. En un mundo como el de hoy, es una tarea que la realizan sólo aquellos que tienen un gran cariño y un gran amor por eso, y es el caso de Leda.
Yo creo que ella tiene una forma de enfocar las cosas, en cuanto a la música se refiere, muy despojado. Y creo que en ese sentido es una buena influencia para la mayoría de los cantantes. Hay una tendencia a magnificarlo todo, a buscar efectos. Es una persona que nos ha enseñado a valorar el cancionero que existe en la Argentina y que tiene la esencia de lo sencillo. Creo que no quedan muchos artistas como Leda. Con el tiempo vamos a saber reconocer a la gente que realiza este tipo de labor. Porque además del valor artístico, tiene el lado antropológico. La preservación de la propia cultura, que no está reconocida en su justa medida. Tanto Leda como Yupanqui son gente irrepetible.

León Gieco
Escuché de Leda por primera vez en la revista Folclore en el año 1968. Cuando tenía 18 años y vine a Buenos Aires me fui a hacer socio de AADI CAPIF (entidad que protege los derechos de los intérpretes). Cuando llegué la encuentro a Leda sentadita en el hall. Me acerqué y le dije que la conocía, que sabía lo que hacía y que era una honor conocerla. Ella fue muy amable y empezamos a hablar. Yo le conté que tocaba con guitarra y armónica y ella creo que me dijo “a lo Bob Dylan”. Y a mí me pareció muy raro que alguien del folklore lo conociera. Eso me corroboró que Leda pensaba más allá de todo. En 1979, en plena dictadura militar, formamos el “Movimiento por la Reconstrucción de la Cultura Nacional”, y la idea era hacer conciertos donde pudieran actuar todas las artes juntas. Leda entabló una discusión con Ernesto Sabato porque él empezó a hablar de las culturas superiores e inferiores. Ella le dijo que no era así, y que era tan importante un Miguel Angel como una vasija construida por un guaraní, porque cada cosa está hecha con una necesidad y en un momento determinado. Eso fue una de las cosas más importantes que me enseñó Leda. Otra cosa que aprendí de ella y que repito siempre es la necesidad de cantar. Lo hermoso que es enseñar a cantar a los chicos. Esa necesidad, esa energía que tiene un pueblo de aprender a cantar fue su enseñanza. Siempre incito a hacer canto colectivo. Que es lo que ella practicó en plena dictadura militar, cuando reunió cientos de chicos con maestras cantando bagualas y vidalas en El Cadillal. La defino como una de las artistas más interesantes que tiene este país. Una artista cabal, donde se incluye ser recopiladora, cantante, compositora, miles de cosas. Además la considero una de las transgresoras más grandes que tenemos. Yo voy a seguir el trabajo de Leda y el día de mañana habrá otros chicos que sigan mi trabajo.

Cecilia Rosetto
A Leda la definiría con la generosidad, la creatividad, la rebeldía y la insumisión. Es una mujer que recuerdo con un humor constante y una alegría por su trabajo y su vocación. Siempre tenía una sonrisa en los labios y lo que sentí de ella, que agradecí mucho, es que tenía una cosa de proteccióny de apertura de camino con la gente joven y desconocida, cosa que no es muy habitual en la gente consagrada. Era muy generosa, enseñaba, protegía y te incitaba a experimentar y a buscar caminos, y eso me parece que sigue siendo muy valioso en Leda. Realmente nunca le importó las modas ni lo que “había” que hacer. Muy empecinada en sus caminos, algo que muy poca gente oferta. Y fue muy importante en nuestra formación. Un poco de rebeldía e insurrección que luego marcaría mi camino de no quedarte nunca. Ella fue una de las primeras personas en el ámbito profesional que me reconoce como cantante. A mí marcó mucho ese comportamiento para la chica setentista que fui luego. Guardo para Leda un infinito agradecimiento y un cariño constante.


fuente:

PAGINA 12.COM

Las 12/ Mirada de mujer

 Betina Fernández Matti

http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/las12/00-08-11/nota1.htm


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