ROBERTO RUFINO.
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Semblanza de ROBERTO SELLES
publicada en la página webb TODOTANGO.
CANTOR
6 de enero de 1922 - 24 de febrero de 1999
Escuchar a Roberto Rufino entonar "María" o
"La novia ausente" o "Malena" o cualquiera de los tangos
que había elegido para su repertorio, era advertir que ese tango iba
desgranándose de a poco y que las palabras surgían por separado, sin dejar de
integrar el todo que las reunía, con la fuerza propia que debían tener en su
contexto.
Rufino fue eso: un decidor, un fraseador, un intérprete que
sabía perfectamente cual era el mensaje de lo que estaba cantando.
Nació el seis de enero de 1922, en Agüero 753 –pleno barrio
del Abasto-, hijo de Lorenzo Rufino y Agustina Guirin, aunque en su partida de
nacimiento figura el día en que fue inscripto, el 8 de ese mes y año. Poco más
allá, en Agüero y Guardia Vieja, estaba el café O'Rondeman, donde supo soltar
sus primeros gorjeos Carlos Gardel. ¿Una premonición? Quizá, porque también
Rufino se inició en el viejo café de su barrio, que todavía regenteaban los
hermanos Traverso. Pero la coincidencia va más allá: en el mismo año, 1935,
fallecieron su padre y Gardel. Y en 1936, a los pocos días de haber pasado por
Corrientes el cortejo que llevaba a Carlitos a su morada final, debutó
profesionalmente "El Pibe del Abasto" –como se lo llamaba desde los
días del O'Rondeman; también le decían "El Pibe Terremoto"- en el
Café El Nacional, como vocalista de la típica de Francisco Rosse, para pasar,
poco después, al Petit Salón, con la orquesta de Antonio Bonavena, autor de
"Pájaro ciego" y tío del futuro boxeador.
A Bonavena siguieron, en la carrera artística de Rufino, las
orquestas del "Cieguito" Camilo Tarantini, de José
"Natalín" Felipetti –el del vals "Pabellón de las rosas"- y
de Anselmo Aieta.
Ya el destino fijado por don Lorenzo había quedado
definitivamente atrás: en esa época abandonó su bachillerato en tercer año. El
tango sería su único destino.
Pero estamos aún en la prehistoria del cantor y 1938 será el
año clave. Carlos Garay, representante de Carlos Di Sarli, lo oyó cantar el
tango de Di Sarli y Enrique Carrera Sotelo "Milonguero viejo", se lo
hizo saber a su representado y éste lo incluyó en su orquesta, con la que el
cantor accedió al disco el 11 de diciembre de 1939, con el tango
"Corazón", de Di Sarli y Héctor Marcó. La fama ya lo había tocado con
su varita mágica y «a los 21 o 22 años, tenía un historial discográfico sin
precedentes», señala el periodista Jorge Sturla.
En efecto, llegó a grabar, junto a Di Sarli, cuarenta y seis
páginas. Entretanto, tuvo dos breves paréntesis, con las orquestas de Alfredo
Fanuele (1941) y Emilio Orlando (1942), para retornar con "El Señor del
Tango" en 1943.
Un año más tarde, se desvinculó de la orquesta que lo lanzó
a la popularidad; era tiempo ya de probar suerte como solista. Debutó en
calidad de tal, acompañado por su orquesta, que puso bajo la batuta de Atilio
Bruni, en Radio Belgrano, donde se lo llamó "El Actor del Tango".
Posteriormente, dirigieron su agrupación acompañante Alberto
Cámara –con quien grabó su primer disco como solista, para el sello uruguayo
Sondor en 1945- y Porfidio Díaz, con la que registró el segundo disco, en la
Victor chilena (1946).
Entre 1947 y 1950, volvió a convertirse en vocalista de
orquesta ajena, las que dirigían Enrique Mario Francini-Armando Pontier y
Miguel Caló, para continuar en calidad de solista entre 1952 y 1954. Durante
los dos años siguientes, fue cantor de Roberto Caló, y luego siguió como
solista, salvo breves intervenciones con algunos directores, como Francini
(1957), Pontier (1961-1962), Aníbal Troilo (1962-1965) y Miguel Caló (1966,
para registrar un larga duración).
Resulta curiosa la breve labor de Rufino como cantante
melódico, bajo el seudónimo de Bobby Terré, con el que, puede decirse, no quedó
precisamente en la historia. Como tal realizó grabaciones entre 1957 y 1960,
alternando con su propio nombre como tanguero. Sus actuaciones en la sala mayor
de Radio El Mundo, con la asistencia de público, fueron ocultadas tras una
máscara, de modo que se lo presentaba como "El enmascarado Bobby
Terré"; no era cuestión de "avivar a la gilada".
Tuvieron repercusión en su época sus interpretaciones de
"Adiós, adiós, adiós...", "El teléfono", "Vuelve,
amor" y "La luna y el sol". Pero eso fue todo. Terré volvió a
ser Rufino y Rufino no volvería a alejarse del tango.
Una tarea menos difundida que la de cantor, aunque no por
ello ignorada, fue la de compositor y letrista. Es autor de numerosas obras,
como "Muchachos, arranquemos para el centro", "Eras como la
flor", "¡Cómo nos cambia la vida!", " ¡Calla!",
"Destino de flor", "Dejame vivir mi vida", "La novia
del suburbio", "Soñemos", "Tabaco rubio", "El
clavelito", "No hablen mal de las mujeres", "Los largos del
pibe", "En el lago azul", "Carpeta", "El bazar de
los juguetes", "La calle del pecado", "Julián Tango",
"Manos adoradas", "Porque te sigo queriendo", "¡Qué
quieren, yo soy así!", "Lita", "Boliche", etc. Entre
sus colaboradores autorales –músicos y letristas- se contaron Roberto
Casinelli, Manolo Barros, Mario César Arrieta, Marvil, Roberto Caló, Cholo
Hernández, Julio Navarrine, Héctor Marcó, Horacio Sanguinetti, Reinaldo Yiso,
Ángel Cabral, Alberto L. Martínez, Alejandro Romay y otros.
Sus últimos años fueron de incansable actividad; daba la
sensación de ser eterno. Pero los años no transcurren en vano, y sus presentaciones
finales resultaban ya patéticas, con un público que seguía siéndole fiel y
hasta llegaba a soplarle cariñosamente las letras cuando las olvidaba, en un
inútil esfuerzo de ver en él al cantor que había sido.
Por otra parte, cada vez que pisaba un escenario parecía
imposible poder bajarlo de él; era como si quisiera aferrarse para siempre al
espectáculo y a la presencia de su hinchada. Con todo, en 1997 se hizo
justicia: fue declarado "ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos
Aires", y en 1998, "ciudadano ilustre de la cultura nacional".
Era la culminación de su trayectoria; una culminación, sin duda alguna,
merecida.
El 24 de febrero de 1999, su corazón dejó de latir en la
sala de terapia intensiva de la Fundación Favaloro. El 25 por la mañana, el
pueblo despidió sus restos en el Cementerio de la Chacarita, entonando aquel
tango que tantas veces su modo de decir había desgranado palabra por palabra,
como para que no se perdiera el sentido de lo que había escrito el autor:
"Malena canta el tango como ninguna...". Acaso sólo faltó una cosa,
haber dicho Rufino en lugar de Malena.
Originalmente publicado en el fascículo 34 de la colección
Tango Nuestro editada por Diario Popular.
fuente: TODOTANGO.
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