COMPAS, EFECTO Y MATICES.
por Juan
D'Arienzo
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Originalmente
publicado en la revista La Maga, 13 de enero de 1993.
Nota publicada en TODOTANGO.
Nací en Cevallos
y Victoria, porque para mí la calle Hipólito Yrigoyen sigue siendo Victoria.
Empecé tocando el violín y después el piano, pero primero me enganché con el
jazz. Llegue a hacer grandes temporadas en el viejo cine “Select Lavalle”, allá
por los años 23 o 24. Estaba Cosentino con el saxo.
Después seguí
tocando jazz con Verona, en el “Real Cine” y con nosotros estaba Lucio Demare
en el piano. Tenía 20 años ese
muchacho.
Luego vino la
época en que se terminaron las películas mudas pero entonces yo tenía una linda
trayectoria. Todavía tuve tiempo para tocar en la rondalla Cauvilla-Prim. Ahí
me acompañó Eugenio Nobile, gran violinista.
También tocaba
tangos desde siempre. De los 18 años.
Por el año 1926 actuaba en el Paramount
con Luisito Visca y Ángel D'Agostino. Y allí empecé a elaborar el estilo que
después me distinguió, el de hacer sobresalir el piano y la cuarta cuerda del
fondo que tocaba Alfredo Mazzeo.
El calificativo
de “Rey del compás” me lo pusieron en el cabaret Florida, el antiguo Dancing
Florida. Ahí tocaba Osvaldo Fresedo, mientras yo actuaba en el Chantecler, que
era de los mismos dueños. Allá por el 28 o el 30 conocí al famoso Príncipe
Cubano, que era el que presentaba los números. Estaba Julio Jorge Nelson,
también. Eso pasó cuando reemplacé a Fresedo en el Florida. El pianista era
Howard. Fue en esos días cuando el Príncipe Cubano salió con lo del “Rey del
Compás”, por el estilo que tenía yo.
La mía siempre
fue una orquesta recia, con un ritmo muy acompasado, muy nervioso, vibrante. Y
fue así porque el tango, para mí, tiene y tres cosas: compás, efecto y matices.
Una orquesta debe tener, sobre todas, vida. Por eso la mía perduró durante más
de cincuenta años. Y cuando el Príncipe me puso ese título yo pensé que estaba
bien, que tenía razón.
Gardel trabajó
conmigo en el Paramount, pero no cantó con mi orquesta. El hacía el dúo con
Razzano en los entreactos. Era 1a época en que yo hacía jazz, con Verona.
Después volvimos a actuar juntos en el “Real Cine”, siempre en los entreactos.
Pero si bien no cantó bajo mi batuta, Gardel era medio fana mío y siempre venía
a verme a los cabarets donde yo actuaba. ¡Ya tengo 42 años de cabaret! Anoten
si quieren: Abdullah, Palais de Glace, Florida, Bambú, Marabú, Empire,
Chantecler, Armenonville. Todo eso en 42 años. ¡Si conoceré gente de la noche!
La nuestra es una
orquesta unida: los muchachos están afiatados. Ensayamos tres o cuatro veces y
ya cada uno sabe lo que debe hacer. Yo les hago algunas correcciones y asunto
arreglado. A veces sólo falta que yo les imprima mi sello, algo que cuido mucho
porque subir es difícil pero más lo es mantenerse. Y yo llevo sesenta años en
esto.
La vida de hoy es
otra cosa. Todo ha cambiado. No hay comparación. La vida nocturna, para mí, ha
desaparecido. Nosotros empezábamos a vivir recién a las cuatro de la mañana. Y
ahora a la una, después de la salida de los cines, ya no hay un alma en las
calles. Es un plomo, esa es la verdad.
Cuando Corrientes
era angosta salíamos a caminar a las cinco de la mañana y todo el mundo estaba
en la calle. Teatros, cafés, restaurantes, cabarets, todo estaba abierto y
lleno de gente. Uno caminaba y era recibir saludos a cada paso. Yo extraño todo
aquello.
A pesar de todo
lo que viví, soy un tipo muy natural, como todo el mundo. Me gusta tomar un
cafecito y mirar cómo se viene la madrugada. Nada más. A lo sumo juego una
partida de truco para pasar el rato. Y eso porque en Buenos Aires no hay
ruleta. Si la hubiera estaría ahí todo el día. Ahora, cuando subo a un palco
soy otra cosa. Ahí me transformo. Es mi métier, y necesito sentir lo que
dirijo, y además transmitirle a cada músico lo que estoy sintiendo. En los
cabarets uno tocaba toda la noche, la gente bailaba, se divertía, se quedaba
hasta que salía el sol y los músicos se acalambraban de tanto meta y ponga. No
había hora para irse. Hoy eso no existe y eso me hace mal al cuore. Ahora hay
bailes, pero no es lo mismo. A lo sumo tienen un pequeño show.
A mí la juventud
me quiere. Mis tangos gustan porque son movidos, rítmicos, nerviosos. La
juventud busca eso: la alegría, el movimiento. Si usted les toca un tango
melódico y fuera de compás es seguro que no les va a gustar. Eso es lo que
pasa. Ahora hay buenos músicos y grandes orquestas que creen que lo que están
haciendo es tango. Pero no es así. Si les falta compás no hay tango. Creen que
pueden imponer un nuevo estilo y ojalá tengan suerte, peto yo sigo pensando que
si no hay compás no hay tango. Como profesionales los respeto a todos. Pero lo
que hacen no es tango. Y si estoy equivocado quiere decir que hice más de
cincuenta años que estoy equivocado.
Yo creo que no,
que la mía es la verdad. Por eso, a pesar de que nunca salí más allá del
Uruguay, mi música se conoce en Europa, en Japón. Tuve mil ofrecimientos para
actuar en el exterior pero para ir había que subir a un avión y yo a un avión
no subo. Es un trauma que tengo y para mí, justificado. En el año 32 Carlitos
Gardel y Leguisamo venían todas las noches al Chantecler. Se instalaban en un
palco de arriba y esperaban a que yo terminara. Entonces subía a tomar una copa
de champagne con ellos. Y nos quedábamos horas charlando.
Una noche
Carlitos me dijo: "Mirá Juancito, creo que me voy a morir en un
avión". Le contesté: "Dejate de pavadas, no digas tonterías".
Pero no eran zonceras. Él lo presentía. Por eso nunca quise subir a un avión.
Por ejemplo, hubiera ido a Japón si no me hubiera quedado ese trauma porque a
mí me invitó el propio emperador Hirohito, no como a los demás que los llevan
lo, empresarios.
Hirohito me mandó
un cheque en blanco para que yo pusiera la cantidad que quisiera con tal de ir
a Tokio. Le respondí que no era cuestión de dinero sino de avión. Me mandó
decir que fuera en barco, pero eran como cuarenta días. ¿Qué hago yo cuarenta
días mirando el cielo y el agua? El emperador insistió: “Le mandó un submarino
y llega en veinticinco”. Pero yo ni loco porque por ahí estos japoneses se
meten en una guerra y me agarra bajo el agua. Por eso no fui. Y creo que me
hubiera gustado. Esto que cuento pasó allá por 1957 o 1958.
Por eso nunca
quise salir del país. No cuento al Uruguay porque aunque yo nací aquí soy medio
uruguayo también. Estuve muchos años allá y quiero muchísimo a los orientales.
Durante 38 años seguidos actué en Carrasco y en todo el Uruguay.
Tengo millones de
amigos. Uno de ellos es el general Perón (Presidente, en aquel entonces, de la
Argentina). Nos conocemos del tiempo en que íbamos al Luna Park a ver las
peleas de Prada con Gatica. Después nos reuníamos con el finadito Ismael Pace y
con Lectoure (dueños del estadio de box Luna Park), comíamos un asadito,
tomábamos unos whiskies y nos jugábamos un buen truco. Yo hacía pareja con
Borlenghi (ministro del interior de Perón). Hace más de veinte años que soy
amigo del general.
Y soy un gran
optimista. Un tipo alegre, embromón. Me encanta hacer chistes y lo único que
pretendo es poder seguir con mi orquesta aunque se que ya no soy un pibe, que
tengo que cuidarme y no puedo gastar tantas energías como antes. Sin embargo,
cuando subo al escenario, siempre hago un show. Y no lo hago por gracioso. Lo
hago porque al tango yo lo siento así. Es mi forma de ser.
“Modestia aparte,
yo lo hice resurgir.”
El tango antiguo,
el de la “guardia vieja”, tenía ritmo, nervio, fuerza y carácter. La obligación
nuestra es procurar que no pierda nada de eso. Por haberlo olvidado el tango
argentino entró en crisis desde hace algunos años. Modestia aparte, yo hice
todo lo posible por hacerlo resurgir. En mi opinión, una buena parte de culpa
de la decadencia del tango correspondió a los cantores. Hubo un momento en que
una orquesta típica no era más que un simple pretexto para que se luciera un
cantor. Los músicos, incluyendo el director, no eran más que acompañantes de un
divo más o menos popular. Para mí eso no debe ser.
El tango también
es música, como ya se ha dicho. Yo agregaría que es esencialmente música. En
consecuencia, no puede relegarse a la orquesta que lo interpreta a un lugar
secundario para colocar en primer plano al cantor. Al contrario, el tango es
para las orquestas y no para los cantores. La voz humana no es, no debe ser
otra cosa, que un instrumento más dentro de la orquesta. Sacrificarlo todo al
cantor, al divo, es un error. Yo reaccioné contra ese error que generó la
crisis del tango y puse a la orquesta en primer plano y al cantor en su lugar.
Además, traté de restituir al tango su acento varonil que había ido perdiendo a
través de los sucesivos avatares. Le imprimí así en mis interpretaciones el
ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en
el mundo musical y que había ido perdiendo por las razones apuntadas. Por
suerte, esa crisis fue transitoria y hoy ha resurgido el tango con la vitalidad
de sus mejores tiempos. Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese
renacimiento de nuestra música popular.
Originalmente
publicado en la revista La Maga, 13 de enero de 1993.
Nota de la
dirección: Juan D'Arienzo tiene el récord de haber editado 150 discos de larga
duración y también de haber vendido 14 millones de placas de su versión del
tango La cumparsita. Sus pensamientos, que refleja en esta nota, provienen de
entrevistas concedidas en enero de 1974, dos años antes de su muerte, a la
revista “Siete Días”, y en 1969 a la revista “Aquí Está”.
fuente: TODOTANGO.
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fuente: TODOTANGO.
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