miércoles, 24 de octubre de 2012

LOS ESCRITOS DE ROLANDO 3 LAS ANIMAS

Publicado en la página webb TODOTANGO.

ENTRE GAUCHOS Y PEONADA
Por: rolandomoro  16/08/2012 

Hoy, Rolando nos comparte a este escritor:

Don JOSE MARIA OBREGON, nació en Lomas de González ,Corrientes, el 17 de abril de 1.905. Educador, escritor y hombre muy ligado a la cultura. Miembro de la SADE (filial Corrientes) y fundador de dos periódicos.
Profundamente amante de su gente y su cultura, maestro rural, de aquellos que forjaron generaciones de compatriotas por vocación visceral que arrastran desde la cuna.
Años de contacto con “su” gente, lo llevaron a tomar nota de costumbres y formas de vivir en los parajes más aislados y remotos. 
A dichas notas las llamó-De Mis Apuntes Para el Folclore Correntino- 
Luego de su fallecimiento (17 de abril de 1983), su hijo, Luís Jorge, con colaboración de Moglia Ediciones, dieron a luz aquellos apuntes del educador- 
Con sus anuencias-, compartiré con ustedes algunos hechos curiosos de nuestra gente poriahú.


LAS ÁNIMAS

Hacía poco tiempo que me había hecho cargo de la Escuela Nacional N°170 "Pago Largo", ubicada precisamente en el paraje de ese nombre, dónde tuviera lugar la memorable acción del 31 de marzo de 1839.

Era general entonces, no solo allí sino en toda la zona, la creencia de la aparición de "ánimas", de la que daban fe personas dignas de crédito que, aseguraban hasta haber visto luces, bultos informes como de seres sin cabeza, y sentidos ayes, lamentos y ruidos como producidos por cargas de caballería, gritos, imprecaciones, etc. 
Por otra parte, la despoblación del lugar y la desesperante tranquilidad, hacía que el viento que corría sin mayores tropiezos, ya que el terreno era alto y quebrado y la arborestación baja y no muy compacta, trajera en el silencio de la noche, ruidos, a veces raros que, si bien eran producidos por el trajinar de la hacienda, el galope de algún jinete o el "reír" de las vizcachas, de la "bruja" o las lechuzas, causaban en el espíritu, un tanto predispuesto y temeroso, un explicable sobrecogimiento de temor.


Sinceramente, de no haber mediado mi amor a la carrera, a la que me iniciaba como Director de 3ra. categoría y a ese pedazo de suelo correntino, "que ocupa desde la trágica jornada de 1839, junto con la Provincia, el nombre de su gobernador y mártir Berón de Astrada y la acción de Pago Largo, la página más memorable, más gloriosa y más triste de la historia de la libertad argentina", no hubiese estado allí ni un día, corrido por la soledad y el miedo. 
Tal vez esto último, que suele avergonzar al criollo, haya sido lo que más influyó y contribuyó a que me quedara en él.
-Aprovechando los días no laborables- que entonces se reducían solamente a los domingos o feriados de religión, así como los momentos que me dejaban libres mis obligaciones docentes y de carácter deportivo o de "relaciones públicas", llevado por la necesidad de promocionar "mi escuelita", cuya existencia era precaria al extremo de mantenerse sólo "en mérito al paraje histórico" y pasar un rato entretenido en compañía de alguien, visitaba a los escasos vecinos, allegándome hasta las otras escuelas distante entre 10 y 15 Km. de la mía, empero, nunca dejé que me tomara la noche lejos de ella; regresaba indefectiblemente al oscurecer y cuando ello no era posible, optaba por quedarme, aunque tuviera que madrugar al día siguiente. Algo que no sabría explicar, definir, por no decir que un recelo se oponía a que lo hiciera.


Cierta vez que me demoré, más de lo acostumbrado y regresaba a altas horas de la noche -inolvidable por la intensa oscuridad reinante y causante de lo que me sucedió- al llegar al sitio donde según se decía tuviera lugar la batalla y el camino, por efectos de la erosión provocada por la corriente del agua y el tránsito, se desliza como entre paredones, al punto de que un jinete se pierde con cabalgadura y todo, mi montado, ese servidor y compañero de soledad y privaciones y tal vez único amigo fiel y desinteresado, detuvo bruscamente su galope y preso de evidente terror, dio en forma violenta una media vuelta e intentó echar a correr para el lado de adonde veníamos. Llevaba armas, porque nunca salía sin ellas, pero la sorpresa y la rapidez con que todo aconteció, no me dio tiempo para nada. Por otra parte, la idea que inmediatamente vino a mi mente de que lo que había visto pudo haber sido un "ánima" y mis esfuerzos para detener al asustado animal, no me permitieron asumir actitud defensiva alguna. Apenas pude sofrenar a aquél, di vuelta tras haber transitado un medio centenar de metros en ese afán, y con la mayor cautela traté de aproximarme de nuevo al lugar a fin de cerciorarme, si podía, de la causa que lo había originado y entonces fue cuando mi asombro y susto llegaron a su máximo
Allí, sobre el zanjón de marras, cubierto de blancas vestiduras que el viento hacía ondear con los brazos en alto, semioculto entre los árboles, un bulto de forma rara e indefinida impedía el paso, quedando como única alternativa la de volverse.

Tuve siempre un criterio formado con respecto a aquellas creencias, a las que y pese a mi condición de criollo y aplicado a las cosas del campo consideraba exageradas y en cierta medida absurdas, por lo que nunca, hasta entonces al menos, había temido, aunque confieso paladinamente, tampoco tuve el más mínimo deseo de enfrentarme a ellas.

Pero ahora no cabía dudas; aquello tenía que ser un "ánima" y lo peor, de seguro el alma de uno de los 800 mártires que venía a echarme en cara, y precisamente a mi que tanto estaba haciendo por reivindicar sus memorias, el olvido y la ingratitud en que yacían él y sus compañeros de causa y de martirologio, por parte de sus comprovincianos y compatriotas, por cuya libertad se habían inmo¬lado voluntariamente. Vacilé unos instantes, tiempo en que hice mil conjeturas. Pensé en volver, pero la distancia, la hora y la vergüenza me acobardaron; resolví sin hesitar lanzarme a la carrera; pasar por sobre lo que se opusiese en mi camino y correr a todo lo que daba hasta que mi caballo se cayera rendido de cansancio. Contribuyó a esta extrema resolución el hecho de éste se había tranquilizado algo y se mostraba dispuesto a continuar nuestro interrumpido camino.


No quise, a pesar de ello, arriesgarme sin tomar mis precauciones: empuñé el revólver y lo monté, dispuesto a lo que pudiera sobrevenir; me afirmé en los estribos, me encomendé a Dios, invoqué el nombre de mi madre; piqué el caballo con las espuelas, previa a envolver las riendas en la mano izquierda y agachado lo más posible sobre la montura para no ofrecer blanco, iba a poner en ejecución mi plan cuando un rebuzno prolongado y desagradable, que retumbó en todo el ámbito de la "cuchilla trágica" y el eco de cien lugares distintos de la misma fue repitiendo sucesivamente, como una carcajada de burla que golpearon por espacio de largos e interminables segundos mis oídos, que volvieron a espantar a éste que casi se "tiende" conmigo, me volvió a la realidad. Un burro viejo de los llamados "choguí", tan inofensivo como inútil que recorría el callejón desde el Mocoretá al Casco en procura de agua y comida muy escasas debido a la intensa sequía, había sido el causante de breve pero tremenda tragedia que, además, estuvo a punto de dar por tierra con mi convicción de la inexistencia de las ánimas.


Su cuerpo pequeño y peludo, su pelambre blancuzca que resaltaba más aún en el marco oscuro e inconmensurable de la noche, habían sido todo lo que imaginé una túnica que flotaba al influjo del fuerte viento norte y sus clásicas descomunales orejas, los brazos que se levantaban hacia el cielo, en demanda de "justicia".

Es indudable que de no haber mediado las circunstancias apuntadas, es decir de haber existido otro camino para desviarlo; si hubiese primado el primer impulso de volverme sin averiguar que aquélla súbita aparición deformada por la oscuridad, la sorpresa y también -porque no- el susto, y por que no decirlo, la predisposición, por una parte y el temor de tener que acusarme a mi mismo de cobarde, condición que suele avergonzarnos a los correntinos, por otra parte, posiblemente hasta hoy estaría en la duda por cual de las alternativas, me habría decidido.

-Permanecí muchos años en aquel- entonces- alejado e histórico paraje; me encariñé con él y lo que es más importante aún, conseguí a fuerza de tenacidad, simpatía y la colaboración y apoyo de su modesta gente afianzar definitivamente la escuelita a la que había sido enviado con la consigna de sacarla de allí y llevarla a cualquier otro lugar donde hubiera el mínimo de alumnos para alimentarlas y un vecindario menos indiferente y un edificio no tan ruinoso en cuyo frente pudiese flamear la bandera de la Patria sin menoscabo, pero lo confieso honestamente que nunca mencioné el episodio mientras estuve allí y aunque tampoco lo manifesté, perduró en mi espíritu ese momento tan ingrato vivido, más todavía, evité siempre que fuera posible, pasar de noche y solo por aquel sitio.


En mi fuero íntimo he pensado desde entonces que en algo igual o parecido han de haber tenido origen las leyendas de las "ánimas", "los poras", las "agüeras." y otras creencias análogas tan generalizadas como arraigadas en el campo correntino y adentradas en el espíritu sencillo, crédulo y sugestionable de nuestros criollos.

LAS ANIMAS - JOSE MARIA OBREGON
publicado por Rolando Moro
"Entre gauchos y peonada"
MESA DEL CAFE - FOLKLORE -16/8/2012
en la página webb TODOTANGO.
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